Entréme donde no supe VII y Fin - (Para terminar, algunas preguntas sobre la experiencia de Dios)

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7.- Consideraciones finales:

12 Mi Dios amor



He excedido con creces lo que pretendía. No me resisto, empero, a enunciar algunas breves observaciones sobre algunos puntos concretos:
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1) ¿Experiencia humana o sobrenatural? Me parece que hemos abusado -tal vez estemos abusando- del término "sobrenatural". Esto tiene, como mínimo, tres consecuencias perniciosas:

a) La escasa valoración e incluso desprecio de la obra de Dios: la naturaleza humana. Y, en consecuencia, de los que llamamos "alejados" o "distintos". Ellos no participan de lo "sobrenatural", son solo "naturales". ¡Enorme error y soberbia!

b) La desmotivación de los fieles que consideran inalcanzable el Camino por ser superior a sus fuerzas naturales. Algo en lo que se ha exagerado demasiado.

c) El traspaso de la responsabilidad personal a Dios: Como es sobrenatural lo que pretendo, depende de Él, yo sólo puedo pedir. Y nos instalamos, consciente o inconscientemente, en la pura mendicidad. Cuando somos hijos y herederos con un "poder delegado" incalculable.
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2) ¿Experiencia o contemplación? La contemplación, tradicionalmente entendida, no es más que una concreción de la experiencia. Existen grados o intensidades de contemplación y de experiencia. La línea de separación entre contemplación adquirida (natural) y pasiva (sobrenatural) no está nada clara en la práctica, aunque se haya definido teóricamente.

Me inclino a pensar que tal separación no existe. Dios se derrama sobre todos y se derrama siempre. Las diferencias están en la "apertura" e "inclinación" de nuestro cántaro. A mayor apertura y verticalidad sostenidas, mayor es el llenado.

Las disposiciones del individuo, su limpieza natural (sus raíces sanas), su curación y puesta en orden, facilitan sin duda la contemplación y la experiencia. Sin embargo, esta cuestión meramente teórica resulta tan poco útil como investigar sobre el sexo de los ángeles. Hay que respetar "el misterio". Lo importante es el cultivo y restauración de nuestra naturaleza "humana" (el reino de Dios y su orden están dentro). Es nuestra parte del trabajo, "lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,33 y Lc 12,31).
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7 Mi Dios amor



3) ¿Quiénes tienen la experiencia? Se considera frecuentemente que los sujetos de la experiencia y contemplación son personas privilegiadas, avanzadas, más bien religiosas de profesión. Esto, unido a la utilización abusiva del calificativo "sobrenatural", tiene también efectos perniciosos:

- Una mayoría de fieles ni siquiera intenta alcanzar esa experiencia, consideran que no es para ellos. Se ven privados, por tanto, de la comprobación experiencial de su dimensión transcendente, de la solidez y fuerza que esa dimensión transmite. Se convierten en cristianos "amputados".

- Esa mayoría tampoco cree en su "vocación a la plenitud", lo que se ha llamado "vocación universal a la santidad". En mi opinión, para "palpar" esa llamada es imprescindible haber hecho alguna experiencia de Transcendencia, único medio de comprobar que, cuando se la busca (otra vez el "buscad y hallaréis") la plenitud estalla en nuestro interior, porque es un proceso natural y universal.

- Se ha producido históricamente una apropiación de la experiencia a favor de nuestra religión, a favor de los consagrados, a favor de los creyentes. En mi opinión, la experiencia de Transcendencia es "patrimonio de la Humanidad" y nace, como un géiser o como invisible manantial, de nuestra propia naturaleza, construida de divinidad, expresamente preparada para ese encuentro.

Las visiones reductivas de la experiencia de Dios privan a muchos no creyentes de "oír" su existencia y su canto a través de la Naturaleza, la propia y la circundante. Y, tal vez, nos privan a los creyentes de disfrutar y agradecer esa revelación permanente de Dios en nosotros mismos, en los otros y en cuanto nos rodea.

No puedo callar, a propósito de este punto, dos casos sugerentes. Uno es el de un joven trabajador, confesadamente agnóstico, que sin embargo acude al Nuevo Testamento cuando quiere encontrar una palabra de consuelo, de paz, de humana sabiduría, aunque no crea que fue escrito por inspiración divina.

Otro es el de Mª ÁNGELES GÓMEZ PASCUAL, madre de 8 hijos y abuela de innumerables nietos, profesora de Literatura, viuda durante muchos años, que nos dejó escritos tres preciosos libritos de poemas (1) que rezuman "experiencias" y vivencias místicas por doquier. Podría citar muchos más casos.
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4) Características de la experiencia. Me refiero a las que tradicionalmente se predican de la contemplación y coinciden, en mayor o menor grado, con las de toda experiencia de Dios. La contemplación, se dice, es gratuita, pasiva, totalizadora, simplificadora, fruitiva, inefable y transformante.

Respecto a la gratuidad opino lo mismo que ya he dicho con respecto a la sobrenaturalidad. También el sol o la lluvia nos llegan gratuitamente y no por eso dejan de ser naturales, o pueden emplearse mejor o peor, o podemos exponernos más o menos a su beneficiosa influencia.

Para un creyente, incluso para cualquier hombre intuitivo, todo es gratuito, todo es don de Dios, empezando por los misterios y potencialidades de nuestra propia naturaleza, de nuestra misma vida. Por eso me parece poco relevante afirmar que la experiencia o la contemplación son gratuitas.

Respecto a la "pasividad" no estoy de acuerdo. Podría repetir aquí las mismas consideraciones del anterior punto 2. Puede que exista cierta "pasividad inmediata" pero quién podrá medir o negar la influencia de la preparación remota, del minucioso trabajo de puesta en orden, del cultivo de la vida interior, del trabajo de curación y puesta en verdad, de la docilidad al ser, de la constancia en la oración... Un géiser o un terremoto pueden surgir de la tierra de forma espontánea y sorprendente pero nadie niega que son consecuencias de las corrientes subterráneas, de la vida interior y respiración de la Tierra, moviéndose y asentándose durante siglos.

Sí creo a pies juntillas en el efecto "totalizador", aunque me gusta más la palabra "integrador". Porque, efectivamente, el crecimiento y desarrollo de la persona lleva a una progresiva integración de todas sus instancias y a una simplificación de toda la persona en torno a su centro (su motor, su origen, su ser). Lo que yo llamo su "central nuclear", el ADSL de Padre en sus hijos.

Es evidente, para quien haya hecho la experiencia, que es "fruitiva". No podría ser de otra forma si consideramos que Dios se ha introducido en la vida del hombre como su propia meta, su propia medida ("sed perfectos como vuestro Padre..."), su única saciedad y su específica felicidad. Dios es al hombre lo que el agua a la sed. Lo expresó muy bien san Agustín en la famosa frase ya citada. ¿Cómo no ha de ser fruitivo el encuentro entre la aspiración y su objeto?

La experiencia de Dios puede describirse, pobremente pero puede contarse. No otra cosa son los bellos poemas de Teresa y el Pequeño Fraile, tanto más bellos y comprensibles cuanta más experiencia de Dios tenga quien paladea y rememora.

Lo que ciertamente es "inefable" es el Objeto de la experiencia, que más bien se convierte en Sujeto del sujeto, en Alguien que envuelve y moviliza, que penetra y vitaliza desde dentro. Y, sin embargo, es inabarcable, indescriptible, inagotable. Ese "Alguien más que yo en mí" nos deja, ciertamente, mudos.

Es también "inefable" la relación, el diálogo interior con ese Ser del ser (lo que el hombre siente ante Quien intuye es su familia, su origen y su plenitud). El poema "Pobres Palabras" (incluido en la 2ª parte de este trabajo) es un intento fallido de poner palabras a esa relación íntima con Dios. Es la consecuencia de querer nombrar al Inefable, es la comprobación de nuestra propia limitación en contraste vital con la Inmensidad.
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Se dice, finalmente, que la contemplación o experiencia es "transformante". De lo dicho se deriva esta cualidad. Destacaré solamente que esta transformación incluye la "reparación" sicológica e incluso física del sujeto.

Eso explica que muchas personas, deterioradas por su "ambiente material y humano", hundidas en sus propios desórdenes y aberraciones, hayan logrado alcanzar, sin la necesaria ayuda sicológica (inexistente en otras épocas), cotas de equilibrio y madurez admirables. Las hagiografías de algunos santos son un testimonio claro y repetitivo de esta afirmación.

Nada hay tan movilizador como el contacto con el Motor del Universo. Nada hay tan vitalizante como el contacto con la Vida.

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(1) "La piedra y el aire", "El eco del silencio" y "En la oscura luz". Editados por A.D.I. – Buen Suceso, 18 - 28008 Madrid.
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