Mi Dios amante y amado II - (Diálogo sobre la Creación, Encarnación y Redención)
"Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío" (Sal 41). Es cierto, hay en el AT textos bellísimos que nos acercan a Ti. Pero aquellos años remotos contienen tanta violencia y reflejan un "rostro divino" tan colérico y vengativo que me ahuyentan en vez de acercarme.
No entiendo cómo nuestros dirigentes se empeñan en inyectarnos esos textos que distorsionan tu "verdadero rostro". Me consta que éste es un elemento más de su "cosecha de antipatía" por no saber renovarse y prepararnos el alimento adecuado.
Prefiero los textos más realistas que hablan de tu dulzura, tu cuidado, tu ternura y tu perpetuo caminar a nuestro lado. No quiero encontrarme con el "dios fielato" que cobra ya por el mero hecho de nacer y te pone la marca de desterrado. Prefiero anclarme en el NT y contemplar tu rostro en el Hijo:"El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9).
Pero también ahí, en el segundo testamento, las interpretaciones "humanas" quiebran la coherencia de tu rostro, de tu bello rostro. ¡La coherencia, esa vela orante que me acompaña en mis búsquedas!
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Me hiere profundamente -lo sabes- esa careta de "dios cobrador" que te han colgado. Al parecer, según "sabios y entendidos", la Encarnación y la Redención fueron motivadas por tu necesidad de cobrarnos una deuda, la deuda de nuestros pecados.
Te han identificado con un "dios de ventanilla", un altísimo señor sentado en la "ventanilla de cobros y pagos". Hasta ella se acerca tu Hijo con toda su sangre -que previamente nosotros le hemos arrancado- y paga nuestra deuda. Saciada así tu infinita sed de justicia nos entregas el "boleto de la redención", se abren los cielos y quedamos redimidos para siempre.
Ya ves, te hemos convertido en un "dios negociante, prepotente y cruel" que exige el precio máximo (la sangre del Hijo) a cambio del perdón a la raza humana. ¡A qué disparatada degradación te hemos sometido, mi Dios amado!
Te suponemos un "dios necesitado". Necesitas nuestra expiación, necesitas un precio a cambio de tu perdón. Si no, no quedas satisfecho y nos cierras tu cielo a cal y canto. Pero un "dios necesitado" -lo sabes muy bien- no es Dios. Hasta qué punto te hemos negado con primitivas interpretaciones irracionales.
¡Qué dolor, mi Dios amante, verte así tratado! Mientras con una mano brutal -instigada por los jefes religiosos- crucificábamos al Enviado, con la otra te echábamos a Ti la culpa: Esa cruz era tu voluntad, tu plan previsto desde la eternidad para poder perdonarnos, para saciarte de sangre y abrir la mano... "Félix culpa", cantamos en semana santa, feliz el "pecado original" que mereció tan buen "pagador". ¡Madre mía, madre mía!
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Ese razonamiento -es evidente- procede de una "mente judía", empapada en la "necesidad del sacrificio para la justificación". Pero fíjate, mi Dios amado, parece -para nuestra tristeza y desconcierto- que nuestros guías religiosos no se han dado cuenta y no han rectificado.
Pasados más de dos mil años los textos oficiales, nuestra liturgia, nuestra piedad y nuestros iconos siguen impregnados de aquella arcaica interpretación judía. Resuenan en mi corazón herido aquellas palabras que tu Hijo dirigió a los fariseos: "¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o matar? Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira y dolido por su obstinación..." (Mc 3,4).
Nuestros obstinados fariseos actuales (sabios, modelos, guías, perfectos, intérpretes autorizados...) nos siguen imponiendo el inmovilismo oficial del "sábado" frente al sentido común de los que te buscamos con libertad y sencillez. Porque la doctrina católica escrita insiste en que aquel "crimen legal" fue un pago, un sacrificio puntual de valor infinito por el que todos quedamos redimidos. Así que triunfalmente tranquilos, todo está hecho, la expiación realizada, el perdón obtenido y todos salvados...
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No hemos comprendido todavía que la Redención es un proceso abierto desde la eternidad y revelado por tu Hijo. Que jamás nos soltaste de la mano. Que jamás nos rechazaste. Que tu perdón fluye desde la eternidad sin necesidad de transacciones de sangre. Que la doctrina judía está superada por la revelación cristiana.
Que la regeneración predicada y ejemplificada por tu Hijo es tu Bondad encarnada que nos persigue para apartarnos del sufrimiento y convertirnos en humanos, en "hijos" felices.
Hemos ignorado que Tú actúas a través de la naturaleza evolutiva y perfectible del hombre. El Dios verdadero no puede ser otra cosa que Luz perpetua, que se nos va haciendo visible a medida que maduran nuestros ojos.
No puedes ser otra cosa, mi Dios, que Bondad infinita redimiéndonos continuamente, Amor incondicional lavándonos las heridas y abrazándonos... Lo que Tú has querido siempre, tu auténtica voluntad, no son dolores y cruces sino que dejemos de ser "hijos pobres, hambrientos y doloridos de Padre millonario". ¿Acaso no nos quedó claro en la parábola del hijo pródigo de un padre amante?
Sin embargo, parecemos una "secta judía" en vez de seguidores de nuestro Señor Jesucristo. Hemos disfrazado nuestro crimen de "expiación" y "nos hemos justificado" diciendo que eso era lo que Tú querías para nuestro bien, para nuestra redención.
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Cada día veo más claro que en la Creación, la Encarnación y la Redención NO hay nada para Ti, ni pagos, ni precios, ni satisfacciones, ni gloria. NADA, absolutamente nada necesitas de nosotros, precisamente porque Tú eres el único y verdadero Dios.
Todo lo hiciste por y para nosotros. Todo es don de tu gratuidad. No sería auténtico tu amor si esperase contraprestación. Ni siquiera la de tu alabanza y tu gloria. No eres el "Gran Narciso" que necesita reflejarse en la creación para obtener gloria y enamorarse de sí mismo. Tú ya tienes la plenitud en la Trinidad.
Pero nosotros SÍ te necesitamos, SÍ, porque nuestra esencia es "hambre", pura necesidad, inacabado deseo de plenitud. Y no podemos evitar adorar, alabar y glorificar al Todo del que formamos parte. Como el espejo devuelve los rayos al sol, como la flor colorea la mano del jardinero, como la montaña se empina para besar el cielo... Si estamos limpios, no podemos hacer otra cosa que reflejar la gloria que en nosotros has sembrado.
Por tanto no hay pagos que hacer, no hay ofensas infinitas que saldar. ¿Quiénes somos nosotros para poder ofenderte? Existe un Padre enamorado de sus criaturas "que no quiere que ninguna se pierda" (Mt 18,14). Solo hay amor, derroche de amor, de bondad, de gratuidad. Lo que siempre has pretendido es hacernos partícipes de tu felicidad. Así de sencillo, así de fácil.
Por desgracia nuestra mal usada "libertad", unida a nuestra "limitación" (nuestra poca cabeza), ha trastocado el mundo, ha sembrado el desorden, la injusticia, el dolor... Nos entregaste un planeta radiante y feraz, nos diste una inteligencia, una voluntad y una libertad a tu imagen. Y nos nombraste administradores de todo: "Creced y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla" (Gen 1,28). ¡Y ya ves lo que hemos hecho!
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Por eso echa pie a tierra tu Hijo, para cogernos de la mano y recordarnos la "humanidad" que llevamos inscrita en nuestro corazón, ésa que evidencia de quién somos hijos y cómo es nuestro Padre.
Para que podamos reconocerte, Dios nuestro, y nos alejemos de los ídolos, de las imaginaciones tétricas, de los destructivos miedos, de una administración quebrada. Ésa es la Encarnación, el botón de muestra del "Hombre auténtico", del "rostro de un Dios" que nunca hubiéramos alcanzado a ver, del "Dios con nosotros", siempre a nuestro lado.
No hay víctimas propiciatorias, ni mediadores infinitos para obtener el perdón. Nos tienes perdonados desde la eternidad. No necesitas nada, ni siquiera que te pidamos perdón. Solo quieres que seamos felices, que nos abramos al regalo que significa la vida, que seamos "hijos humanos" y NO fieras que se devoran mutuamente. Por eso vienes. Por nosotros, NO por Ti.
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Y en los años de su vida terrena tu Hijo nos va mostrando el camino de nuestra redención, de nuestra elevación a "seres humanos", superando nuestra animalidad y la depravación que nos acecha y destruye. Ese es el Camino, la Verdad y la Vida verdaderos que se encarna y visualiza.
La Redención no es un hecho puntual y milagroso. Menos aún un pago que Tú necesitaras. Es un proceso abierto (un camino) al que podemos y debemos adherirnos si queremos ser verdaderamente humanos. También es un proceso social, una evolución hacia la convivencia, la solidaridad, la justicia y el orden perfectos.
Nadie podrá negar que el Cristianismo ha sido un fenómeno de avance en humanidad. Allí donde se ha extendido (salvadas las corrupciones que nosotros mismos hemos podido inocular) ha sembrado un proceso humanizante.
La Redención es un proceso evolutivo mostrado, enseñado y testificado por tu Hijo. Solo nuestra ADHESIÓN real a esa enseñanza, nuestro caminar por ese Camino, nos llevará a la redención completa, a la plenitud individual y a la plenitud social, es decir, a la salvación del mundo. Es el proceso que Tú nos anunciaste para conseguir "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21,1) y desembarcar en la meta: "Que Tú, mi Dios, lo seas todo en todos" (1Cor 15,28).
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¿En qué Dios crees?
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¿A quién oras?
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¿Por qué crees?
¿Porque te lo han dicho o porque has identificado el lenguaje de tu corazón?
Precisamente ahí nacen las certezas y evidencias.
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¿Tu fe es de papel o de sólida roca?
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Las meditaciones de este libro te ayudarán a analizarte y a construir sólido cimiento a lo que crees, a lo que oras y a lo que obras.
Lo escribí para ti, después de larga búsqueda, para que evites mis dolores y mis errores.
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