Cuando los árboles lloran - (Por Rosa María Martínez)
El sol del otoño me trae siempre recuerdos del pasado. En la aldea de mi niñez, durante el otoño e invierno, buscábamos el sol al abrigo de una pared de adobe. Aún hoy, tras mis muchos años madrileños, el mejor recuerdo de vida, el que más caldea y alienta mi corazón es esa imagen de unos aldeanos sencillos abrazados por el providente sol y una rústica pared.
Esa sensación de mi niñez me ha dado fuerza muchas veces. Ha habido épocas en que sólo veía pared sin sol, otras ni sol ni pared, pura intemperie y extravío. Después, bien entrada la juventud, llegué a pensar que la melancolía, la oscuridad, el vivir dubitativo y extraviado eran síntomas de profundidad. Finalmente, tras angustias, dolor e incomunicación, he llegado a la certeza de que la vida está en la luz, en el manantial interior, en el agua que brota hasta la vida eterna.
Hace mucho que milito del lado del sol, del agua y de la vida. No es una seguridad pasajera. Sin embargo, una tiene la sensación de ir contracorriente en un mundo que habla de cosas absurdas y muertas.
Son los medios de comunicación, la publicidad, los espectáculos, la falsa cultura de plomo. Son nuestras empresas, nuestros vecinos, nuestros pueblos y ciudades. Es el ambiente general descafeinado y superficial que deprime, que desvitaliza, que embrutece, que no llama a nada por su nombre y que cambia la vida de sentido. Por eso, en este tiempo de melancolía en que la naturaleza se anubla y oscurece, busco mi pared y luz interior.
Después de muchos otoños oscuros y tristes, estoy aprendiendo a sembrar el sol dentro de mí, a buscar las paredes protectoras de aquellos que me ofrecen seguridad, respeto, no-juicio, libertad. Es decir, vuelvo a aquellas personas, sentimientos, libros, música, naturaleza y ambientes que me vitalizan.
Es buena época para ello porque la raíz sigue activa. Lo externo colorea y adorna pero no es ahí donde late el corazón. Es dentro dónde está el sentido de la propia vida, nuestra identidad, nuestra vocación, nuestros logros futuros. Es la raíz la que bebe la vida en lo más profundo de nuestro terruño. Hay quienes se instalan en el fulgor externo, en las hojas verdes, en la comodidad de mecerse al viento. Cuando aparece la realidad del frío y la oscuridad, palidecen y mueren.
Entrar en la posesión de lo que uno es, conocerlo, descifrarlo, ser capaz de interpretarlo y, como última consecuencia, transmitirlo. Tomar conciencia de lo que somos y vivir desde ahí es lo que nos va a salvar de una existencia mediocre o, lo que es peor, de una no-existencia. No es sencillo, lo sé. En lo que nos rodea hay pocos estímulos que nos despierten y conduzcan a ser nosotros mismos, por eso hay que estar atentos para no dejarnos arrastrar a la fugacidad y abatimiento.
Vivir fuera de lo que uno es, no es vivir. Nuestra esencia, nuestra misión, la opción que hagamos por un camino o por otro está en nuestras manos, es nuestra responsabilidad. La única aventura real que muchos de nosotros podremos acometer es ésta: vivir lo que somos de fondo. Muchos llegan a su fin sin haberlo siquiera intuido.
Apostar por la propia vocación y llevarla a término, mantenerse fiel a la palabra dada, seguir teniendo un corazón limpio entre tanta contaminación, dar testimonio de una fe cuando se tiene, trabajar honestamente para ganarnos el pan, mantenernos firmes en pro de la vida cuando nos rodean estructuras de muerte.
Cada uno debería saber cuáles son los rasgos que le definen y sostienen desde su centro. Cada uno debería buscar el calor que caldea su hogar. Sólo desde la fuente de nuestra persona, desde lo que mana dentro, y no desde ambiciones fatuas, seremos capaces de aportar algo a un mundo que necesita de cada uno de nosotros para levantarse. No sólo somos necesarios, somos imprescindibles, porque la vida de cada uno es original y única. Como decía Marcel Légaut, hombre bueno y profundo, "Ínfimos y efímeros pero necesarios. Sepultados en lo inmenso pero conscientes. Perdidos en lo innumerable pero únicos... Herederos de una labor inmensa, visitados por una Presencia que no manda sino que llama... Obreros de un porvenir sin fin, inseparable de Ti, mi Dios".
Cuando los árboles en otoño lloran sus lágrimas amarillas y ocres, no están tristes. Todo lo contrario. Lloran la alegría de haber dado su fruto y de sumergirse de nuevo en la tierra madre. Lloran la emoción de buscar nuevos néctares y colores en su interior. Lloran la pasión de acrecer la firmeza de sus raíces y su tallo sin rendirse a los rigores exteriores. Sus ramas se desprenden de lo pasajero y estacional para alzarse desnudas al cielo en silenciosa e íntima oración. Así permanecerán durante todo el invierno esperando nuevos frutos destilados en el silencio, la paz y la humildad de su activa corriente interior. Una vez más la madre naturaleza nos muestra el camino.
.
Rosa Mª Martínez del Agua
______________________________________________________________________
______________________________________________________________________
.
LA VOZ DE LOS LECTORES:
.
No siempre dispongo del tiempo y paz necesarios para leer los textos y las poesías del ya amigo Jairo. Cuando me llegan, generalmente solo puedo imprimirlos, guardarlos y esperar el momento de leerlos y releerlos con calma. Cuando ese momento llega, los escritos me llegan al corazón. Son agua fresca que me ayuda mucho en mi contemplación de Cristo y en mi seguimiento. Con ellos me sacio del agua que, a raudales, mana de Jesús.
Me he acordado esta mañana de todo esto cuando, junto a mi esposa, he asistido a la Eucaristía en una iglesia granadina con una decoración muy barroca. Frente a tanta talla y tantos santos, un crucificado de plata, bastante pequeño, se perdía a uno de los lados del altar. ¡Cuánto adorno que distrae los sentidos, pensaba! ¡Cuántas cosas innecesarias! ¡Cuánto dinero y esfuerzo gastado!
Ante este panorama, echaba de menos un ápside o trasaltar completamente blanco, encalado, con sólo El Crucificado, al que poder mirar y dejarse mirar. Esto que echaba de menos es lo que Jairo me proporciona en cada uno de sus escritos. ¡Gracias, querido amigo, por llevarme a Cristo! ¡Que Dios te bendiga!
.
José Manuel Fernández Figares
Granada - España
_______________________________________________________________________
_______________________________________________________________________