Una boda de tres

(Este artículo es el reverso del anterior. Es una parábola de lo que debería ser el Sacramento del Matrimonio. Lo publiqué hace más de un año pero hoy viene como anillo al dedo al tema que vengo tratando. ¡Ojalá muchas parejas se animen a repetirlo! Es una escenificación realista y luminosa).


¡Vaya invitación, tú! Quien más, quien menos, está invitado a una boda en este tiempo de cerezas y nupcias. Pero sustos no, por favor. Sé que vivimos en una época de oscuridades, desorientaciones y perversiones, mas esto de una boda a tres… se pasa de castaño oscuro.

¿Será que están embarazados? Recuerdo con ternura que, al principio, nosotros inauguramos los “abracitos de dos” que fueron pasando a “abracitos de tres”, a “abracitos de cuatro”… ¡Saldré de dudas! Aunque… no creo que Ana se haya saltado sus sólidas convicciones. ¡Tiene que haber otra explicación!


Ni corto ni perezoso, llamé a la novia bonita. Esta chica no es sospechosa de desvaríos ni excentricidades, pero yo necesitaba una pista urgentemente.

Además, nos convocaba en una ermita, allá por las montañas astures. ¿Se habrá vuelto loco el cura? No -me dijo con voz dulce- ni yo, ni mi novio, ni el dominico que nos casa estamos locos, pero tendrás que venir para comprobarlo. ¡Ah! Tampoco estoy embarazada, que algún picaruelo ya se dejó caer con su imaginación febril. Ya sabes lo que pensamos mi novio y yo sobre eso.


Ya tenía decidido asistir. Frecuentar gente buena es un oasis para mi espíritu. Pero la curiosidad me hizo enjarciar el Seat a toda prisa y navegar al norte en compañía de mi esposa. El día señalado, antes de la hora prefijada, entramos en aquella solitaria ermita y nos sentamos en lugar estratégico para no perder comba.

En su momento, las gaitas enhebraron la marcha nupcial, los novios ocuparon sus sitiales y la santa Misa comenzó solemnemente. Suspiramos aliviados. Ha sido una broma, se trata de una boda preciosa pero normal. Ni siquiera los padrinos son tres.

Tras el compromiso y los anillos todo se paró. Un silencio expectante sobrevoló el centenar largo de invitados y el celebrante esperó, quieto, en el altar. Alguien golpeó la puerta de la ermita y por los altavoces se oyó: “Estoy a la puerta llamando, si me oís y me abrís, entraré y comeremos juntos” (Ap 3,20). "No os dejaré abandonados nunca" (Jn 14,18).

Los novios respondieron: No esperes, entra en esta familia recién fundada y no te vayas nunca. A eso hemos venido ante el altar, a abrirte las puertas de par en par, a hacer un pacto de fidelidad entre nosotros y contigo. Queremos que nuestro amor sea reflejo de tu Amor. Entra, entra y toma asiento. Aunque… si te somos sinceros, nos turba un poco tenerte tan cerca. A veces nos asusta pensar que eres tan “exigente” y “cuadriculado” como algunos te pintan.

Y volvió a oírse la voz: “No tengáis miedo, porque habéis encontrado gracia delante de Dios” (Lc 1,30). “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30). “No tengáis miedo, tened fe y basta” (Mc 5,36). “Seguid unidos a mí, que yo seguiré estando con vosotros” (Jn 15,4). “No tengáis miedo, queridos míos, porque vuestro Padre ha decidido daros el reino” (Lc 12,32).

Los novios añadieron: Este mundo nuestro no es fácil, Tú lo sabes. Hay que pelear mucho para salir adelante. Nos abruman los trabajos, los otros, nuestra propia debilidad y tantas circunstancias adversas. Además, nos asusta el futuro con sus responsabilidades, sus novedades, sus peligros y todo eso.



La voz se hizo aún más suave y cariñosa cuando respondió: "Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, yo os aliviaré" (Mt 11,28). “Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo. Vosotros valéis más que una bandada de pájaros” (Mt 10,31). “La Paz os dejo, mi Paz os doy. No estéis angustiados, ni tengáis miedo” (Jn 14,27). “Nada podrá haceros daño…” (Lc 10,20). Alegraos y celebrad vuestra boda pero, sobre todo, “alegraos porque vuestros nombres están escritos en el cielo” (Lc 10,20).

El diálogo con aquella voz misteriosa terminó y la ceremonia continuó. Pero una Presencia invisible se palpaba en aquella ermita. Se nos humedecieron los ojos y un nudo en la garganta nos impidió acompañar los cantos.


Más tarde, al finalizar el banquete, Ana nos confió en un aparte: Hemos querido vivir el Sacramento del Matrimonio en su auténtico sentido, como signo de la Presencia de Dios en la que se sumerge la pareja al casarse. Sabemos que el matrimonio católico es un matrimonio de tres. Hemos querido resaltar ese compromiso público entre los tres: un tú, un yo y un Él.



Queríamos un matrimonio de por vida y sabemos que éste lo será porque nuestra fragilidad humana queda superada por la Presencia de un Tercero que nos bendice, nos une, nos defiende y nos abraza. Su Palabra -la habéis oído y no puede fallar- es sumamente pacificadora y vivificante.

Yo la miraba con ojos de plato mientras pensaba: ésta es una mujer católica coherente. Al terminar, mi esposa me susurró al oído: estos chicos serán felices. ¡Lo serán, ya lo creo! ¡Han elegido el mejor Socio y lo saben!

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