¿Tiene la Jerarquía misericordia del Pueblo de Dios? (4º Parte: "Liturgistas más duros que terroristas")
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"Mi alma llorará en secreto por vuestro orgullo; llorará sin descanso y mis ojos derramarán lágrimas, porque el rebaño del Señor es conducido al cautiverio" (Jer 13,17).
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Terminaba la parte anterior, la penúltima, llorando por una Iglesia que camina hacia el destierro. No es la primera vez que lloro públicamente por mi Iglesia (1).
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Se nos vacían los templos, nuestros hijos no comprenden nuestra religión (a pesar de que les impusimos estudiarla), la gente nos mira con recelo o vergüenza ajena, salvo cuando demostramos solidaridad. No comprenden ni nuestro rancio inmovilismo, ni nuestras teorizaciones o supersticiones.
Pero seguimos rechazando a los profetas, no queremos oír críticas, nos aferramos a las formas, a las cuadrículas, a los ritos, a las rutinas, a las "tradiciones de barro". Confundimos "fidelidad" con "clericalismo". Nuestros Pastores se pasan la vida haciendo "planes", pensando en evangelizar, ideando estrategias, "pensando"... Es lógico, son intelectuales, los mejores de la clase, los triunfadores, los llamados a mandar.
No les niego buena voluntad, es seguro que la tienen (también la tenían los crucificantes del Señor). Creo que les falta lucidez interior (Espíritu), realismo y escucha. Miran y remiran su ombligo y el de su claque, pero NO se meten entre las ovejas. Y mucho menos salen corriendo tras de las que huyen porque pasan "hambre" en el majadal.
¿Quién pregunta y escucha a los fieles? ¿Quién se preocupa de sus quejas y llantos? ¿En qué buzón podemos depositar nuestras súplicas y sugerencias? A los "Protestantes" (lo escribo con mayúscula por respeto y cariño) les echamos en su día (¡qué pecado!). Y ahora a los protestones, quejicas y críticos que buscan la luz del horizonte, les arrinconamos o los hundimos. (¡Hay que mantenerse en lo de siempre. Nos lo ha dicho "dios" porque somos sus elegidos, sus intérpretes infalibles!).
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¿Nos preguntaron sobre lo que deseábamos los católicos de la oración comunitaria, de la Liturgia obligada? ¿Nos acercan los recientes y flamantes Libros Litúrgicos al verdadero rostro de Dios? ¿Nos ayudan a dirigirnos a Él sin confusión?
Perdonadme mi obsesión y mi insistencia: Creo que seguimos llenos de ídolos (humanos y divinos) a los que gritamos como los antiguos baalitas: "Al mediodía, Elías comenzó a reírse de ellos: ¡Gritad más fuerte! Si él es dios, tal vez esté ocupado o quizá esté haciendo sus necesidades o tal vez salió por un rato. A lo mejor está durmiendo…" (1Re 18,27). (Me viene a la memoria la señora que ayer entró, durante la consagración, directamente a la capilla de san Judas donde no falta ni hucha, ni flores, ni velas. Es que es muy rentable…).
Mientras tanto el Amante invisible sigue aporreando nuestra puerta con todo su amor, consuelos y auxilios: "Estoy a la puerta y llamo…" (Ap 3,20).
¿Qué hacen nuestros "guías", los responsables del Pueblo? Pues editan preciosos libros litúrgicos "obligatorios" con enormes lagunas, equívocos, confusiones y antiguallas (algo he ido desgranando en los anteriores capítulos). Reconozco que no puedo tragar tanta petición, tanta intercesión, tanta palabrería, tanta abstracción, tanta frialdad, tanta rutina y tantas incompresibles "antigüedades".
Si sigo celebrando la santa Misa con los curas que me tocan en suerte, es porque deseo ardientemente rezar con mis hermanos y unirme a ellos en alabanza y acción de gracias. Y, sobre todo, expresar mi determinación de abrir y abrazar a ese "Amante de la puerta" que espera respuesta. ¡Mi respuesta! La suya la tengo garantizada desde la eternidad.
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Hace algunos meses (en el 2015) me felicitaba yo por el acierto de mis Obispos españoles al haber editado unos nuevos Leccionarios. Ni corto ni perezoso, me fui ilusionado a comprarlos.
Comprobé que era una edición lujosa, bonita, letra grande y no excesivamente cara. Pero cuando comprobé los textos e inquirí sobre ellos, comprobé que eran los mismos de los viejos Leccionarios con una traducción adaptada a los gustos de la CEE. ¡La selección de textos no había cambiado!
Hace unos días (07-10-2016) se presentó en la CEE la 3ª edición del Misal Romano. Me lancé sobre la noticia como león hambriento y me quedé sin dientes contra la dureza e inmovilidad de nuestros jerarcas. Nada importante había cambiado. Lo resumí en la postdata de mi escrito anterior. El comentario de nuestro flamante nuevo Cardenal de Madrid fue tétrico: "Un libro para dotar de mayor esplendor y belleza a las celebraciones de la eucaristía".
Le tengo mucha simpatía a mi Obispo, pero sus palabras me catapultaron directamente al Evangelio: "Limpiáis por fuera la copa y el plato…" (Lc 11,39). "Sois como sepulcros blanqueados que por fuera aparecen hermosos pero por dentro…" (Mt 23,27).
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Yo creía, en mi ingenuidad, que el retraso en la "reforma litúrgica" era debido al coste de unos libros nuevos. ¡Me equivoqué! Se han editado Leccionarios y Misal nuevos y lujosos pero con parecidísimo contenido. Otra vez nos han engañado actuando a su sapientísima bola y olvidando nuestras necesidades: "¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo. ¿Y cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?" (Lc 12,56).
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No hace mucho Justin Welby (Primado anglicano) visitó al Papa en el Vaticano. En el transcurso del encuentro bromeó: "¿Sabe la diferencia entre un liturgista y un terrorista? Pues que con el terrorista se puede negociar".
Nuestro querido Francisco soltó una sonora carcajada (tal vez protocolaria). Posiblemente más tarde, a solas, se arrepintió y lloró. Es muy triste que quienes deben guiar nuestro acercamiento "oficial" a Dios sean más duros, inflexibles y terrenos que los terroristas…
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¿Si los guías oficiales no saben mostrarnos al Abba de Jesús, en qué Dios creeremos los católicos? ¿A quién rezaremos? ¿Cómo intuir el verdadero rostro de un Dios invisible? ¿Si nos dedicamos casi exclusivamente a pedir milagros, de uno u otro calibre, y nos agarramos a la influencia de "seres humanos" tan limitados como nosotros, cuál es nuestra parte en la construcción del Reino?
El Dios verdadero, el intuido y el revelado, es como el aire que no se ve pero es imprescindible para respirar, para vivir, para alimentarnos. ¿Quién mueve tu corazón, quién oxigena cada célula de tu cuerpo? ¿Dónde guardas la batería que alimenta las múltiples funciones de tu naturaleza? Sin aire, morirías de inmediato. El Padre que nos creó nos abraza en todo momento y nos inhala su aliento para que nos desarrollemos y lleguemos a la maduración de todos los dones que sembró en nosotros (su propio ADN). "¿No acabáis de entender ni de comprender? ¿Estáis ciegos? ¿Para qué tenéis ojos si no veis, y oídos si no oís?" (Mc 8,17).
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A un Dios que siempre está a nuestro lado, que nos levanta cuando queremos volar, no hace falta pedirle gran cosa. Basta con respirarle. Inspiramos para alimentarnos de Él y expiramos para soltar todas nuestras inmundicias, nuestros malos funcionamientos, nuestros errores y atonías.
Cuando nos dirigimos a Él, lo primero es reconocer su entrega "gratuita", su disponibilidad, su transfusión de vida concreta, la tuya. Ahora hacemos justo lo contrario, pretendemos "arrancarle" lo que nos está dando a manos llenas.
Si tenemos sensación de asfixia (podemos pasar por dolores, carencias, fracasos, desesperanzas, oscuridades…) hay que acelerar la respiración, buscar el aire puro (sin contaminación del ambiente), aprender a respirar más hondo.
Nuestra oración debería ser expresión de nuestros íntimos deseos, de nuestras aspiraciones, incluso de nuestras quejas y llantos. Eso nos ayuda a apoyar nuestra fragilidad, a estimular la fuerza interior, a ser conscientes de nuestras potencialidades, a utilizarlas y crecer (movernos). La oración es al espíritu lo que la gimnasia al cuerpo: el medio de fortalecerse y desarrollarse.
Pedirle al aire (siempre acariciándonos) que nos dé, nos dé, nos dé… es bastante absurdo. Me imagino a ese Padre amante diciéndonos lo que yo suelo repetir a mis hijos: "Te lo he dado todo y te lo seguiré dando. Pero no puedo vivir tu vida por ti. Eres autónomo y libre, construye tu vida con buenas decisiones".
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Cuando ores, observa si estás pretendiendo que Dios se mueva, porque entonces estás imaginando un "dios pequeñito y falso". Para orar has de situarte en "lo mejor de ti" y concientizarlo, sentirlo, desear realizarlo, expandirlo. Procura evitar los "te ruego", "te pido", "escúchame", "acuérdate"…
Intenta expresar lo que sientes en la profundidad de tu ser: Quiero, deseo, anhelo, me adhiero, busco, decido, estoy determinado, etc. En suma, tú te mueves consciente y libremente hacia Dios, intentas asociarte a sus deseos (que no son otros que tu feliz madurez) y no a la inversa.
¡Claro que es válido y consolador apoyar nuestra fragilidad, tristeza, soledad, pobreza, miedo, pecado y llanto en el regazo de Dios! A mí me resulta muy pacificadora esta jaculatoria: "Me abandono en Ti, confío en Ti, descanso en Ti". O la bíblica: "En Ti somos, nos movemos y existimos" (He 17,27). Y me dejo arrullar…
A veces pienso cómo rezaría un "grano de trigo" a la madre tierra, si gozara de libertad e inteligencia como yo. Me imagino que expresaría sus deseos de zambullirse en el surco y dejarse enamorar por el "abrazo de la tierra" para germinar, desplegarse y convertirse en alimento. ¿Se parecen nuestras oraciones litúrgicas o privadas a la "oración del grano de trigo"?
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Que todo esto NO sea enseñado y practicado por nuestros dirigentes en la "oración oficial" por excelencia, en la santa Misa, me llena de frustración y tristeza. En vez de ayudarme me ponen zancadillas. "¿Somos también nosotros ciegos? Y les dijo: Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado" (Jn 9,40).
¡Qué maravillosa catequesis sería una "oración litúrgica" bien construida, bien apoyada en el Evangelio! La repetición nos sacaría de los "falsos dioses", de las "supersticiones" y nos ayudaría a vislumbrar al Padre.
Para los que rezamos con la Iglesia sus "oraciones oficiales" (santa Misa u Oficio divino) qué alimento más nutritivo sería. Por ejemplo, nunca he entendido que no se incluya en algún Canon la llamada "oración sacerdotal" de Juan (Jn 17,11).
Otra pregunta que me asalta y me lacera: ¿Estos señores (no hay señoras) que nos dirigen harán "oración personal" de verdad o se conforman con las rutinas litúrgicas? ¿Por qué no ven lo que a mí -incauta ovejilla balante- me llega como un chorro de luz, como una evidencia? ¿De qué predican o enseñan, de conceptos y abstracciones, de sus tesis doctorales, o de la "vida interior" que descubren en la búsqueda y contemplación del Abba de Jesús?
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Quisiera terminar con broche de oro esta larga meditación. Es de justicia expresar mi admiración, agradecimiento e inacabable afecto a los misioneros, sacerdotes, teólogos, catequistas, monjes y monjas que ayudan al Pueblo de Dios a descubrir el "verdadero rostro" de nuestro Padre.
Muchos no pueden expresarse públicamente con la claridad que yo lo hago porque se juegan el pan nuestro de cada día... A ellos dedico mi libertad, mi claridad y mi denuncia. Sé que ellos sienten lo mismo. ¡Ojalá les sirva de consuelo y esperanza!
Porque el problema que aquí denuncio no es de todos los eclesiásticos de a pie, sino de la Institución y quienes la dirigen desde distintas cúspides. La han convertido en "estatua de sal" que mirando atrás se ha quedado inmóvil. Solo el gemido incansable del Pueblo, empujado por el Espíritu, la hará despertar. Olvidaron el Evangelio: "El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás no es apto para el reino de Dios" (Lc 9, 62). Olvidaron que somos cristianos y no judíos: "El vino nuevo se echa en odres nuevos" (Mt 9,17 y Sinop.).
A mí y a tantos solo nos queda el consuelo de la luz que nos guía y de la plegaria del Señor: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla" (Mt 11,25).
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Un ejemplo corto de la forma de orar de los adoradores del Abba de Jesús:
"Señor, Dios nuestro, que nos amas a cada uno con amor de enamorado, queremos sentirte y amarte como tú nos amas. Queremos caminar en la Luz que nos trajo tu Hijo Jesucristo y desarrollar todas nuestras capacidades para nuestro bien y el de todos nuestros hermanos". Amén.
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(1) "Un Jeremías de pacotilla en la barca de Pedro"
http://blogs.periodistadigital.com/jairodelagua.php/2014/06/06/p352972#more352972
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Así llora el Pueblo de Dios:
¡Tenemos hambre! ¡Tenemos hambre! ¿Oyen Señores Obispos el llanto de los católicos a los que ustedes sirven piedras untadas de mantequilla?
https://www.youtube.com/watch?v=IvtKUN1xxTM
¿Los que se ríen serán los inmisericordes liturgistas? ¿O los que los nombran y aprueban?
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"Mi alma llorará en secreto por vuestro orgullo; llorará sin descanso y mis ojos derramarán lágrimas, porque el rebaño del Señor es conducido al cautiverio" (Jer 13,17).
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Terminaba la parte anterior, la penúltima, llorando por una Iglesia que camina hacia el destierro. No es la primera vez que lloro públicamente por mi Iglesia (1).
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Se nos vacían los templos, nuestros hijos no comprenden nuestra religión (a pesar de que les impusimos estudiarla), la gente nos mira con recelo o vergüenza ajena, salvo cuando demostramos solidaridad. No comprenden ni nuestro rancio inmovilismo, ni nuestras teorizaciones o supersticiones.
Pero seguimos rechazando a los profetas, no queremos oír críticas, nos aferramos a las formas, a las cuadrículas, a los ritos, a las rutinas, a las "tradiciones de barro". Confundimos "fidelidad" con "clericalismo". Nuestros Pastores se pasan la vida haciendo "planes", pensando en evangelizar, ideando estrategias, "pensando"... Es lógico, son intelectuales, los mejores de la clase, los triunfadores, los llamados a mandar.
No les niego buena voluntad, es seguro que la tienen (también la tenían los crucificantes del Señor). Creo que les falta lucidez interior (Espíritu), realismo y escucha. Miran y remiran su ombligo y el de su claque, pero NO se meten entre las ovejas. Y mucho menos salen corriendo tras de las que huyen porque pasan "hambre" en el majadal.
¿Quién pregunta y escucha a los fieles? ¿Quién se preocupa de sus quejas y llantos? ¿En qué buzón podemos depositar nuestras súplicas y sugerencias? A los "Protestantes" (lo escribo con mayúscula por respeto y cariño) les echamos en su día (¡qué pecado!). Y ahora a los protestones, quejicas y críticos que buscan la luz del horizonte, les arrinconamos o los hundimos. (¡Hay que mantenerse en lo de siempre. Nos lo ha dicho "dios" porque somos sus elegidos, sus intérpretes infalibles!).
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¿Nos preguntaron sobre lo que deseábamos los católicos de la oración comunitaria, de la Liturgia obligada? ¿Nos acercan los recientes y flamantes Libros Litúrgicos al verdadero rostro de Dios? ¿Nos ayudan a dirigirnos a Él sin confusión?
Perdonadme mi obsesión y mi insistencia: Creo que seguimos llenos de ídolos (humanos y divinos) a los que gritamos como los antiguos baalitas: "Al mediodía, Elías comenzó a reírse de ellos: ¡Gritad más fuerte! Si él es dios, tal vez esté ocupado o quizá esté haciendo sus necesidades o tal vez salió por un rato. A lo mejor está durmiendo…" (1Re 18,27). (Me viene a la memoria la señora que ayer entró, durante la consagración, directamente a la capilla de san Judas donde no falta ni hucha, ni flores, ni velas. Es que es muy rentable…).
Mientras tanto el Amante invisible sigue aporreando nuestra puerta con todo su amor, consuelos y auxilios: "Estoy a la puerta y llamo…" (Ap 3,20).
¿Qué hacen nuestros "guías", los responsables del Pueblo? Pues editan preciosos libros litúrgicos "obligatorios" con enormes lagunas, equívocos, confusiones y antiguallas (algo he ido desgranando en los anteriores capítulos). Reconozco que no puedo tragar tanta petición, tanta intercesión, tanta palabrería, tanta abstracción, tanta frialdad, tanta rutina y tantas incompresibles "antigüedades".
Si sigo celebrando la santa Misa con los curas que me tocan en suerte, es porque deseo ardientemente rezar con mis hermanos y unirme a ellos en alabanza y acción de gracias. Y, sobre todo, expresar mi determinación de abrir y abrazar a ese "Amante de la puerta" que espera respuesta. ¡Mi respuesta! La suya la tengo garantizada desde la eternidad.
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Hace algunos meses (en el 2015) me felicitaba yo por el acierto de mis Obispos españoles al haber editado unos nuevos Leccionarios. Ni corto ni perezoso, me fui ilusionado a comprarlos.
Comprobé que era una edición lujosa, bonita, letra grande y no excesivamente cara. Pero cuando comprobé los textos e inquirí sobre ellos, comprobé que eran los mismos de los viejos Leccionarios con una traducción adaptada a los gustos de la CEE. ¡La selección de textos no había cambiado!
Hace unos días (07-10-2016) se presentó en la CEE la 3ª edición del Misal Romano. Me lancé sobre la noticia como león hambriento y me quedé sin dientes contra la dureza e inmovilidad de nuestros jerarcas. Nada importante había cambiado. Lo resumí en la postdata de mi escrito anterior. El comentario de nuestro flamante nuevo Cardenal de Madrid fue tétrico: "Un libro para dotar de mayor esplendor y belleza a las celebraciones de la eucaristía".
Le tengo mucha simpatía a mi Obispo, pero sus palabras me catapultaron directamente al Evangelio: "Limpiáis por fuera la copa y el plato…" (Lc 11,39). "Sois como sepulcros blanqueados que por fuera aparecen hermosos pero por dentro…" (Mt 23,27).
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Yo creía, en mi ingenuidad, que el retraso en la "reforma litúrgica" era debido al coste de unos libros nuevos. ¡Me equivoqué! Se han editado Leccionarios y Misal nuevos y lujosos pero con parecidísimo contenido. Otra vez nos han engañado actuando a su sapientísima bola y olvidando nuestras necesidades: "¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo. ¿Y cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?" (Lc 12,56).
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No hace mucho Justin Welby (Primado anglicano) visitó al Papa en el Vaticano. En el transcurso del encuentro bromeó: "¿Sabe la diferencia entre un liturgista y un terrorista? Pues que con el terrorista se puede negociar".
Nuestro querido Francisco soltó una sonora carcajada (tal vez protocolaria). Posiblemente más tarde, a solas, se arrepintió y lloró. Es muy triste que quienes deben guiar nuestro acercamiento "oficial" a Dios sean más duros, inflexibles y terrenos que los terroristas…
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¿Si los guías oficiales no saben mostrarnos al Abba de Jesús, en qué Dios creeremos los católicos? ¿A quién rezaremos? ¿Cómo intuir el verdadero rostro de un Dios invisible? ¿Si nos dedicamos casi exclusivamente a pedir milagros, de uno u otro calibre, y nos agarramos a la influencia de "seres humanos" tan limitados como nosotros, cuál es nuestra parte en la construcción del Reino?
El Dios verdadero, el intuido y el revelado, es como el aire que no se ve pero es imprescindible para respirar, para vivir, para alimentarnos. ¿Quién mueve tu corazón, quién oxigena cada célula de tu cuerpo? ¿Dónde guardas la batería que alimenta las múltiples funciones de tu naturaleza? Sin aire, morirías de inmediato. El Padre que nos creó nos abraza en todo momento y nos inhala su aliento para que nos desarrollemos y lleguemos a la maduración de todos los dones que sembró en nosotros (su propio ADN). "¿No acabáis de entender ni de comprender? ¿Estáis ciegos? ¿Para qué tenéis ojos si no veis, y oídos si no oís?" (Mc 8,17).
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A un Dios que siempre está a nuestro lado, que nos levanta cuando queremos volar, no hace falta pedirle gran cosa. Basta con respirarle. Inspiramos para alimentarnos de Él y expiramos para soltar todas nuestras inmundicias, nuestros malos funcionamientos, nuestros errores y atonías.
Cuando nos dirigimos a Él, lo primero es reconocer su entrega "gratuita", su disponibilidad, su transfusión de vida concreta, la tuya. Ahora hacemos justo lo contrario, pretendemos "arrancarle" lo que nos está dando a manos llenas.
Si tenemos sensación de asfixia (podemos pasar por dolores, carencias, fracasos, desesperanzas, oscuridades…) hay que acelerar la respiración, buscar el aire puro (sin contaminación del ambiente), aprender a respirar más hondo.
Nuestra oración debería ser expresión de nuestros íntimos deseos, de nuestras aspiraciones, incluso de nuestras quejas y llantos. Eso nos ayuda a apoyar nuestra fragilidad, a estimular la fuerza interior, a ser conscientes de nuestras potencialidades, a utilizarlas y crecer (movernos). La oración es al espíritu lo que la gimnasia al cuerpo: el medio de fortalecerse y desarrollarse.
Pedirle al aire (siempre acariciándonos) que nos dé, nos dé, nos dé… es bastante absurdo. Me imagino a ese Padre amante diciéndonos lo que yo suelo repetir a mis hijos: "Te lo he dado todo y te lo seguiré dando. Pero no puedo vivir tu vida por ti. Eres autónomo y libre, construye tu vida con buenas decisiones".
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Cuando ores, observa si estás pretendiendo que Dios se mueva, porque entonces estás imaginando un "dios pequeñito y falso". Para orar has de situarte en "lo mejor de ti" y concientizarlo, sentirlo, desear realizarlo, expandirlo. Procura evitar los "te ruego", "te pido", "escúchame", "acuérdate"…
Intenta expresar lo que sientes en la profundidad de tu ser: Quiero, deseo, anhelo, me adhiero, busco, decido, estoy determinado, etc. En suma, tú te mueves consciente y libremente hacia Dios, intentas asociarte a sus deseos (que no son otros que tu feliz madurez) y no a la inversa.
¡Claro que es válido y consolador apoyar nuestra fragilidad, tristeza, soledad, pobreza, miedo, pecado y llanto en el regazo de Dios! A mí me resulta muy pacificadora esta jaculatoria: "Me abandono en Ti, confío en Ti, descanso en Ti". O la bíblica: "En Ti somos, nos movemos y existimos" (He 17,27). Y me dejo arrullar…
A veces pienso cómo rezaría un "grano de trigo" a la madre tierra, si gozara de libertad e inteligencia como yo. Me imagino que expresaría sus deseos de zambullirse en el surco y dejarse enamorar por el "abrazo de la tierra" para germinar, desplegarse y convertirse en alimento. ¿Se parecen nuestras oraciones litúrgicas o privadas a la "oración del grano de trigo"?
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Que todo esto NO sea enseñado y practicado por nuestros dirigentes en la "oración oficial" por excelencia, en la santa Misa, me llena de frustración y tristeza. En vez de ayudarme me ponen zancadillas. "¿Somos también nosotros ciegos? Y les dijo: Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado" (Jn 9,40).
¡Qué maravillosa catequesis sería una "oración litúrgica" bien construida, bien apoyada en el Evangelio! La repetición nos sacaría de los "falsos dioses", de las "supersticiones" y nos ayudaría a vislumbrar al Padre.
Para los que rezamos con la Iglesia sus "oraciones oficiales" (santa Misa u Oficio divino) qué alimento más nutritivo sería. Por ejemplo, nunca he entendido que no se incluya en algún Canon la llamada "oración sacerdotal" de Juan (Jn 17,11).
Otra pregunta que me asalta y me lacera: ¿Estos señores (no hay señoras) que nos dirigen harán "oración personal" de verdad o se conforman con las rutinas litúrgicas? ¿Por qué no ven lo que a mí -incauta ovejilla balante- me llega como un chorro de luz, como una evidencia? ¿De qué predican o enseñan, de conceptos y abstracciones, de sus tesis doctorales, o de la "vida interior" que descubren en la búsqueda y contemplación del Abba de Jesús?
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Quisiera terminar con broche de oro esta larga meditación. Es de justicia expresar mi admiración, agradecimiento e inacabable afecto a los misioneros, sacerdotes, teólogos, catequistas, monjes y monjas que ayudan al Pueblo de Dios a descubrir el "verdadero rostro" de nuestro Padre.
Muchos no pueden expresarse públicamente con la claridad que yo lo hago porque se juegan el pan nuestro de cada día... A ellos dedico mi libertad, mi claridad y mi denuncia. Sé que ellos sienten lo mismo. ¡Ojalá les sirva de consuelo y esperanza!
Porque el problema que aquí denuncio no es de todos los eclesiásticos de a pie, sino de la Institución y quienes la dirigen desde distintas cúspides. La han convertido en "estatua de sal" que mirando atrás se ha quedado inmóvil. Solo el gemido incansable del Pueblo, empujado por el Espíritu, la hará despertar. Olvidaron el Evangelio: "El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás no es apto para el reino de Dios" (Lc 9, 62). Olvidaron que somos cristianos y no judíos: "El vino nuevo se echa en odres nuevos" (Mt 9,17 y Sinop.).
A mí y a tantos solo nos queda el consuelo de la luz que nos guía y de la plegaria del Señor: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla" (Mt 11,25).
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Un ejemplo corto de la forma de orar de los adoradores del Abba de Jesús:
"Señor, Dios nuestro, que nos amas a cada uno con amor de enamorado, queremos sentirte y amarte como tú nos amas. Queremos caminar en la Luz que nos trajo tu Hijo Jesucristo y desarrollar todas nuestras capacidades para nuestro bien y el de todos nuestros hermanos". Amén.
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(1) "Un Jeremías de pacotilla en la barca de Pedro"
http://blogs.periodistadigital.com/jairodelagua.php/2014/06/06/p352972#more352972
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Así llora el Pueblo de Dios:
¡Tenemos hambre! ¡Tenemos hambre! ¿Oyen Señores Obispos el llanto de los católicos a los que ustedes sirven piedras untadas de mantequilla?
https://www.youtube.com/watch?v=IvtKUN1xxTM
¿Los que se ríen serán los inmisericordes liturgistas? ¿O los que los nombran y aprueban?
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