¿Religión de negación y penitencia o de afirmación y vida? - (Respuesta a un lector crítico)
Mi querido amigo: ¡Gracias, muchas gracias por tu comunicación! Me es muy útil que alguien conteste, me cuestione, me haga ver más allá, aunque no siempre pueda contestar. Gracias, además, por tu tono fraternal y cercano. Quisiera ofrecerte alguna aclaración, fraterna también.
Me he dado cuenta que en el laberinto de la vida no siempre caminamos en la misma dirección, aunque pertenezcamos a la misma religión. Mientras yo camino al norte puedo encontrarme con quienes van al sur o se bifurcan al este o al oeste. Eso no quiere decir que su objetivo sea opuesto, ni que unos tengan razón y los otros estén errados. Siempre que busquemos y no dejemos de caminar, nuestros pasos nos acercarán a la meta, a la salida, al objeto de nuestra búsqueda.
La búsqueda es lo que nos une. Todos buscamos lo mismo, la felicidad eterna, permanente, imperecedera, tan real como nosotros mismos y nuestro hambre. Ese vacío interior, esa herida de ausencia, clama por el encuentro.
Nuestro caminar por el laberinto depende de nuestras circunstancias, de nuestra formación, de nuestra capacidad de orientación, de nuestra maduración, lucidez, heridas, ritmo, fuerzas... Es verdad que hay muchísima gente que quiere alcanzar el cielo y las estrellas metiéndose en los charcos de la vida, en las ciénagas putrefactas donde las ven reflejadas. Pagan muy caro su error y el precio de salida suele ser muy elevado.
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Pero todos buscamos lo mismo, todos ansiamos la felicidad y todos podemos equivocarnos con los espejuelos. Además la realidad es que todos somos distintos, tenemos distinta personalidad y distintas circunstancias. Eso explica que nos crucemos con gente, que adelantemos a unos mientras otros nos superan, que unos vayan y otros vengan. Nos encontramos, coincidimos o disentimos, nos alentamos, nos acompañamos o nos despedimos.
Lo importante es no entorpecernos, no juzgar, no pararnos, animarnos mutuamente en esa búsqueda. Lo dice claramente el Evangelio "no juzguéis y no seréis juzgados" (Mt 7,11). Cuántos juicios vanos, frívolos, malévolos, hirientes, ignorantes... Incluso entre los que profesamos la misma religión católica. Sin embargo, la misma sed interior nos llevará a la única Fuente. Esa es, para mí, la verdadera unidad en la diversidad e, incluso, en el contraste.
Suelo escribir del Amor y por amor a mi Pueblo. Pero hay muchos que todavía prefieren las tradiciones absurdas, los rígidos ritos, las cuadrículas inquebrantables, aunque estén tremendamente contaminadas por nuestra historia humana, pobre, limitada y embarrada. Mi actitud es ayudar y respetar, lo mismo que deseo que respeten mi camino.
Suelo escribir para quienes están más o menos heridos por la negatividad, por la rigidez, por la exigencia. Tal vez aplastados por la culpabilidad, por el temor, por el perfeccionismo, voluntarismo o idealismo, por el exceso de cruces, negaciones y sacrificios de una educación oscurantista, restrictiva y dominadora. En suma, para quienes están heridos por una religión tenebrista o la han abandonado por pura necesidad de supervivencia.
Podría contar muchos casos de personas que se han hundido, se han alejado o han abandonado, porque les faltaba oxígeno para respirar, las condiciones mínimas de vida para seguir camino. La sicología humana tiene sus reglas que no se pueden obviar clamando: ¡Señor, Señor!
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Cuántos religiosos, religiosas y sacerdotes se ven en las consultas de los siquiatras o sicólogos. Durante mucho tiempo no me lo pude explicar, ahora sé que existe una religión que aplasta en vez de contagiar vida.
Ahora sé que muchas personas dedicadas a la religión se han convertido en implacables jueces, en vez de buenos samaritanos. Ahora sé que conviven en nuestra Iglesia los dos estilos de religión: la que encarcela y la que libera.
En mis artículos suelo gritar contra esas incoherencias que matan. Mi lema en oro es: "Dios es Vida, Dios es Amor". De ahí se derivan todas mis conclusiones. Por eso me rebelo contra la embarrada tradición de piedad dolorista, sanguinolenta, limitativa y torturadora.
En el lugar del laberinto en que me encuentro he descubierto que el culmen del mensaje de Jesús no fue su pasión y muerte. Todo eso no fue más que la horrorosa respuesta que el hombre dio al mensajero divino, la misma respuesta que hoy seguimos dando a muchas personas en demasiadas ocasiones.
El cenit del mensaje evangélico es la Resurrección, la revelación del Dios de la Vida, del Dios que nos busca apasionadamente por amor para que vivamos ahora y después como verdaderos seres humanos, como hijos del único Padre. Por eso se hizo humano, para hacerse entender hablando nuestro mismo lenguaje. Para que no dejemos de caminar cualquiera que sea nuestra posición personal en ese laberinto de la vida.
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Mis meditaciones no han sido escritas con sabiduría alguna, por la sencilla razón de que no poseo tal sabiduría. Sí han sido escritas desde la experiencia propia y ajena, destiladas en una vivencia personal profunda, lo más profunda que hoy me es posible.
Desde ahí puedo afirmar que la Sicología y su hermana la Sicopedagogía son preciosas herramientas para cultivar nuestros talentos. Es más, ellas nos introducen en nuestra "tierra humana" para que el grano germine, madure y fructifique. Son, por tanto, verdaderas herramientas evangélicas. Es imprescindible utilizar los medios que nos han sido dados por los "avances de los tiempos".
Si tú has descubierto -por ejemplo- que tras el "negarse a sí mismo" late el imprescindible desprendimiento para poder "vivir en orden", te felicito. Otros no han tenido tanta suerte y sobreviven con el exceso de negatividad y temor con que los educaron.
Yo combato la botella "medio vacía" (la mediocridad religiosa y la tradición dolorista). Prefiero centrarme en la botella "medio llena" (la auténtica religión positiva, luminosa, alegre y liberadora), aunque nos falte mucho para llenarla del todo.
Este cambio de mirada me encanta porque siembra luz y optimismo. Por ejemplo: Juan de la Cruz en la "Subida al Monte Carmelo" escribe: "Por aquí nada, nada, nada". Pero yo leo: "Por aquí Todo, Todo, Todo". ¿Quién podrá contradecirme, quién podrá afirmar que, cuando Él lo llena todo, exista la nada?
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Lo que ocurre es que el "todo" y la "nada" están muy cerca, son las dos caras de la misma moneda. Para poder descubrir el Todo que no se ve, que no se palpa, hay que bajar a la profundidad oscura del alma, donde lo material es nada, nada, nada...
Pero allí en el "salón oscuro", que decía Tagore, es donde te puedes encontrar con el Todo y sentirlo, palparlo, abrazarlo... No con las manos sino con ese "ser" humano que ya nació abrazado por Dios.
Por eso "negarse a sí mismo" no es matarse, ni buscar sacrificios, ni anularse, es BAJAR hasta el "dinamismo de vida" (la fuerza germinadora) que late en el corazón humano ansioso de desarrollo, de vida y amor.
Te bendigo, hermano mío, porque tú no necesitas mis artículos. Posiblemente caminas muy por delante. No todo puede gustar a todos. Es el tributo a mi limitación y pobreza.
Con inmenso afecto.
Jairo del Agua
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