La Virgen del Pobre - (Sin coherencia somos unos fantoches).



Os contaré hoy dos historias por si inducen a algún tipo de reflexión en este mes de mayo, mes de María.

1. "Un día estaba Jesús sentado frente al tesoro y miraba cómo la gente echaba en las arcas. Muchos ricos echaban mucho. Pero llegó una viuda pobre y echó unos céntimos.

Entonces Jesús le dijo a Felipe: Anda, ve e instruye a esa viuda. Dile que no se permite echar al tesoro del Templo más que oro, plata y, como mínimo, níquel. Las baratijas de aluminio se tiran, porque es un pecado no ofrecer a Dios lo mejor de lo mejor. Y ya os enseñé que lo mejor son los relucientes tesoros que ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan y roban porque se guardan bajo siete cerrojos"
(Mc 12,41 y Lc 21, 1).
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¿Qué? ¿Qué no fue así? ¡Ah, es que yo me evangelizo observando a los cristianos y a sus pastores, les escucho con atención y, sobre todo, memorizo sus obras! Quisiera "convertirme", pero no tengo nada claras ni las ideas y ni las obras de "muchos".

Por eso se me quedó grabada esta otra historia de hace unos meses, allá por navidad:
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2. Estaba yo sentado en una iglesia católica de mucho postín (muchos dorados, sillones lujosos para lo curas, muchas luces, mucha música, muchísimos altares y santos, gente bien vestida, párroco con mucho mando, etc.) y vi pasar a una emigrante hacia el fondo de la iglesia con una "flor de pascua" en las manos y la maceta muy bien envuelta para regalo.
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Me temí que se dirigiera al altar de san Judas, el "patrón de los imposibles", ese impostor de escayola que roba los dineros de los pobres con la complicidad interesada de los clérigos de turno, complacientes con toda superstición que deje dinero.

Le tengo mucha manía a este Judas de aquí abajo. El de arriba es un apóstol del Señor, sin ningún poder, que solo me sirve de ejemplo en el seguimiento del Maestro hasta el martirio. No caeré en la idolatría de rezar, sobornar y manosear a un supuesto "patrón de imposibles"… Los ídolos me repugnan. Y, además, es un insulto a la inteligencia y a la religión creer en tales milagreros.

Me situé en el último banco para observar mejor. La emigrante, que me pareció una "indiecita" madura, intentó ponerle la flor a la "Virgen del Emigrante", una imagen muy deslavazada y desleída con empolvada ropa blanca, que comparte altar lateral con el pesetero citado. Me sentí aliviado. Al menos no acude a la supersticiosa escayola.

Pero aparece la sacristana en su ronda de vigilancia y cierre del templo. Le dice que allí no puede dejar su flor porque no es natural y se la van a tirar a la basura.
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Pienso para mis adentros: ¡Pues no lo entiendo, oiga! La "flor de pascua" es preciosa, aterciopelada, muy roja, con hojas grandes bien florecidas y con la maceta envuelta en papel dorado, una preciosidad.

La "indiecita", desconcertada, se va, vuelve, duda, se marcha de nuevo… Me levanto y le tranquilizo: Mire si le van a tirar la flor, mejor no la deje ahí, llévela a la Capilla de la Cruz Roja que siempre está abierta. Allí tiene también a la Virgen y seguro que de esa iglesia no se la retirarán. Le indiqué cómo recorrer los escasos 300 metros de distancia y me quedé satisfecho de mi pequeña ayuda.

A la mañana siguiente voy a Misa a la Capilla citada, siempre con mi intención de aprender cristianismo. Allí estaba la "flor de pascua" al pie del altar. Sonreí satisfecho. Pero cuando llega la sacristana coge la flor y la mete en la sacristía.

Ni corto ni perezoso la interpelo: ¿Oiga no va dejar la flor aquí fuera? Yo mismo le indiqué ayer a una emigrante que podía dejarla aquí para la Virgen. Me respondió: ¿Y quién eres tú para decir a nadie que deje flores artificiales aquí? (¡Ay! El afán de "poder" de todo bicho viviente en esta Iglesia tan jerarquizada y apócrifa, con tantos mandones que dan la espalda al Maestro: "No he venido a ser servido sino a servir", Mt 20,28).

La voy a tirar, me dijo, porque las flores deben ser naturales, no artificiales. A los emigrantes hay que educarles y enseñarles algo de liturgia. De momento me callé desconcertado y con muchas dudas sobre este cristianismo tan raro. Pero al día siguiente le pedí que me diera la flor a mí y no la tirase. ¡Lo conseguí!
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La "flor de pascua" está ahora en mi casa al lado de una pequeña talla de madera de una Virgen sin nombre y otra de san Francisco que la acompaña.

Bueno, sin nombre estaba antes de esta historia. Ahora la llamo la Virgen del Pobre. Muy agradecida está mi Virgen casera porque conserva el regalo de la "indiecita" en perfecto estado, quizás con una miaja de polvo.

Lo que siento de verdad es no haber vuelto a ver a esa señora emigrante para decirla donde está su "flor de pascua". Incluso invitarla a una bebida refrescante o un café en mi casa y rezarle juntos una oración a la Virgen del Pobre.





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Y digo yo: ¿No habrá una hucha para toda la Corte Celestial juntita? ¡Seguro que las monedas tendrían el máximo "poder"!











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