Entréme donde no supe V - (Las dificultades para llegar a la experiencia de Dios)

.
5.- Las dificultades:

16 Mi Dios amor



A estas alturas podemos definir la experiencia de Dios como "una sensación profunda de aspiración que revela la Presencia velada e infinita de lo ansiado en lo íntimo de uno mismo". O como lo expresa Juan de la Cruz: "¡Oh cristalina fuente, / si en esos tus semblantes plateados / formases de repente / los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibujados!" (1).

Por tanto, las dificultades para experimentar esa sensación y esa Presencia en lo íntimo vendrán dadas por el nivel de las vivencias del sujeto.

Quien vive fuera de sí, inmerso en el ENTORNO (material o humano), no encontrará siquiera la puerta para entrar en su propia casa.

Quien sólo vive desde el CUERPO, anclado en lo que tradicionalmente se ha llamado "concupiscencia" (nivel de los apetitos animales) y "sensualidad" (nivel de los sentidos), tampoco encontrará la bajada a su interior. Lo que no quiere decir que lo corporal sea malo, sino una instancia de la persona "dependiente" y no "dominante".

Quien vive a nivel de la SENSIBILIDAD ha entrado en el zaguán de su casa pero está expuesto a todos los vientos. Sin lastre, sin referencias profundas y estables, la sensibilidad se convierte en un globo sin anclaje ni rumbo, azotado por todas las corrientes externas e internas. Imposible desde ese torbellino iniciar una bajada al fondo estable de sí mismo. (Hasta aquí nada distinto de lo predicado por la ascética tradicional).

Lo sorprendente es que, durante demasiado tiempo, muchos maestros espirituales han fijado el control de las anteriores instancias de la persona en el YO CEREBRAL (inteligencia, voluntad y libertad), al que han considerado la instancia suprema del hombre. Así han proliferado ascetas que han fustigado el cuerpo y la sensibilidad, amputando dos elementos vitales de la persona humana. Si se rechaza y cercena la "caja de resonancia" del ser humano (cuerpo y sensibilidad) será imposible notar las vibraciones de la presencia de Dios, ese "ligero susurro de aire" que alertó a Elías (1Re 19,12).
.

El ser humano es un ansia permanente de gozo y felicidad. Aunque cercene las atracciones superficiales (físicas o sensibles) no cejará en su empeño (muchas veces subconsciente) de encontrar algún tipo de gozo.

Muchos lo han encontrado en la INTELIGENCIA. Y hasta se han extasiado con el fino y permitido placer intelectual, que les ha servido de "compensación" a la amputación de otras partes de su persona. Muchos teólogos se han deslizado por esta pista creyendo que se acercaban a Dios de forma cierta, segura y hasta deleitosa intelectualmente.

Sin embargo, es imposible encerrar a Dios en una idea, ni captarle en un silogismo. Sugerente es, a este respecto, aquella frase de Tomas de Aquino: "He aprendido más delante del Sagrario que en los libros".

Interminables serían las citas de Juan de la Cruz: "entréme donde no supe", "toda ciencia trascendiendo", "un entender no entendiendo", "ese saber no sabiendo", "a escuras y segura", "noche oscura", "venir a lo que no sabes por donde no sabes", "ya cosa no sabía", "aunque es de noche", etc.

En ellas se insiste y se ratifica esta verdad: A Dios no se le alcanza, no se le toca, no se le experimenta desde la INTELIGENCIA, sino desde la serena profundidad e intuición del SER. "Después del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Tras el terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego" (1Re 19,11).

También hay quienes pretenden llegar a Dios desde la VOLUNTAD, a base de puños, de esfuerzo, de movilizar energías. Suelen ser personas fuertes, dotadas de una energía singular, con una "conciencia cerebral" (basada en normas) muy desarrollada. Seguramente serán tan intransigentes y férreos con los demás como lo son con ellos mismos.

Estoy hablando de una "personalidad voluntarista" que ha sido muy frecuente -tal vez sigue siéndolo- entre personas religiosas con responsabilidades y cargos. Son elegidas o designadas precisamente por su fuerza y orden para llevar el timón de la comunidad o institución, aunque sea a costa de "quebrar" a las personas. Pretenden dar una "imagen" ejemplar, especialmente a los de arriba, basada en el cumplimiento normativo. Y su rigidez les incapacita para tener una mirada misericordiosa hacia los de abajo. Consideran su "autoridad" como recibida del "poder de Dios", más que como una obligación de servicio y de entrega a los otros.

A este tipo de personas les será muy difícil, por no decir imposible, llegar a la "experiencia de Dios", aunque se consideren muy religiosas y muy perfectas.

Recuerdo, al hilo de esto, aquella frase de san Josemaría Escrivá: "¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! - Piensa, entonces, qué es lo más heroico" (2). O como se cuenta de Elías: "Sopló un viento fuerte e impetuoso que descuajaba los montes y quebraba las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento" (1Re 19,11).

Finalmente hay quienes no usan la LIBERTAD y siguen un camino predeterminado, no autónomo. Prevalecen en ellos las normas, las cuadrículas, los mapas. No hacen "opciones de vida", no utilizan su "conciencia profunda", sólo siguen los caminos trazados por otros, imitan y repiten. A este seguimiento, carente de opción propia, de compromiso vital, de coherencia profunda, suele acompañarles un "voluntarismo obediente". Se apoyan en la voluntad de quien dirige, que todo lo justifica. Unas veces con enorme esfuerzo (voluntarismo) y otras con una obediencia mecánica, siendo satélites de otros (emulación pasiva). Podríamos llamarles "adoradores del sábado", complacidos con sus ritos y rutinas.

Esta rigidez, como todas las anteriores, endurece a las personas y dificulta el descenso al SER, único lugar donde Dios se revela. Es más, tanto la "rigidez" como la "dependencia" -de algo o alguien- impiden tomar el camino de descenso. Bien porque el sujeto no se fía más que de los caminos trillados y no se atreve a probar otros nuevos. Bien porque no acierta a abandonarse a sus sensaciones profundas, ni a ser dócil a la voz del ser. Bien porque sus hábitos e ideales están construidos desde el "yo cerebral" o desde "los otros", con abandono de su propia bodega.

Durante un curso de Sicopedagogía del Crecimiento, un sacerdote dominico rezó públicamente esta improvisada oración: "Te doy gracias Padre porque, después de estar toda mi vida intentando ser alpinista para conseguir las cumbres de mis ideales, por fin me he dado cuenta que lo que importa es ser minero".

Se me quedó grabada esta plegaria porque sintetiza muy bien la dificultad -subconsciente e ignorada- de muchas personas religiosas: Intentan caminar hacia arriba y hacia fuera, cuando la fuente de la Vida está dentro y profunda. Lo dice expresamente el Evangelio: "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21).

.

Todas las dificultades esbozadas se resumen en una: La insuficiente "puesta en orden" de la persona. "Estando ya mi casa sosegada", dice Juan de la Cruz.

Para conseguirlo son de enorme ayuda determinadas Sicologías actuales que nos ayudan a reencontrar el orden natural, derivado de la propia constitución del ser humano, de su propia naturaleza. Esto ayuda mucho más que las teorías sobre la "gracia" que han inundado la tradicional pedagogía religiosa. Por la sencilla razón de que la "gracia" siempre está ahí, queriendo brotar desde el fondo, porque Dios no es un cuentagotas sino un torrente.

El problema principal radica en encontrar "el camino de la interioridad". Por eso ayuda mucho la Sicología y la Sicopedagogía del Crecimiento. Nos ayudan a restablecer el orden o equilibrio de la persona, a encontrar el correcto funcionamiento de las 4 instancias de la persona (cuerpo, sensibilidad, yo cerebral y ser) y a vivir un orden de prioridades entre esas instancias.

La primacía la tiene siempre el SER, como centro autónomo de la persona, al que deben someterse tanto la INTELIGENCIA (el otro centro autónomo) como el resto de las instancias o niveles de la persona.

Durante mucho tiempo se pensó que el único y máximo centro autónomo del hombre era la INTELIGENCIA, pero se ha descubierto que la fuente de la vida y el cimiento de la persona está en las profundidades del SER, irremisiblemente conectado con una Transcendencia, porque estamos enraizados en ella, porque estamos hechos "a imagen y semejanza" (Gen 1,26). Cada religión la llamará de una manera, pero la experiencia es común.

.

He escrito repetidamente que el Evangelio no es más que el "mapa de humanidad" que los hombres habíamos perdido o el "libro de instrucciones" del ser humano, el "manual de uso" de la persona. La forma cultural en que está escrito, a base de ejemplos prácticos (parábolas) y dichos (logion), en contraste con la influyente cultura griega y romana del hombre como sujeto de fuerza e inteligencia, nos ha dificultado la interpretación de la "buena noticia": el camino de retorno al orden original y a la experiencia de Dios como Amor y Padre.

Nuestros místicos, siempre adelantados a su tiempo, ya describieron la necesaria "puesta en orden" de la persona y la "docilidad" de la INTELIGENCIA al SER. San Juan de la Cruz lo describe: "salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada / a escuras y segura / por la secreta escala disfrazada /... a escuras y encelada estando ya mi casa sosegada. /... sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía..." (3).

Las investigaciones y experiencias de la Sicopedagogía del Crecimiento del sacerdote católico André Rochais (4) han venido a confirmar las intuiciones y experiencias de nuestros místicos.

Por contra, los tradicionales temores de nuestra jerarquía sobre "lo nuevo", los recelos sobre "la sensibilidad" y "la afectividad" (sensaciones y sentimientos) y, en definitiva, sobre todo lo que no sea "cerebral", está retrasando su incorporación a la formación cristiana.

.

Sin embargo, el Cristianismo no es más que el "camino de vuelta" al Hombre original, en cuyo centro late espontánea y naturalmente la Vida. En el Evangelio está expresado repetidamente. Cito solo algunas frases: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6); "Aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn14,20); "Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos" (Jn 10,9).

Jesús se autoproclamó insistentemente "Hijo del Hombre", es decir, el Humano, el Hombre modelo. Dios se encarnó para enseñarnos experimentalmente a ser humanos, como un padre o una madre se agachan o tiran al suelo para enseñar a andar o jugar a sus hijos.

El expreso designio del Creador quiso hacer una criatura abierta al Infinito, abierta a su Horizonte desde su propio centro esencial. La percepción intuitiva de esta realidad, a través de las emanaciones del ser, captadas por la sensibilidad profunda, es lo que nos hace decir que la persona nace "preñada de Dios". Somos -lo recordamos poco- continente y contenido de un Creador trascendente e inmanente a la vez.

.

Esta última dificultad, la resistencia a los cambios y novedades de la Iglesia oficial, con ser externa, no es menos importante que las anteriores. Sobre todo para los que vivimos influidos, cuando no compelidos, por una formación religiosa obsoleta y una Teología primordialmente cerebral.

Parece que hayamos olvidado que la religión es, sobre todo, "experiencia de Dios", unión con Dios (religare). Y que Dios es Vida: movimiento, cambio, expansión, crecimiento, desarrollo, explosión, difusión, multiplicación...

A la luz de estas modestas reflexiones habría que intentar el "equilibrio" entre la Teología (tratado de Dios) y la Teopraxis (experiencia de Dios). Esta necesidad late en el Pueblo de Dios, al que las teorías y abstracciones no convencen ni apasionan. A los fieles nos gustaría oír la exclamación de Job en boca de muchos teólogos actuales: "Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos" (Job 42,5).

Viene al caso la famosa anécdota de Tomás de Aquino quien, al final de su virtuosa vida e ingente obra teológica, se negó a seguir escribiendo. Su fuerte experiencia de Dios le hizo confesar a su secretario y compañero que todo lo que había escrito le parecía paja. Ése, en definitiva, es el testimonio de todos los místicos quienes, después de "vivir" a Dios, sólo balbucean.

________________________________

(1) "Cántico espiritual", verso 11.
(2) Camino, nº 204.
(3) Noche Oscura, "Canciones del alma...", primeros versos.
(4) André Rochais: sacerdote y sicopedagogo francés, fundador del organismo de formación PRH Internacional (Personalidad y Relaciones Humanas). 1921 - 1990
.

Continuará...
.

Z - cenefa 16


.










.





________________________________________________________________________

________________________________________________________________________

Volver arriba