Quiero ser agua - (Parábola de una resurrección)
Resucitar es un verbo que hay que conjugar todos los días y no solo en Pascua. Porque no tiene sentido celebrar la resurrección del Señor si no aprendemos a resucitar nosotros mismos a esa humanidad a la que el Modelo nos llama.
¿Que cómo se resucita? Aprendiendo a vivir (no a morir como algunos siguen predicando) desde los dones divinos que enjoyan nuestro fondo humano, nuestro ser.
¿Y cómo se detectan? Habrá que estar atentos a esa interioridad, a esa mina de tesoros, sobre la que muchas veces malvivimos como pordioseros. Habrá que aprender a desescombrar lo que, desde el interior o el exterior, nos impide llegar a la profundidad necesaria para hacernos con nuestra verdadera fortuna. Es de necios pasar hambre durmiendo inconscientes sobre una enorme herencia. Es trágico vivir tristes y desorientados sobre las auténticas semillas del mayor gozo, el gozo de ser nosotros mismos en camino a la plenitud.
Hay síntomas infalibles para detectar nuestras riquezas ocultas, la herencia que el Padre puso en nuestro centro. Son las "aspiraciones profundas", esas sensaciones con contenido sicológico que nos empujan a ser de determinada manera y no de otra. Son las "llamadas" de nuestro ser a acrecentar, desplegar y entregar nuestras cualidades específicas. Por lo que nos atrae descubrimos lo que en nosotros es atraído, es decir, esas potencialidades que buscan nuestro sí para germinar y nuestras manos para realizarse.
Hoy celebro la resurrección del Señor, pero también la dicha de haber descubierto experiencialmente el camino de mi propia resurrección terrena, primicia de la definitiva. Y lo hago con versos de mi antigua profesora de Mística con cuyas aspiraciones me identifico y en ellas me regocijo.
Jairo del Agua
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Quiero ser agua
y derramarme por la tierra seca
para que así germine la semilla.
Quiero ser fuego
y calentar con mis alegres llamas
esos hogares fríos
en donde hace ya tiempo que se apagó el amor.
Lámpara quiero ser en las tinieblas
de las vidas vacías
que no ven horizontes
porque les falta luz para encontrarlos.
El agua derramada
que se pierde a sí misma
al empapar la tierra.
El fuego que a sí mismo se consume
para vencer el frío del ambiente.
La lámpara que a sí misma se ignora
y cuya luz es gozo y abre el alma.
El agua derramada.
La llama que a sí misma se devora
y la luz que ilumina
sin saberse.
Mª Ángeles Gómez Pascual
(Que en la resurrección final ya descansa)
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LA VOZ DE LOS LECTORES:
Si tuviera que hacer una rápida valoración de este libro, lo primero que destacaría es la "valentía de Jairo". En esos capítulos no solo vierte su alma, sensible y paciente, sino que va dibujando "un rostro de Dios" bonancible y pacificador, muy distinto del que, con frecuencia, nos han enseñado.
Para ello, bebe "frescas aguas" de dos manantiales inagotables: el de la experiencia de su propia vida y el del Evangelio, en el que bucea gozosamente. Sus hermosas palabras, tan llenas de metáforas ilustrativas y sugerentes, brotan de un amor sincero que se bifurca en dirección a Dios (amor de enamorado místico) y al hombre (amor solidario a prueba de quiebras y rechazos).
Los que no hayan leído todavía a Jairo descubrirán enseguida su pura poesía y fuego místico. Quienes estén aburridos o decepcionados por una religión rígida y rutinaria descubrirán "otra religión" y se darán de bruces con un Dios sonriente que les tiende una mano cálida, que permanece a su lado en toda circunstancia, como el más fiel y generoso de los amigos.
Leyendo a Jairo podrán airear su mente, abandonar preocupaciones banales, descargar el pesado fardo de inutilidades que se han echado a la espalda. Si siguen leyendo, experimentarán que Dios nos circunda y nos inunda, que la soledad -ese cruel flagelo del ser humano- jamás volverá a morder su alma, habitada ya para siempre por un Dios que es más cariñoso y tierno que el mejor de los amigos. El dios poliédrico, de innumerables rostros terribles, es ahuyentado por Jairo con total seguridad. Y, al mismo tiempo, nos va descubriendo con sencillez un Dios sumamente bondadoso y enamorado que se derrama a raudales sobre quien le abre su casa y no quiere vivir -dice literalmente Jairo- como "hijo pobre de Padre millonario".
Ramón Hernández Martín
Asturias - España
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