Entréme donde no supe IV - (Un Dios personal que se te revela)
4.- La experiencia de un "Dios personal":
La expresión "personal" no tiene nada que ver con apropiación, limitación o capricho. El Dios que se revela en el interior de la persona es siempre universal, eterno, único, total.
Sin embargo, la experiencia de ese "más que yo" dentro de mí se concreta con tintes subjetivos. Es decir, el agua del manantial adquiere los contornos del cántaro, del sujeto de la experiencia.
La percepción (sensación) de esa íntima Presencia puede percibirse como Todo, Infinitud, El que es, Eterno, Padre, Amor, etc. Incluso se vive esa Presencia sin intuir un nombre, como quien está inmerso en lo desconocido, en lo misterioso y sublime.
Otras veces esa Presencia toma el nombre de aspiraciones concretas que habitan nuestro ser. Se trata del fenómeno, ya descrito, de comprobar vitalmente (por sensación profunda) que nuestras limitadas "aspiraciones de ser" tienen una prolongación infinita más allá de nuestro ser. Entonces nombramos esa Infinitud, que se hace presente en nuestro interior, con el mismo nombre de nuestra aspiración o rasgo de ser.
Un ejemplo puede ser este verso de san Juan de la Cruz: "De paz y de piedad / era la ciencia perfecta / en profunda soledad / entendida (vía recta) / era cosa tan secreta / que me quedé balbuciendo / toda ciencia trascendiendo" (1).
La experiencia de la Transcendencia se da, por tanto, con mi color, con mis características, en la realidad concreta de mi ser y de mi persona. La vida se encarna en nosotros, las experiencias transcendentes también.
Por eso podemos hablar de un "Dios personal" que se revela en la identidad de nuestro ser. Sería mucho más propio hablar de experiencias, de algo que es plural, variado, mutante, precisamente porque se encarna en nuestra vida personal, en su progresión, en su contingencia, en su movilidad. Se trata, pues, de experiencias encarnadas, enraizadas en los rasgos constitutivos de nuestro ser, de nuestra personalidad.
Baste recordar cómo se representa a los Santos con distinta simbología, según sus preferencias espirituales, con el Niño Jesús, la Eucaristía, el Espíritu Santo, el Crucificado, la Trinidad, etc.
En consecuencia, considero que siempre afecta a estas experiencias la formación del individuo, su perfil sicológico, su historia y sus circunstancias. Aunque se trate de experiencias más allá del cuerpo (sentidos), más allá del yo cerebral (inteligencia, voluntad y libertad), más allá de la actividad normal de la sensibilidad, vienen afectadas por la subjetividad y desarrollo personal, son "experiencias encarnadas".
Cuanto más desarrollada y equilibrada se encuentre la persona (rasgos específicos, funcionamientos, actuar esencial y lazos esenciales) más facilidad encontrará para sumergirse y encontrarse con esa Presencia que nunca falta a la cita cuando se la busca. Siempre responde, siempre está a la puerta: "Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20).
Una vez más comprobamos cómo la disposición subjetiva y la respuesta del individuo afecta a la espiritualidad, a la cosecha, al progreso hacia la plenitud, como muy bien describe "la parábola del sembrador" (Mt 13,3–Mc 4,3–Lc 8,5).
.
(1) "Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación", verso 2.
.
Otro ejemplo de la concreción de ese Dios personal podría ser este poema:
.
Contigo dentro
¿Por qué se arrodilla mi alma
cuando vienes a mi encuentro?
¿Qué has puesto dentro de mí,
que se estremece a tu aliento?
Dime, Señor mi Dios:
¿De qué madera estoy hecho?
¿Por qué fluye en mis entrañas
este ardiente sentimiento?
.
Quiero verte
y no te veo.
Quiero tocarte
y no puedo.
Y, sin embargo, me das
la evidencia de aquí dentro.
¿Qué quieres hacer conmigo
cuando brotas en mi centro?
Siento la luz de tus ojos.
Noto el calor de tus besos.
La emoción mana en hervores.
Tu dulzor me llega presto.
¿Qué debo hacer, Amor?
Si me tienes aquí preso.
Si mi cabeza se inclina,
sumisa, contra tu pecho...
.
Dime, mi buen Amor,
¿Qué hago contigo dentro?
Si me llueven por los ojos
de mi interior los anhelos.
Si ya no me gusta nada
que no sea tu remedo...
Quiero verte
y no te veo.
Quiero besarte
y no llego.
Si me has cautivado, Amor,
dime por qué te quiero.
Por qué te adora mi alma
cuando tu susurro siento.
Por qué me sube este gozo
cuando me inclino hasta el suelo.
.
.
Eres más grande que yo,
eso ya puedo verlo.
Me inundas por todo lado
y rebasas mi cimiento.
Tu presencia se desborda
dentro de mí, Dios Inmenso.
Te gusta mostrarte así
en las honduras del centro.
Y te invitas a mi casa
como mi amigo más bueno.
¿Qué me pides, buen Amor?
¿Qué me pides, Amor bueno?
.
Si llenas todo mi ser.
Si por mi Dios yo te tengo.
Si estoy buscando por Ti
en dónde volcar mi vuelco.
Mi frágil fe entreteje
los hilos de aquel recuerdo:
¡Es verdad que nada pides
y sólo dices: "te quiero"!
La exigencia me enseñaron
de servirte siempre alerto.
De no olvidarme del barro
con que fui un día hecho.
Mas Tú te vienes a mí
con tus guiños y tus juegos.
Te escondes en mis entrañas,
me inundas de paz y beso.
.
Dime, mi buen Amor,
¿Qué hago contigo dentro?
.
.
De "Versos para Orar"
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Continuará...
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La expresión "personal" no tiene nada que ver con apropiación, limitación o capricho. El Dios que se revela en el interior de la persona es siempre universal, eterno, único, total.
Sin embargo, la experiencia de ese "más que yo" dentro de mí se concreta con tintes subjetivos. Es decir, el agua del manantial adquiere los contornos del cántaro, del sujeto de la experiencia.
La percepción (sensación) de esa íntima Presencia puede percibirse como Todo, Infinitud, El que es, Eterno, Padre, Amor, etc. Incluso se vive esa Presencia sin intuir un nombre, como quien está inmerso en lo desconocido, en lo misterioso y sublime.
Otras veces esa Presencia toma el nombre de aspiraciones concretas que habitan nuestro ser. Se trata del fenómeno, ya descrito, de comprobar vitalmente (por sensación profunda) que nuestras limitadas "aspiraciones de ser" tienen una prolongación infinita más allá de nuestro ser. Entonces nombramos esa Infinitud, que se hace presente en nuestro interior, con el mismo nombre de nuestra aspiración o rasgo de ser.
Un ejemplo puede ser este verso de san Juan de la Cruz: "De paz y de piedad / era la ciencia perfecta / en profunda soledad / entendida (vía recta) / era cosa tan secreta / que me quedé balbuciendo / toda ciencia trascendiendo" (1).
La experiencia de la Transcendencia se da, por tanto, con mi color, con mis características, en la realidad concreta de mi ser y de mi persona. La vida se encarna en nosotros, las experiencias transcendentes también.
Por eso podemos hablar de un "Dios personal" que se revela en la identidad de nuestro ser. Sería mucho más propio hablar de experiencias, de algo que es plural, variado, mutante, precisamente porque se encarna en nuestra vida personal, en su progresión, en su contingencia, en su movilidad. Se trata, pues, de experiencias encarnadas, enraizadas en los rasgos constitutivos de nuestro ser, de nuestra personalidad.
Baste recordar cómo se representa a los Santos con distinta simbología, según sus preferencias espirituales, con el Niño Jesús, la Eucaristía, el Espíritu Santo, el Crucificado, la Trinidad, etc.
En consecuencia, considero que siempre afecta a estas experiencias la formación del individuo, su perfil sicológico, su historia y sus circunstancias. Aunque se trate de experiencias más allá del cuerpo (sentidos), más allá del yo cerebral (inteligencia, voluntad y libertad), más allá de la actividad normal de la sensibilidad, vienen afectadas por la subjetividad y desarrollo personal, son "experiencias encarnadas".
Cuanto más desarrollada y equilibrada se encuentre la persona (rasgos específicos, funcionamientos, actuar esencial y lazos esenciales) más facilidad encontrará para sumergirse y encontrarse con esa Presencia que nunca falta a la cita cuando se la busca. Siempre responde, siempre está a la puerta: "Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20).
Una vez más comprobamos cómo la disposición subjetiva y la respuesta del individuo afecta a la espiritualidad, a la cosecha, al progreso hacia la plenitud, como muy bien describe "la parábola del sembrador" (Mt 13,3–Mc 4,3–Lc 8,5).
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(1) "Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación", verso 2.
.
Otro ejemplo de la concreción de ese Dios personal podría ser este poema:
.
Contigo dentro
¿Por qué se arrodilla mi alma
cuando vienes a mi encuentro?
¿Qué has puesto dentro de mí,
que se estremece a tu aliento?
Dime, Señor mi Dios:
¿De qué madera estoy hecho?
¿Por qué fluye en mis entrañas
este ardiente sentimiento?
.
Quiero verte
y no te veo.
Quiero tocarte
y no puedo.
Y, sin embargo, me das
la evidencia de aquí dentro.
¿Qué quieres hacer conmigo
cuando brotas en mi centro?
Siento la luz de tus ojos.
Noto el calor de tus besos.
La emoción mana en hervores.
Tu dulzor me llega presto.
¿Qué debo hacer, Amor?
Si me tienes aquí preso.
Si mi cabeza se inclina,
sumisa, contra tu pecho...
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Dime, mi buen Amor,
¿Qué hago contigo dentro?
Si me llueven por los ojos
de mi interior los anhelos.
Si ya no me gusta nada
que no sea tu remedo...
Quiero verte
y no te veo.
Quiero besarte
y no llego.
Si me has cautivado, Amor,
dime por qué te quiero.
Por qué te adora mi alma
cuando tu susurro siento.
Por qué me sube este gozo
cuando me inclino hasta el suelo.
.
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Eres más grande que yo,
eso ya puedo verlo.
Me inundas por todo lado
y rebasas mi cimiento.
Tu presencia se desborda
dentro de mí, Dios Inmenso.
Te gusta mostrarte así
en las honduras del centro.
Y te invitas a mi casa
como mi amigo más bueno.
¿Qué me pides, buen Amor?
¿Qué me pides, Amor bueno?
.
Si llenas todo mi ser.
Si por mi Dios yo te tengo.
Si estoy buscando por Ti
en dónde volcar mi vuelco.
Mi frágil fe entreteje
los hilos de aquel recuerdo:
¡Es verdad que nada pides
y sólo dices: "te quiero"!
La exigencia me enseñaron
de servirte siempre alerto.
De no olvidarme del barro
con que fui un día hecho.
Mas Tú te vienes a mí
con tus guiños y tus juegos.
Te escondes en mis entrañas,
me inundas de paz y beso.
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Dime, mi buen Amor,
¿Qué hago contigo dentro?
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De "Versos para Orar"
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Continuará...
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