Comentario a la lectura evangélica (Marcos 10, 2-16) del XXVIIº Domingo "Son los hijos quienes proyectan a la pareja hacia una nueva belleza nunca antes vista"
"Cada uno de nosotros no tiene que ir muy lejos en cuanto a conocidos y parentescos para encontrar historias de amor herido: familias rotas y nuevos comienzos"
"Hemos llegado a un acuerdo con esta brecha, sabemos que no debemos tapar la realidad con las Escrituras aplicadas como un esquema ideológico rígido. Entonces teorizamos la brecha, por así decirlo"
"Padre, concédenos a todos ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ama la verdad, la justicia y la misericordia"
"Padre, concédenos a todos ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ama la verdad, la justicia y la misericordia"
El lenguaje figurado del Evangelio nos recuerda lo costosa y dolorosa que puede ser la operación de limpieza. Esto fue lo que se dijo el Domingo pasado respecto a los versículos desafiantes: “Si tu mano te hace tropezar, córtala”. Y hoy leemos algo igualmente desafiante, con la diferencia, o agravante, de que el lenguaje ya no es figurado: "no separe el hombre lo que Dios ha unido".
Hablamos de familia, o mejor dicho, como especifica el pasaje del Génesis, del vínculo entre el hombre y la mujer, y llegan estas palabras claras. Palabras que están reñidas con cómo hablamos hoy en día de los vínculos afectivos. Cuando hablamos de familia nos referimos a una variedad de situaciones, que excede con creces el esquema del Génesis. Y podemos decir que cada uno de nosotros no tiene que ir muy lejos en cuanto a conocidos y parentescos para encontrar historias de amor herido: familias rotas y nuevos comienzos.
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Por un lado las palabras de las Escrituras; por el otro, nuestra experiencia, con una multiplicidad de experiencias muy diferente. Y hemos llegado a un acuerdo con esta brecha, sabemos que no debemos tapar la realidad con las Escrituras aplicadas como un esquema ideológico rígido. Entonces teorizamos la brecha, por así decirlo. No seré yo, el último en términos de habilidades culturales y teológicas, quien resolverá el problema de esta brecha. Me complace señalar que el problema existe. Sería extremadamente incorrecto recoger frases individuales, a nuestro gusto y placer, siguiendo la sensibilidad personal (o la corriente principal), haciendo como si estas palabras claras del Evangelio no existieran.
A decir verdad, entre la primera lectura y el Evangelio se encuentra el Salmo 127, escuchado sistemáticamente con motivo de las liturgias nupciales. Hablamos de fertilidad familiar, de felicidad en la descendencia, pero con una perspectiva más amplia. Retomo aquellas palabras que un día recogí en mi cuaderno de notas: Un idilio lleno de paz, serenidad, felicidad. Pero la puerta de la casa parece estar abierta a Jerusalén, la pequeña familia judía es sustituida por la gran familia de la nación, sobre la que desciende la misma atmósfera de paz, serenidad y felicidad.
Y hago mía esta oración:
Padre, da a todas las familias la presencia de esposos fuertes y sabios, que sean fuente de una familia libre y unida.
Padre, da a los padres la oportunidad de tener un hogar donde puedan vivir en paz con su familia.
Padre, da a tus hijos la oportunidad de ser signo de confianza y de esperanza y da a los jóvenes la valentía de un compromiso estable y fiel.
Padre, concede a todos la capacidad de ganarse el pan con sus propias manos, de disfrutar de la serenidad del espíritu y de mantener viva la antorcha de la fe incluso en los tiempos de oscuridad.
Padre, concédenos a todos ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ama la verdad, la justicia y la misericordia.
En esta mirada planetaria me parece encontrar el digno cumplimiento de aquel versículo tan cierto del Génesis: No es bueno que el hombre esté solo. No estamos obligados a estar juntos, pero solos no estamos bien y, como sugiere el Salmo, solos no podemos estar bien.
Entre el aporte del Génesis y la mirada planetaria está el camino de la humanidad. La Palabra de Dios nos advierte: debemos lidiar con la dureza de nuestro corazón, que se traduce en pasos lentos, pasos de individuos y pasos de sociedades. El camino es lento y los tiempos de uno pueden ser diferentes a los de otro. Está bien tener cuidado de no producir lágrimas, pero tampoco debemos poner demasiado lastre. Tenemos de nuestro lado las visiones de los profetas: la visión del primer Ezequiel, por la cual nos será quitado el corazón de piedra; y luego la visión de todos los demás profetas, que en todo tiempo y lugar, amplían los límites de la fraternidad, para indicar la verdad, la justicia y la misericordia que aún faltan.
A veces, en aras de la síntesis, incluso en el Evangelio se tiende a aislar una frase sin mostrar lo que la rodea (como cuando se recorta una imagen). ¿Y no vemos que la declaración de Jesús – "Dejad que los niños vengan a mí"… – no es una improvisación, sino que viene después de haber dicho que "el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y dos serán una sola carne"? Tal vez precisamente por eso, celebrando a los niños, Jesús agradece al hombre y a la mujer que, uniéndose, los trajeron al mundo.
Una vez el Papa Francisco en 2015, consagrando a un obispo, le dijo: "No olvides que antes de este anillo estuvo el de tus padres". Una forma de dar un aplauso a la familia, a los cónyuges, al matrimonio y quizás, sin nombrarlo, a algo muy bonito que pasó entre ellos y que dio origen a la vida de un hijo.
En la Biblia, es el Cantar de los Cantares el que se comporta de manera similar. Más encubiertamente, sin embargo: hasta el punto de que los lectores, abrumados por la historia de la pasión entre un él y una ella, a menudo no se dan cuenta de las seis veces en las que se menciona a su madre, en dos de las cuales se menciona la concepción de la joven
Hay que agradecer a quien no aleja su origen de una familia, cuidando de decirlo y bendecirlo. Más aún si tiene el coraje, como el Cántico, de no quitar el íncipit, es decir, de recordar que la historia de ninguna persona -ni siquiera la del Papa- comenzó porque su padre y su madre se miraron a los ojos.
Sin embargo, de los juegos de amor abiertos a la vida, el aspecto más bonito a destacar es el desenlace. Son los hijos quienes completan la pareja, quienes los proyectan fuera de sí mismos, hacia una nueva belleza, nunca antes vista. Y hacia el mañana. Son ellos quienes dan a los padres una nueva mirada sobre el Reino de Dios, cuando les dejan claro que están bien.
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