Mi Dios amante y amado III - (Diálogo sobre el perdón)
"Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves y que me oyes, que me tienes perdonado desde la eternidad...".
Qué lío nos hemos hecho con eso de tu perdón, qué cantidad de formalidades se nos exige para sentirnos perdonados.
Desde nuestros ancestros judíos con sus expiaciones, holocaustos y sacrificios, cómo hemos buscado tu perdón, cómo nos ha obsesionado empujarte a la misericordia y escapar de tu venganza. Ésa que disfrazamos de "justicia infinita" para que suene mejor. Nada puede quedar sin pagar, sin expiar, sin colmar la balanza de méritos... ¡Qué ciegos, Señor! ¡Qué sordos!
¿Habrá olvidado su lección quien nos enseñó (a nosotros, míseros mortales) a perdonar "setenta veces siete" (Mt 18,22), aunque no nos pidan perdón? ¿Será que hay que cumplir rígidas formalidades para obtener tu perdón?
Cada día vamos descubriendo más y mejor que tu esencia es amar, que admiras (admirar es amar) el tesoro que Tú mismo nos pusiste dentro, que nos abrazas incondicionalmente porque somos "tu familia". ¿Cómo, entonces, tenemos tanto miedo a ser rechazados, no perdonados, excluidos?
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Incluso nos has revelado el esquema de tu amor, nos lo dejaste escrito: "El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera" (1Cor 13,4).
¿Será que Tú has olvidado quién eres, cómo eres y qué significa amar? ¿Tú que eres el Principio del Amor y el Creador por Amor? ¡Qué trajes tan estrechos te hemos cortado mi Dios amante! "Que torpes somos y qué tardos para creer..." (Lc 24,25).
Nuestros predecesores se construyeron un "muro de las lamentaciones". Y nosotros hemos sembrado nuestras iglesias de "casitas de confesión". Se nos olvidó el abrazo, se nos olvidó el amor. Hemos afirmado y exigido creer que un hombre nos perdona los pecados... si "confesamos" y los decimos todos.
Hemos puesto el nudo de tu perdón en ese "cuchicheo auricular" a otro mortal. Cuando lo verdaderamente esencial es abrirse al perdón eterno que tú nos tienes otorgado y rectificar la senda. Lo importante es "rectificar", volver a Ti; no "confesar" y auto agredirse.
Un hombre, por muy sacerdote que sea, no puede perdonar pecados. Ni siquiera podemos decir que Tú perdonas pecados. No se puede perdonar lo que ya está perdonado. El perdón está implícito en el amor, es consustancial a él. Nos lo dijiste por boca de Pablo y lo acabo de recordar gozosamente.
El mal llamado "sacramento de la penitencia" (qué torpes seguimos siendo con nuestras expresiones negativas de realidades positivas) solo podemos llamarlo "sacramento de la alegría", "sacramento del regreso", "sacramento del abrazo". ¿Pero no lo dice claro tu Evangelio? ¿Cómo pretendemos rectificarte?
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Es estupendo este sacramento. Seguro que nos lo envidiarían otras religiones, incluso otros cristianos, si lo practicásemos evangélicamente. Porque los humanos necesitamos "hablar de corazón a corazón", que alguien nos reconozca, nos ayude a ver lo positivo que portamos dentro y a retomar el camino del bien que nos grita desde el fondo del corazón.
Es imposible reconocer y rectificar nuestros yerros si no estamos apoyados en nuestra roca interior. Es imposible identificar nuestras sombras si no nos ponemos al sol.
¡Cuántas confesiones baldías! Consciente o inconscientemente consideramos este sacramento una tintorería o una bacinilla para soltar nuestras culpabilidades, sentirnos justificados y seguir haciendo lo mismo. Porque nos falta la referencia de lo que somos y dónde podemos apoyar nuestra perseverancia. Eso es mucho más importante que la auto inculpación.
Necesitamos que nos enseñen a cambiar "culpabilidad" (peso muerto, carga sicológica) por "rectificación", por gozosa y consciente elección del bien. Hay que remover las causas si queremos conseguir otros efectos. Ahí es donde entra el sacerdote verdaderamente preparado y celoso de su misión. Lo suyo en convertirse en luz, no en basurero.
No, de ninguna manera podemos afirmar que el sacerdote perdona. Y menos arrogarle una supuesta representatividad del mismísimo Dios para perdonar. ¿No vemos el parecido de esa pretensión con la tentación del "seréis como dioses"? Pocos tienen el descaro de afirmar: "soy como dios"... Pero cuántos -en distintas religiones- dicen: "somos los delegados de Dios". ¿Acaso no es lo mismo? ¿Cómo no lo vemos, Señor, cómo no lo vemos?
El "poder" de un buen sacerdote es el poder del samaritano bueno, el poder y querer AYUDARNOS a identificar nuestros errores (malos funcionamientos), a rectificar el mal camino (conversión) y a afianzar nuestra determinación de progresar (propósito de la enmienda).
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Para, finalmente, confirmarnos que Tú nos tienes perdonados desde la eternidad, que solo es necesario abrirse a ese Amor refrescante y purificador, dejarse abrazar por el Padre y celebrar la fiesta del regreso. Eso es lo que "significa" ese signo, ese sacramento.
La retahíla de los pecados no es necesaria, salvo para quien necesite desahogarse y pedir evaluación moral o consejo. Siempre he mantenido que la "pedagogía moral" no es esencial al sacramento. Puede y debe impartirse fuera.
Si conduzco mi coche por un camino peligroso, lo urgente es cambiar a una ruta segura; no ponerme a estudiar geografía. Si estoy pasando hambre (como el "hijo pródigo") lo urgente es encontrar comida; no ponerme a estudiar un manual de agricultura.
Aún hay otra cosa que me preocupa, Señor, además de esa obsesión por los pecados más que por el pecador. Vivimos en una época con un especialísimo celo por la intimidad, por los datos personales, por la privacidad. Incluso están protegidos por las leyes.
Sin embargo, nos insisten en que es esencial el "relato de los pecados" para que el sacramento sea válido. ¿No basta volver a casa, rectificar los errores, convertirse y expresarlo? ¿Qué dice el Evangelio? ¿Qué pasó con el pródigo, con la adultera, con la oveja perdida, con Zaqueo, con Mateo, con Pedro...? ¿Qué lista de pecados tuvieron que recitar?
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¿Esa inaudita exigencia de desnudar la intimidad, de mostrar todas las vergüenzas, no es contraria a los derechos humanos? Porque el "derecho a la intimidad" está protegido en el Art. 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y también por el Art. 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
¿Cómo es posible que los adalides de la "religión del amor" no sean sensibles a una mínima delicadeza, a un básico respeto a los derechos humanos? ¿Cómo no comprenden el "pudor sicológico" a desnudarse y el freno que significa? No es extraño que los "confesionarios" (denominación antievangélica evidente) se hayan convertido en piezas de museo.
Una cosa es que "voluntariamente" cuentes o consultes al sacerdote lo que quieras y otra muy distinta que se exija desnudar la intimidad ante un hombre (muchas veces desconocido) bajo amenaza de invalidez del sacramento, es decir, de no ser perdonado por Dios y encima cometer otro pecado. La "dictadura de la religión" -sea ésta cual sea- es un abuso indescriptible, contrario a la religión misma y al más mínimo respeto al ser humano.
¡Con el bien que se puede hacer en un lugar de encuentro, de escucha, de enjugar lágrimas, de buscar la paz y motivar el camino! Para eso, SÍ, es necesario el sacramento (signo del Amor que nos busca, nos cura y recupera). Pero hay que despojarlo de los abusos humanos introducidos por el celo formalista y controlador.
Hay que empezar a evangelizar hacia adentro. Cristianizar los cánones por ejemplo, sacarlos del puro rito y convertirlos en Evangelio, en espejo limpio del Dios Amor. Dar la espalda a tu Palabra o a los "signos de los tiempos" -por los que también habla el Espíritu- es negarte nuevamente. ¿Verdad que Tú me comprendes mi Dios amado?
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Observo la Pastoral -que suele ir muy por delante de la cuadriculada ortodoxia- y constato su adhesión a la "absolución general", con la previa preparación comunitaria, para obviar estos abusos. Aunque reconozco que se pierde el valor de la comunicación íntima y personalizada.
A los jóvenes se les viene enseñando, desde hace años, lo que yo llamo la "confesión de papel". Escriben en papelitos sus pecados y después los queman simbólica y comunitariamente al tiempo que reciben la "absolución general".
Espero que también se les enseñe claramente lo esencial del sacramento: la conversión y la perseverancia (contrición de corazón y propósito de la enmienda). Y nuevamente se pierde el diálogo íntimo que, probablemente, también se pierde en "la rutina" de la mayoría de confesiones tradicionales.
Nos empeñamos en añadir exigencias, impropias del Evangelio, a pesar de lo explícitas, claras y consoladoras que son tus lecciones sobre el perdón. Los rígidos partidarios de la circuncisión no han desaparecido. Pero en mi corazón sigue resonando: "El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas que las imprescindibles" (He 15,28). ¡Jamás en el Evangelio se exige confesión de los pecados! ¡Cuánta tradición embarrada e innecesaria nos han cargado a la espalda desde que te fuiste!
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Con el "sacramento de la alegría" (o del regreso) nos pasa algo muy parecido a lo que nos pasa con la oración. Lo hemos distorsionado tanto que ya no sé si realmente nos acerca a Ti o es simple consuelo superficial y rutinario, cuando no vana superstición.
Nuestro hermano Agustín nos enseñó que "la oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros". De la misma manera, el "sacramento del abrazo" no es para que Tú nos perdones, sino para que nosotros nos abramos a tu eterno perdón, nos sintamos perdonados y nos instalemos en tu regazo.
Deseo con toda mi alma que nuestra Iglesia avance por caminos de autenticidad, luz y simplicidad para dejar atrás las complejidades humanas, los inmovilismos, las vanas pretensiones de silenciar al Espíritu, que sopla donde quiere y se expande como la primavera por todo tu Pueblo santo.
Deseo con toda mi alma que avancemos por tu Camino de humildad, amor y servicio. La religión prepotente y atemorizadora no es religión. Es humana y vergonzante osadía.
Aquí dejo y termino los tres pequeños, comprometidos y simples granitos de arena que Tú me entregaste. ¡Ojalá sirvan para el bien de mis hermanos! ¡Loado seas mi Señor!
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¿En qué Dios crees?
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¿A quién oras?
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¿Por qué crees?
¿Porque te lo han dicho o porque has identificado el lenguaje de tu corazón?
Precisamente ahí nacen las certezas y evidencias.
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¿Tu fe es de papel o de sólida roca?
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Las meditaciones de este libro te ayudarán a analizarte y a construir sólido cimiento a lo que crees, a lo que oras y a lo que obras.
Lo escribí para ti, después de larga búsqueda, para que evites mis dolores y mis errores.
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