¡No adoréis a nadie, a nadie más que a Él! - (Solo para laicos no clericales)




El tinglado religioso que tenemos montado está más cerca de la superstición que de la fe. Porque la fe no es ciega, ni debe serlo. Nos han dado una inteligencia -en la que incluyo la intuición- y un ser (el "corazón bíblico", lo más profundo de la persona) que es "el sonar" para detectar a Dios en el mar de oscuridades en que vivimos.

No hay, por tanto, un choque entre ciencia y religión. Lo que se da, por desgracia, es un "choque de rigideces" cuando unos u otros se creen en posesión de la "verdad absoluta", algo muy frecuente en la religión.

Sería bueno reconocer con humildad que vivimos en un mundo evolutivo, tanto a nivel global como individual, también en la religión. Lo dice expresamente el Evangelio: "Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras" (Jn 16,12).

Y el Espíritu siempre está viniendo y continuará viniendo hasta que nos envuelva en su seno. Algunos todavía creen que vino el pajarito "in illo témpore" y se volvió a la jaula. ¡Pobres! Viven enredados en "viejas letras" en vez de abrir la inteligencia y el corazón con la "libertad de los hijos de Dios" porque a liberarnos vino Cristo.
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Pretenden conservarlo en frasquitos de cloroformo y están muy seguros de haberlo capturado en un Libro, cuyo contenido -curiosamente- ha sido seleccionado y canonizado por "hombres", limitados y falibles.

Y para mayor despropósito a esa "selección humana" la han consagrado como inamovible "Palabra de Dios". Cuando es evidente que contiene muchas "luces", pero también densas "sombras", sobre todo en el AT. Diré más, contiene muchísima paja y hasta blasfemias, aunque para aquellos primitivos literatos fuesen verdad absoluta.

Hoy esa "rigidez y exageración sagradas" carecen del más mínimo sentido común para un mundo adelantado e inteligente. No en balde nos consideran -con cierta sorna- una de las religiones del Libro, algo así como fanáticos noveleros. Será muy difícil desde ahí llevarnos a una auténtica e imprescindible religión.

Agradezco a los "sabios y entendidos" que me hayan hecho esa selección y por eso la medito. Pero me atengo a las intuiciones de mi corazón. En el propio Libro se lee: "Pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jer 31,33). Y por ello me ciño a esta razonable opinión: "La Biblia y el corazón dicen lo mismo. Por eso (y sólo por eso) la Biblia es revelación". (Franz Rosenzweig - Filósofo judío). A lo que añado: "Cuando se da esa consonancia interior, porque muchas veces no se da".
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Algo parecido pasa con la fe. La mayoría del Pueblo de Dios cree con la "fe del ciego". Es decir, creen lo que "el lazarillo" les cuenta, aunque el pícaro se coma su queso y se beba su vino.

Ese "lazarillo" no es otro que el estamento clerical (los famosos "sabios y entendidos"). Previamente, se han preocupado de consagrar una determinada fe como "verdad absoluta" y han amenazado con expulsión del Pueblo y condena eterna a quien la racionalice u opine otra cosa.

Podría relatar errores supinos de mi vida que tuvieron su origen en esa "fe del ciego", en ese sometimiento a lazarillos irrazonables, pero no es el momento. En mi caso, detrás de esa falta de "autonomía", no había una ceguera religiosa (yo buscaba a Dios sinceramente) sino ignorancia, ausencia de conciencia profunda y una apoteósica inseguridad.
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Cuando eres inseguro y tienes miedo de quebrar la moral (eso que llaman "voluntad de Dios"), te cuelgas de quien supones te ayudará a ver. Aunque más tarde compruebes que de "ver" poco y mucho de "someterte", que de "servidores" nada y mucho de "príncipes dominadores". Con numerosas y gloriosas excepciones...

Y es que la fe no es "creer lo que no vimos" o no se ve. Todo lo contrario. La fe supone VER (meditar y entender hasta donde puedas) y ADHERIRSE a algo o Alguien que previamente has visto o intuido. Ya decían los escolásticos "nihil vólitum quin precognitum", es decir, nada se puede querer si antes no se conoce.

¿Conoces a Dios? Pues si no le conoces, al menos un poquito, no le puedes amar. Así que no me digas que cumples el primer mandamiento. Por desgracia, en nuestra Iglesia Católica, hoy y ahora, coexisten muchos ídolos y dioses falsos a los que rezamos, inducidos por ese "lazarillo" que nos somete con su prepotencia de supuesto "enviado de Dios". No hay más que ver la liturgia oficial.
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Y lo digo con ese descaro -de que algunos me acusan- porque me estoy convirtiendo en un "caza idolatrías" profesional.

La búsqueda del verdadero rostro de Dios es en mí tan intensa, continua y visceral que no puedo renunciar a ella. "El celo de tu casa me devora" (Jn 2,17). Confieso que muchas veces me siento tentado de imitar a Moisés y hacer beber a los "idólatras oficiales" el oro de sus propios becerros.

Cuando Pablo afirma que no son las obras las que justifican sino la fe, no está hablando de la "fe del ciego", está hablando de adherirse a quien previamente has identificado en tu corazón. Solo por eso podemos cantar: "Benditos los pies del mensajero", que me hicieron VER para después ADHERIRME con pasión a quien vi y me sedujo.

Si la "eminente clase religiosa" (los laicos somos disciplinada clase de tropa) no te lleva a VER, si te hablan desde "arriba", si te tratan cómo súbdito o como esclavo, si no admiten que les tutees, que les enseñes, que les corrijas o que les quieras sinceramente, entonces no son "mensajeros". Son solo carceleros que te mantienen encerrado en sus cuadrículas obsoletas. Entonces no te están conduciendo a la AUTONOMÍA y LIBERTAD, signos ciertos de la madurez humana y de los "hijos de Dios". Entonces no son buena sino malísima noticia. ¡Huye de ellos!
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Lo dice el Evangelio:"¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta y de la ruda y de todas las legumbres, y olvidáis la justicia y el amor de Dios!

¡Ay de vosotros, fariseos, que os gusta ocupar los primeros asientos en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como sepulcros que nadie ve y sobre los que caminan los hombres sin saberlo!...

¡Ay de vosotros también, doctores de la ley, que echáis sobre los demás cargas insoportables, y vosotros no las tocáis ni con un dedo!... ¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os habéis apoderado de la llave del saber, y ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los demás!…

Guardaos del fermento de los fariseos, que es la hipocresía. Pues nada hay tan oculto que no se llegue a descubrir, y nada tan secreto que no se llegue a saber" (Lc 11,42 y ss).
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Por todo eso insisto e insistiré:

No adoréis el Libro, servíos de él en lo que os ayude a ser mejores, más divinos y más humanos. No temáis rechazar rotundamente las blasfemias y barbaridades que contiene porque de ninguna manera son "palabra de Dios".

No adoréis a Vírgenes y Santos que nada pueden hacer por nosotros, tan solo mostrarnos su ejemplo y sabiduría. Ante un Dios que se derrama plenamente sobre sus criaturas es un pecado creer en el "dios botijo" que solo sus "cortesanos intermediarios" pueden inclinar sobre los sedientos. Un "dios manipulable" no puede ser el Dios verdadero. La "intercesión" es una farándula inventada por los "doctores" antes descritos.
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No adoréis a Curas, Obispos o Papas, tan pecadores como nosotros cuando no más. Aceptad su ejemplo y sabiduría cuando estéis seguros de que os hacen bien. Pero huid de su orgullo, prepotencia, desprecio, cuadrículas y puertas cerradas. Ni son Dios, ni su palabra es divina, aunque lo pretendan. La auténtica "Palabra" está sembrada en el fondo del corazón, búscala, óyela, síguela.

No roguéis, ni mucho menos paguéis, por los muertos. Cuando eso hacemos somos unos prepotentes y orgullosos ante la Misericordia Infinita, que no necesita que la enseñemos su oficio o la empujemos a cumplirlo. Simplemente imitad los buenos ejemplos de los que nos precedieron, perdonad sus injurias, aprended de su sabiduría.

No adoréis las basílicas, las grandes catedrales, los oros y joyas, con que pretendéis sobornar a Dios ("para Dios lo mejor") porque eso os delata y os acusa de "no saber de qué espíritu sois" (Lc 9,55). Al Dios verdadero lo descubrirás en la naturaleza, en los sencillos, en los misericordiosos, en los necesitados, en el fondo preciosísimo de tu corazón, desde el que puedes construir la mejor adoración.

Dios no quiere piedras, monumentos o tesoros, nos quiere a nosotros sus hijos para hacernos felices desde dentro y ayudarnos a construir nuestra propia vida. Esa es su mejor catedral y nuestra mejor ofrenda. "La gloria de Dios es que el hombre viva" (San Ireneo). "He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10)

En definitiva, sumerjámonos fielmente en esta determinación sagrada: "No adoréis a nadie, a nadie más que a Él", al Abba y a Hijo que nos lo mostró.
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