Anécdotas para llorar y cambiar (Y no convertir el catolicismo en una religión apócrifa y milagrera)
Me encontré con una religiosa viejita que conozco desde hace muchos años. Se apoyaba en una muleta con decoro y aceptación. La di dos besos y la felicité por su reciente onomástica. La pobre, muy preocupada, me preguntó si estaba enfermo pues me había visto sentado durante casi toda la Misa.
Mi respuesta fue: "Hermana mía, yo hago la gimnasia a otra hora y en otro lugar. A la iglesia vengo a hacer oración y tú sabes que lo mejor es empezar por relajarse. También sabes que lo importante no es el rito, sino la oración auténtica".
Se quedó un tanto perpleja, como buena hija de su época. Pero la hermana que la acompañaba, más joven, se rió abiertamente y apostilló: "Ciertamente nuestra Iglesia tiene que hacerse más humana y más realista...". Sí hermana, así es, respondí mientras las despedía.
A los pocos días asistí a la Misa diaria al lado de una joven embarazada, muy embarazada, casi a punto del bautizo. Observé el esfuerzo con que se levantaba repetidamente para cumplir con el rito. No pude evitar acercarme y decirle al oído: "Estarás mejor sentada durante toda la celebración. Nadie te obliga a levantarte. Es un consejo médico y religioso a la vez". Pues parece que mis crecientes canas ya surten su efecto y la joven mamá me hizo caso.
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Tenemos metido hasta el tuétano un "clericalismo" (1) rancio y antievangélico. Nos han hecho creer que hay que hacer caso a los curas en todo y sobre todo, como niños tambaleantes.
Eso nos aleja de nuestra "conciencia profunda" y nos impide ver que el Evangelio dice todo lo contrario: Ellos son nuestros "servidores" y no nuestros "capataces". (Mt 20,26 – Mc 9,35 – Jn 13,12 y varios más).
E incluyo, por supuesto, a los que imponen las lecturas y ritos litúrgicos. Especialmente aquellos ritos que se "cargan" a los fieles sin misericordia alguna y buscan una "uniformidad" artificial, que nada tiene que ver con la "unidad" de la Comunidad cristiana y su misericordioso abrazo.
Cada vez veo más personas -unas mayores y otras no tanto- que permanecen sentadas la mayor parte de la santa Misa, en especial toda la primera parte hasta el Canon o la Consagración. Me alegra mucho esa "libertad de espíritu" frente a anacrónicas imposiciones rituales, irracionales y contraproducentes para el cuerpo y el alma.
Si queremos que algo cambie en nuestra Iglesia, somos los creyentes los que debemos responsabilizarnos y actuar, con respeto, con lógica, con coherencia religiosa. Porque si estamos esperando a que se muevan los "servidores" de incoherente prepotencia, ya podemos esperar sentados (nunca mejor traído).
De esto ya escribí un razonado artículo bajo el título "Oración o Gimnasia" (http://blogs.periodistadigital.com/jairodelagua.php/2013/09/16/p339470#more339470 ) que guardado está en el arcón de mi Blog. Hoy solo relato estas anécdotas que confirman lo que entonces escribí.
Y otra anécdota para no dejar de llorar. Coincidí con un amigo en una iglesia. Al terminar la santa Misa se acercó y me comentó: "Una señora me pregunta que si en esta iglesia está san Judas Tadeo. ¿Tú lo sabes?". Y me salió mi vehemencia religiosa: "Dila que lo importante está allí, en aquel Sagrario. Que se olvide de san Judas, el milagrero".
No sé cómo terminó la cosa. Pero, al salir, busqué por curiosidad si el tal santo tenía plaza y trono en aquella iglesia. Y sí, allí estaba, en la primera capilla lateral. Estaba protegido por una mampara de metacrilato para evitar que lo tocaran. (Es más fácil poner barreras que formar a los creyentes y explicarles que tocar imágenes ni es un acto religioso, ni con ello se consigue nada).
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Pero no queda ahí la cosa. Pegado a la mampara transparente había un cartel con una flecha que apuntaba a un cepillo limosnero: "Limosna de san Judas Tadeo" (sic). ¡Me puse rojo de vergüenza! Ahora resulta que son los santos los que necesitan limosnas o sobornos o pagos por sus supuestos favores...
¿Cuándo nos daremos cuenta? Si los santos pudieran conseguir algo de Dios, habría que concluir que son "más misericordiosos" que Él. Lo cual es una aberración que niega la esencia de Dios, supremo Bien, Amor pleno, volcado sobre sus creaturas siempre y en todo momento.
Además, Dios es puro ACTO. Nada en Él puede estar en POTENCIA (es decir, por hacer). Luego no puede hacer más de lo que está haciendo: Volcarse sobre nosotros totalmente y llevarnos en brazos (si nuestra libre voluntad no se opone).
Nuestro problema es una "limitación original" (pecado lo llaman algunos injustamente) y una "naturaleza progresiva". Nosotros SÍ tenemos unas potencialidades por desarrollar (somos y estamos incompletos). Y tenemos inteligencia, voluntad y libertad para decidir crecer o echarnos a rodar por el barranco.
Nuestra vocación es la "plenitud de nuestros dones" (en cristiano se llama "santidad"). Por tanto, o nos perfeccionamos caminando o nos autodestruimos. Esas son nuestras dos grandes opciones de vida.
En consecuencia, nuestra oración ante Dios no puede consistir más que en ABRIRNOS al torrente de su Bondad y Amor. Solo cabe abrir nuestra limitación, nuestra fragilidad, nuestro esfuerzo, ante el derroche de ese Dios Torrente del que siempre hablo.
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La oración auténtica no es la que "pide" lo que ya se nos está derramando, sino la que expresa nuestra APERTURA y nuestra ASPIRACIÓN a ser inundados. Y, naturalmente, la que confiesa la voluntad de OBRAR en consecuencia.
Oración no es decir: "Te pido, Señor, por la paz del mundo". Y muchísimo menos: "Te pido san Antonio que consigas del Señor la paz del mundo" (puritita blasfemia). La oración auténtica nos llevará a exclamar: "Quiero ser instrumento de tu paz en mi entorno y en mi mundo".
Eso nos ABRE a la paz que se nos está dando e impulsa su crecimiento dentro de nosotros, para después sembrarla. Así funciona nuestra relación con Dios: Abrirse – Crecer – Obrar. Un movimiento permanente y circular sobre el que transcurre nuestro progreso como personas y como cristianos. Eso es lo eficiente para nosotros mismos y para el mundo en que vivimos.
Solo eso puede llenarnos, consolarnos, ayudarnos a caminar hacia la plenitud, el éxito, la felicidad que, sin la menor duda, es lo que Dios quiere para nosotros. Lo de los "intercesores" nos lo hemos inventado nosotros con criterios puramente cortesanos, interesados, materialistas, mundanos. Los santos solo pueden estimularnos con su ejemplo y sus palabras.
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Las "peticiones" de nuestra fragilidad no son más que gritos de socorro que nos predisponen a ABRIRNOS para ser llenados. Como los pajarillos, que pían desconsoladamente abriendo el pico hasta casi romperse, mientras la madre les cuida y provee con amor.
La eficacia de los pagos a intermediarios (esos "intercesores" más misericordiosos que el mismísimo Dios) es pura imaginación sacrílega. Nos hemos fabricado un "diosecillo" de medidas humanas, con su influyente corte, que le manipula y le saca favores. Eso no es religiosidad católica. Eso es pura y dura idolatría.
La limosna hay que practicarla con los seres humanos vivos y no con figuritas de madera o escayola. La aportación para el sostenimiento de la Iglesia debe ser obligatoria y habitual para cualquier católico. Pero utilizar supuestas "imágenes milagreras" como anzuelo, querer "pagar" favores a los santos, "sobornar" para conseguir milagros... ¿Cómo lo llamarías tú?
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Una vez más y otra y otra y las que hagan falta clamo, reclamo, grito, lloro, ruego y suplico a los religiosos que no construyan y difundan "becerros de oro" para conseguir favores o dinero, ni siquiera para atraer a ignorantes e ingenuos a una religiosidad falsa. Todo eso y mucho más, que hoy me callo, pertenece al Anticristo.
¿Cómo os atrevéis a profanar iglesias católicas con costumbres paganas? La religión católica, por cristiana, nos exige coherencia y vivencia del Evangelio. ¡Por favor, no la destruyamos desde dentro!
Si san Pablo volviera, nos tendría que amonestar sobre la ingente cantidad de "idolillos" que nos hemos fabricado y nos volvería a predicar al "Dios desconocido" (He 17,23). Ese que solo ama y se derrama constantemente sobre sus criaturas.
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(1) Clericalismo: - Intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos a los demás miembros del Pueblo de Dios.
- Marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices.
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