Volver con los gusanos en la barriga (Reflexiones de verano)

Ola 15


Tengo todavía en la retina la carpa multicolor de las sombrillas al borde del mar. Todavía oigo el bullicio de los bañistas intentando cabalgar las olas. Aún me subyuga el arrullo del inmenso mar. Una brisa añorada permanece y avienta estos garabatos.

Me escuece aún el contrapunto de esas desvergonzadas comadres de busto libre que provocan el instinto y turban el descanso playero. Mi ser de varón delicado y racional se siente agredido por las exhibidoras de carnaza. Estas modernas fermosas se comportan como sus peludas ancestras. No tienen la vergüenza de respetar la tranquilidad de sus vecinos, aunque éstos sean niños o adolescentes que sorben sus destapes como esponjas. Estas cavernícolas exhiben sus mamas aceitadas y sus sebosas posaderas sin el menor pudor, sin respetar el derecho de las familias a vivir y educar con un estilo civilizado, distante de los primates.

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El respeto es la asignatura pendiente de nuestra época que algunos dicen civilizada. Cuando el próximo año vuelva con mi familia a la playa de costumbre me encontraré con esas "conservadoras" de ubre

Mona desnuda

abierta que perpetúan el desnudo de sus "tataramonas". O con esos "adanes" que se exhiben como machos férvidos con sus aparentes péndulos tras mínimos taparrabos. A los "progresistas" de holgado bañador y familia nos volverán a llamar retrógrados, precisamente porque hemos progresado desde el destape animal de nuestros irracionales tatarabuelos. ¡Ver para creer!

Que escriba estas cosas les molesta mucho a algunas mujeres y a muchos mirones. Ellas porque "son dueñas de sus cuerpos y hacen con ellos lo que les venga en gana". ¡Que el resto de la humanidad aguante su celulítica desvergüenza! Ellos porque se verían privados de la carnada de sus abusos siquiera imaginados.

Pero estas cosas hay que decirlas para no dejar arrinconada la racionalidad humana. El pudor, el decoro, la honestidad y la decencia siguen siendo valores humanos y especialmente femeninos. Ya sé que no se estila recordarlo ni siquiera en nuestras iglesias en las que se silencia y tolera el indecente esperpento. No solo hemos olvidado la moral, hemos perdido el más mínimo civismo.
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También infectan nuestras playas los de la fumarada. ¡Qué absurdo cambiar brisa por nicotina! Reconozco que hay tipos simpáticos, bonachones y respetuosos entre los fumadores. Pero los que se me indigestan son los enterradores de colillas. ¿Pensarán que alguien vendrá a exhumarlas? Los rastrillos mecánicos del ayuntamiento local no hacen más que peinar la arena y, si acaso, recoger los olvidos más voluminosos. ¿Las colillas? Ahí quedarán hasta que el mar las engulla y se envenene. Muchas ocuparán playa hasta que nuestros descendientes las encuentren fosilizadas y demuestren lo irracionales que éramos los inhumanos de esta época.

Colillas en playa



La ida y vuelta de las vacaciones no ha resultado excesivamente conflictiva. Pero muchos, demasiados, se han quedado en el camino mientras viajaban por nuestra querida geografía nacional. ¿Quiénes son los responsables de esos viajes abortados? Habrá casos de falta de respeto -¡otra vez el respeto!- a las normas circulatorias y a los demás conductores. Algunos exponen vidas propias y ajenas con su velocidad libre o su errática maniobra. ¿No estamos en un país libre? ¡Pues todo vale mientras no me cojan! ¡Viva la libertad! Y viva la muerte anunciada, si pudiéramos hacer vivir a la muerte... Ése es el absurdo de nuestra conducta real: dar vivas a la muerte. La civilización, el respeto, la prudencia, la responsabilidad, parecen virtudes alienígenas.

Otra parte puede achacarse a los gobernantes. Ésos que elegimos con tanto celo democrático. ¿No deberían pensar en soluciones firmes que eviten tanta muerte prevista? ¿Para qué les dotamos de autoridad? ¿Para presumir y cobrar? ¡No señores, no! Nosotros les elegimos para que den soluciones a nuestros problemas. ¿Y hay algún problema mayor que la muerte, los miles de muertes en las carreteras, por ejemplo?

Esos gobernantes de papel deberían poner coto a tantos suicidas de 150 y 200 por hora. Las multas, por elevadas que sean, son para algunos como mosquito en paquidermo. Los del cochazo pueden permitirse pagar una multa como se beben un vaso de agua. La retirada del carnet, el pago inmediato, la paralización del vehículo "in situ" (¡se acabó el viaje y llame ud. un taxi o coja el autobús!) deberían ser medidas contundentes y habituales para quienes juegan con la muerte. Pero nuestros políticos de pacotilla están más ocupados en presumir de tolerantes que de dar soluciones.



¿Y qué decir de las carreteras, los pasos a nivel sin barrera, los puntos negros, los atascos interminables, los apagones, las basuras sin recoger, los incendiarios y un larguísimo "et cetera"? Una vez más los políticos tienen otras preferencias. Lo que se lleva, entre otras zarandajas, son las inversiones billonarias en parques temáticos, en fuentes ornamentales, en deseos olímpicos, en la exhumación de fósiles y, sobre todo, en el AVE. ¡Los trenes veloces van a ser la panacea! O los aeropuertos vacíos ejecutados por irresponsables demagogos. Después nos preguntaremos por qué se hinchó la "deuda" y la "crisis" por no poder pagarla.

Los políticos parecen bizcos porque siempre miran para otra parte. ¿Por qué tendrán tal mal cartel entre los ciudadanos? ¡Pero, señorías, si parecen ustedes pavos reales con el peso del hemiciclo en el trasero, pendientes tan sólo de exhibir sus colores partidistas mientras nos descubren sus pudendas partes y... nos dejan a los ciudadanos con el tafanario al aire! Por favor, hablen con la gente, abran los ojos y vean las prioridades que nos acucian.

Conviene volver la mirada sobre nosotros mismos, reflexionar sobre lo que nosotros podemos realmente cambiar, sobre lo que tenemos poder directo y no necesita intermediarios ni representantes. La mayoría dedican las vacaciones a broncearse, a hacer deporte, a viajar -en ocasiones buscando aventuras peligrosas e inútiles-, o simplemente a dormir. Casi todos vuelven con los gusanos en la barriga.



Muy pocas personas dedican su tiempo a cultivarse, a pensar, a intentar mejorar. Gastan tiempo y dinero en su cuidado animal pero no en su progreso personal. Vuelven a sus trabajos con las mismas tensiones y conflictos, con las mismas dudas e inseguridades. Sus relaciones seguirán siendo amargas, cortantes, tensas, y su vida seguirá siendo infeliz. Han hecho un gran esfuerzo por broncearse la piel pero realmente vuelven con todos los problemas dentro, no han progresado nada. De ahí la frustración y, a veces, la depresión de volver a la rutina.



En todos los países hay organismos -de carácter religioso o simplemente humano- que se dedican a la formación y crecimiento de las personas. En verano suelen intensificar sus cursos. Por sus aulas pasan muchos veraneantes que quieren mejorar, salir de sus problemas, avanzar, para no volver igual que salieron, para que un año no sea la repetición del otro o, a lo peor, un descenso sobre el anterior. Bastaría con dedicar unos pocos días a la formación en profundidad, al alimento intensivo de la persona, a la búsqueda de equilibrio y paz. ¡Merece la pena!

Y tú, amable lector, para quien reflexiono en voz gráfica, tal vez volviste entero y sin percance, bronceado, descansado, bien alimentado. ¡Enhorabuena! Pero dime, dime sinceramente, ¿volviste con los gusanos en la barriga?

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¡¡FELIZ RETORNO!! ¡¡BIENVENIDOS LOS QUE YA LLEGASTEIS!!



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