Parábola de las zapatillas deportivas



Había un muchacho muy pobre en un pueblín del valle, rodeado de grandes montañas, un lugar idílico y bucólico.

El chico tenía la suerte de poder ir a la escuela, aunque fuera en chanclas, alpargatas o madreñas, lo que pudiera conseguir. Pero la gran suerte del mozalbete fue encontrarse con un maestro ejemplar, que animaba a sus alumnos a progresar y conseguir sus aspiraciones, aunque eso significase esfuerzo y constancia.

Un día el jovencito de mi cuento le confesó al maestro su gran deseo de subir a la más alta montaña de las que rodeaban el valle. El maestro le animó a conseguir su empeño. Pero, fiel a su realismo, le dijo: "Con esas chanclas, desde luego, no puedes ni empezar a subir. Tienes que conseguir unas buenas zapatillas deportivas, ligeras y fuertes a la vez, porque el sendero es arduo y muy empinado. Yo mismo te acompañaré y te guiaré".

Con la ilusión de su sueño el muchacho empezó a ahorrar las propinas que los aldeanos le daban por pequeños trabajos y multiplicó sus ofrecimientos para conseguir ingresos. Pero las zapatillas recomendadas eran caras y no era fácil conseguir la cantidad requerida.
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Pero poco tiempo después el maestro comunicó a sus alumnos que le habían trasladado a la ciudad y que en pocos días les dejaría. El chico llorando le reiteró su gran pasión. "¿Y ahora quién me aconsejará, apoyará y guiará?"

El maestro le consoló, le tranquilizó y, viendo su decisión, le repitió: "Consigue unas buenas zapatillas deportivas y llegarás a la cumbre".

Hasta el día de su despedida aquel hombre bueno le repitió muchas veces su consejo, añadiendo que sería muy conveniente pedir a alguien experto que le acompañase.

Los ahorros iban aumentando a lo largo de los meses hasta que el muchacho pudo comprarse las ansiadas zapatillas. Las guardó bien guardadas, eran su tesoro. De vez en cuando las sacaba, las miraba, las acariciaba, incluso se las ponía. Pero no daba un paso con ellas por miedo a ensuciarlas o romperlas. En su interior repetía y repetía el consejo del maestro: "Consigue unas buenas zapatillas deportivas y llegarás a la cumbre".

Cuando alguien le decía que ese consejo tenía trastienda y le animaba a calzarse las zapatillas para empezar a subir, él siempre respondía: Me ha costado mucho tiempo conseguirlas y no quiero estropearlas. Mi maestro era un sabio y sus palabras exactas fueron: "Consigue unas buenas zapatillas deportivas y llegarás a la cumbre". Y él nunca mintió.
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¿No será esto lo que les pasa a los adictos a la "oración de petición"? ¿Bastará el "pedid y recibiréis" o habrá que moverse?

El "pedir" es solamente para identificar las necesidades o las aspiraciones, es decir, los objetivos y elegir al Acompañante. ¡Muy importante esto de elegir al Acompañante! Porque hay quien acude a la suerte, la magia, la musculación, las influencias, el chantaje, etc.
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Pero para "recibir" hay que ponerse en camino, con constancia y esfuerzo. Al menos hasta donde llegan nuestros medios y fuerzas.

El Dios en que creemos los cristianos no es un "dios estático e influenciable", sino un Dios Torrente que siempre se está derramando sobre todas sus criaturas, siempre nos está acompañando a subir, a crecer, a conseguir. Basta con abrirse, dejarse inundar y seguir la corriente. ¡Qué lección tan corta y tan olvidada!

No me cansaré de repetir la síntesis de san Agustín: "La oración NO es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros". Un recordatorio tan sabio y práctico como enmohecido en un rincón de la tradición.
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(De "Cuentos del manantial" - Jairo del Agua)




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¿Practicas esta oración?











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¿O te limitas a esta oración a un "falso dios"?
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