Realidad y simbolismo de la cruz
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(Traigo hoy aquí una homilía de un magnífico teólogo y mejor sacerdote dominico: Fr. Marcos Rodríguez, OP. Los asiduos verán coincidencias con lo publicado por mí y archivado en este Blog. ¡Ojalá sirva a muchos para avanzar en su formación y en su fe!).
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Si por alcanzar la plenitud llega la cruz: ¡Bendita sea! El sufrimiento no puede ser aceptado por sí mismo. Ni Dios puede exigirlo como medio para salvarnos.
No me gusta nada el título de la fiesta: "exaltación de la cruz". La cruz, ninguna cruz, debe ser exaltada, sino combatida. No se trata de ninguna exaltación del sufrimiento humano por muy altas que sean sus motivaciones. Mucho menos de una glorificación de Jesús como consecuencia de su dolorosa muerte.
La cruz, como signo y seña de todo sufrimiento, tiene que ser objeto de un rechazo frontal. Es verdad que nunca podremos eliminarla del todo. Cuando llegue, tenemos que aceptarla y convertirla en positiva. Entonces sería "símbolo de la entrega total", es decir, del verdadero amor. Esa no necesita exaltada, porque sería la máxima expresión de lo humano.
¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El punto de partida es incontrovertible: A Jesús le mataron los hombres, porque lo consideraron un peligro para mantener sus intereses. No podemos pensar que Dios planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que de una manera directa la quiso, la permitió o la esperó.
Podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús. Y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones ("mi alimento es hacer la voluntad del Padre"), entonces, podemos decir, con toda certeza, que Dios fue la causa de que Jesús fuera a la cruz.
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¿Qué significó la cruz para Jesús? Jesús tuvo que pensar más de una vez en el sentido de su muerte, puesto que según los evangelios aceptó el reto. No la buscó voluntariamente, como a veces se dice, pero es verdad que no hizo nada para evitarla.
Es más, creo que en la aceptación de las consecuencias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que creía que debía hacer, aunque sabía que eso le llevaba a la muerte, es la clave para comprender que la muerte no fue un accidente, sino el hecho fundamental de toda su vida.
Que le mataran, podía no tener mayor importancia, menos aún la manera de morir. Pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones que la vida, nos da la profundidad de su opción vital y demuestra el grado de fidelidad a Dios.
La muerte de Jesús en la cruz es un hecho de capital importancia, no por sí misma, sino porque nos obliga a buscar el verdadero sentido de su vida. Ni la muerte ni la cruz pueden tener valor por sí mismas.
También tenemos que superar la idea de que murió por nuestros pecados, en el sentido de que Dios exigió un rescate para poder perdonarnos (san Anselmo). De Jesús, nos dice Pablo: "Que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz sin miedo a la ignominia". Llegó a la plenitud con esfuerzo, con trabajo, con sufrimiento.
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Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida humana.
Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de su vida. Ese sentido no puede ser otro que el amor, el servicio, la donación total a los demás. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su consumación total.
Pero con la misma rotundidad que aceptó el sufrimiento, que se desprende de la entrega a los demás, luchó contra todo sufrimiento. Se opuso con todas sus fuerzas al dolor que un ser humano inflige a otro ser humano. Jesús luchó contra toda injusticia. Pero también ayudó siempre a superar toda limitación natural. Todos los "milagros" que se narran en los evangelios están encaminados a paliar el sufrimiento de la gente. En ningún pasaje del evangelio podemos vislumbrar nada que pueda parecer masoquismo.
¿Qué significado tiene para nosotros hoy la muerte de Jesús en la Cruz? No es fácil entrar en la dinámica de la cruz. Pero, por otra parte, es imposible entender el mensaje de Jesús sin comprender la cruz. Por algo se ha convertido en el "signo clave de nuestra religión".
Tal vez el comprender el sentido del sufrimiento, sea el punto más difícil de nuestra religión. La cruz no es la cumbre del dolor humano. Como hecho histórico, la muerte de Jesús en la cruz, no es importante por el sufrimiento en sí, sino por ser la manifestación de una actitud inquebrantable de fidelidad a Dios, a sí mismo y a los demás.
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Con frecuencia hemos querido escamotear el problema yendo por el camino fácil: Dios quiere nuestro sufrimiento. Por supuesto que no es un capricho de Dios el que tengamos que sufrir.
Dios no puede querer ni permitir el sufrimiento como tal, ni para premiarnos después por haber aguantado, ni siquiera como medio para salvarnos de nuestros pecados. Mucho menos puede complacerse en la muerte de su propio Hijo como condición para salvarnos a nosotros.
Esta visión de Dios exigiendo un rescate para salvarnos no ha superado la dinámica religiosa del hombre del paleolítico. De ninguna manera podemos considerar el sufrimiento como un castigo de Dios. Con esta idea estamos fabricándonos un Dios mezquino, proyectando sobre Dios nuestra manera de ser.
El dolor es un invento de la evolución por el que los seres vivos son alertados de un peligro para su subsistencia. El dolor que siento, cuando me quemo un dedo, me obliga a retirarlo del fuego e impedir que me queme todo el cuerpo. La vida también ha hecho otro invento no menos sorprendente: el placer.
El animal, siguiendo únicamente sus instintos, alcanza su plenitud de ser. Esos instintos unas veces le llevan al placer y otras a huir del dolor. El ser humano, por el contrario, sabe de antemano, lo que le va a producir dolor o lo que le va a reportar placer. Si se deja guiar solo por ese criterio, nunca elegiría lo que le da dolor, con lo cual se condenaría a no evolucionar y alcanzar una plenitud humana.
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La creación entera está sin terminar, se está haciendo. También los seres vivos están en constante evolución; y entre ellos el ser humano. Aunque nos creemos la cima del universo, no hemos llegado a la plenitud de ser, ni como individuos, ni como especie.
El ser humano no tiene más remedio que luchar por esa superación. Esa lucha lleva consigo esfuerzo, sacrificio, dolor. Ni Dios quiere ese dolor, ni nosotros tenemos que buscarlo como valor en sí mismo. Está ahí como consecuencia de nuestra condición de seres limitados, inacabados. El dolor cobra su sentido en la plenitud conseguida a través de él.
Sin dolor no puede haber vida. Sin dolor aceptado por la parte superior de hombre, no puede haber vida humana. Esta es la razón por la cual el ser humano no puede alcanzar su plenitud sin esfuerzo y sin dolor.
Ahora bien, para que la razón pueda contrarrestar las exigencias de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos en un momento dado, tiene que haberse entrenado en esa tarea, si no jamás lo conseguirá. El ser humano tiene que aceptar el dolor, incluso cuando no existe ningún peligro de que se deteriore como tal, como entrenamiento para estar seguro de que su escala de valores es la correcta.
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El ser humano se siente desconcertado ante el dolor. Esta equivocada actitud vital, se manifiesta radicalmente cuando tenemos que afrontar la muerte, sea de un ser querido, sea la propia.
Es la "limitación radical" que experimentamos como algo completamente negativo, no hay manera de dar sentido a un acontecimiento tan absurdo. E intentamos culpar a Dios de tal sinsentido.
No poseemos la perspectiva necesaria para encajar el acontecimiento. No somos conscientes de que nuestra propia vida es la consecuencia de miles y miles de millones de muertes. No hemos descubierto que la vida y la muerte son dos caras de una misma moneda. No puede darse una sin la otra.
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Meditación contemplación
"Para que todo el que cree en Él tenga vida definitiva".
Creer en Jesús es descubrir que su trayectoria humana
le llevó a lo más alto que puede llegar el hombre,
le llevó a identificarse totalmente con Dios.
Su proyecto de vida estuvo fundado en el amor.
Todo lo que de divino había en él,
lo desplegó para llegar a amar como Dios ama.
Amando así, hizo presente a Dios entre los hombres.
Superando la tentación del goce inmediato,
soportó las cruces en su camino hacia Dios.
Desplegando toda la energía divina que había en él,
llevó al ser humano a la cumbre de sus posibilidades.
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Fr. Marcos Rodríguez, OP
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Nota: Las dos primeras imágenes son tallas en madera realizadas por Fr. Marcos que, además de teólogo y sacerdote, es un consagrado escultor religioso.
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(Traigo hoy aquí una homilía de un magnífico teólogo y mejor sacerdote dominico: Fr. Marcos Rodríguez, OP. Los asiduos verán coincidencias con lo publicado por mí y archivado en este Blog. ¡Ojalá sirva a muchos para avanzar en su formación y en su fe!).
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Si por alcanzar la plenitud llega la cruz: ¡Bendita sea! El sufrimiento no puede ser aceptado por sí mismo. Ni Dios puede exigirlo como medio para salvarnos.
No me gusta nada el título de la fiesta: "exaltación de la cruz". La cruz, ninguna cruz, debe ser exaltada, sino combatida. No se trata de ninguna exaltación del sufrimiento humano por muy altas que sean sus motivaciones. Mucho menos de una glorificación de Jesús como consecuencia de su dolorosa muerte.
La cruz, como signo y seña de todo sufrimiento, tiene que ser objeto de un rechazo frontal. Es verdad que nunca podremos eliminarla del todo. Cuando llegue, tenemos que aceptarla y convertirla en positiva. Entonces sería "símbolo de la entrega total", es decir, del verdadero amor. Esa no necesita exaltada, porque sería la máxima expresión de lo humano.
¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El punto de partida es incontrovertible: A Jesús le mataron los hombres, porque lo consideraron un peligro para mantener sus intereses. No podemos pensar que Dios planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que de una manera directa la quiso, la permitió o la esperó.
Podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús. Y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones ("mi alimento es hacer la voluntad del Padre"), entonces, podemos decir, con toda certeza, que Dios fue la causa de que Jesús fuera a la cruz.
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¿Qué significó la cruz para Jesús? Jesús tuvo que pensar más de una vez en el sentido de su muerte, puesto que según los evangelios aceptó el reto. No la buscó voluntariamente, como a veces se dice, pero es verdad que no hizo nada para evitarla.
Es más, creo que en la aceptación de las consecuencias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que creía que debía hacer, aunque sabía que eso le llevaba a la muerte, es la clave para comprender que la muerte no fue un accidente, sino el hecho fundamental de toda su vida.
Que le mataran, podía no tener mayor importancia, menos aún la manera de morir. Pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones que la vida, nos da la profundidad de su opción vital y demuestra el grado de fidelidad a Dios.
La muerte de Jesús en la cruz es un hecho de capital importancia, no por sí misma, sino porque nos obliga a buscar el verdadero sentido de su vida. Ni la muerte ni la cruz pueden tener valor por sí mismas.
También tenemos que superar la idea de que murió por nuestros pecados, en el sentido de que Dios exigió un rescate para poder perdonarnos (san Anselmo). De Jesús, nos dice Pablo: "Que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz sin miedo a la ignominia". Llegó a la plenitud con esfuerzo, con trabajo, con sufrimiento.
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Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida humana.
Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de su vida. Ese sentido no puede ser otro que el amor, el servicio, la donación total a los demás. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su consumación total.
Pero con la misma rotundidad que aceptó el sufrimiento, que se desprende de la entrega a los demás, luchó contra todo sufrimiento. Se opuso con todas sus fuerzas al dolor que un ser humano inflige a otro ser humano. Jesús luchó contra toda injusticia. Pero también ayudó siempre a superar toda limitación natural. Todos los "milagros" que se narran en los evangelios están encaminados a paliar el sufrimiento de la gente. En ningún pasaje del evangelio podemos vislumbrar nada que pueda parecer masoquismo.
¿Qué significado tiene para nosotros hoy la muerte de Jesús en la Cruz? No es fácil entrar en la dinámica de la cruz. Pero, por otra parte, es imposible entender el mensaje de Jesús sin comprender la cruz. Por algo se ha convertido en el "signo clave de nuestra religión".
Tal vez el comprender el sentido del sufrimiento, sea el punto más difícil de nuestra religión. La cruz no es la cumbre del dolor humano. Como hecho histórico, la muerte de Jesús en la cruz, no es importante por el sufrimiento en sí, sino por ser la manifestación de una actitud inquebrantable de fidelidad a Dios, a sí mismo y a los demás.
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Con frecuencia hemos querido escamotear el problema yendo por el camino fácil: Dios quiere nuestro sufrimiento. Por supuesto que no es un capricho de Dios el que tengamos que sufrir.
Dios no puede querer ni permitir el sufrimiento como tal, ni para premiarnos después por haber aguantado, ni siquiera como medio para salvarnos de nuestros pecados. Mucho menos puede complacerse en la muerte de su propio Hijo como condición para salvarnos a nosotros.
Esta visión de Dios exigiendo un rescate para salvarnos no ha superado la dinámica religiosa del hombre del paleolítico. De ninguna manera podemos considerar el sufrimiento como un castigo de Dios. Con esta idea estamos fabricándonos un Dios mezquino, proyectando sobre Dios nuestra manera de ser.
El dolor es un invento de la evolución por el que los seres vivos son alertados de un peligro para su subsistencia. El dolor que siento, cuando me quemo un dedo, me obliga a retirarlo del fuego e impedir que me queme todo el cuerpo. La vida también ha hecho otro invento no menos sorprendente: el placer.
El animal, siguiendo únicamente sus instintos, alcanza su plenitud de ser. Esos instintos unas veces le llevan al placer y otras a huir del dolor. El ser humano, por el contrario, sabe de antemano, lo que le va a producir dolor o lo que le va a reportar placer. Si se deja guiar solo por ese criterio, nunca elegiría lo que le da dolor, con lo cual se condenaría a no evolucionar y alcanzar una plenitud humana.
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La creación entera está sin terminar, se está haciendo. También los seres vivos están en constante evolución; y entre ellos el ser humano. Aunque nos creemos la cima del universo, no hemos llegado a la plenitud de ser, ni como individuos, ni como especie.
El ser humano no tiene más remedio que luchar por esa superación. Esa lucha lleva consigo esfuerzo, sacrificio, dolor. Ni Dios quiere ese dolor, ni nosotros tenemos que buscarlo como valor en sí mismo. Está ahí como consecuencia de nuestra condición de seres limitados, inacabados. El dolor cobra su sentido en la plenitud conseguida a través de él.
Sin dolor no puede haber vida. Sin dolor aceptado por la parte superior de hombre, no puede haber vida humana. Esta es la razón por la cual el ser humano no puede alcanzar su plenitud sin esfuerzo y sin dolor.
Ahora bien, para que la razón pueda contrarrestar las exigencias de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos en un momento dado, tiene que haberse entrenado en esa tarea, si no jamás lo conseguirá. El ser humano tiene que aceptar el dolor, incluso cuando no existe ningún peligro de que se deteriore como tal, como entrenamiento para estar seguro de que su escala de valores es la correcta.
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El ser humano se siente desconcertado ante el dolor. Esta equivocada actitud vital, se manifiesta radicalmente cuando tenemos que afrontar la muerte, sea de un ser querido, sea la propia.
Es la "limitación radical" que experimentamos como algo completamente negativo, no hay manera de dar sentido a un acontecimiento tan absurdo. E intentamos culpar a Dios de tal sinsentido.
No poseemos la perspectiva necesaria para encajar el acontecimiento. No somos conscientes de que nuestra propia vida es la consecuencia de miles y miles de millones de muertes. No hemos descubierto que la vida y la muerte son dos caras de una misma moneda. No puede darse una sin la otra.
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Meditación contemplación
"Para que todo el que cree en Él tenga vida definitiva".
Creer en Jesús es descubrir que su trayectoria humana
le llevó a lo más alto que puede llegar el hombre,
le llevó a identificarse totalmente con Dios.
Su proyecto de vida estuvo fundado en el amor.
Todo lo que de divino había en él,
lo desplegó para llegar a amar como Dios ama.
Amando así, hizo presente a Dios entre los hombres.
Superando la tentación del goce inmediato,
soportó las cruces en su camino hacia Dios.
Desplegando toda la energía divina que había en él,
llevó al ser humano a la cumbre de sus posibilidades.
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Fr. Marcos Rodríguez, OP
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Nota: Las dos primeras imágenes son tallas en madera realizadas por Fr. Marcos que, además de teólogo y sacerdote, es un consagrado escultor religioso.
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