Sin dejar de ser mujer (Por Rosa María)



En muy pocos lustros las mujeres hemos conseguido revolucionar la historia. El derecho a votar, a opinar, a estudiar, a trabajar fuera de casa, son ya conquistas sin retorno. Gracias al esfuerzo de nuestras abuelas y tatarabuelas hoy vivimos con naturalidad lo que ayer era asombroso o imposible.

Ahora nos urge reflexionar, no dejarnos arrollar por la rutina ni pararnos en lo conseguido. Se nos han abierto tantas puertas para "hacer" que podemos olvidarnos de "ser", "pensar" y "decidir", que es lo específicamente humano.

Hoy podemos caer en la tentación de renunciar a ser mujer, de creer que el progreso consiste en convertirnos en hombres. Tengo compañeras que fuman como corachas sin importarles sus colegas, su salud o su embarazo.

Conozco varonas que gritan porque "están hasta los mismísimos..." -fisiológicamente imposible- o se defecan en "su p... madre", u otras lindezas semejantes. Esa brutalidad machista ofende los oídos y la sensibilidad de las mujeres trabajadoras que soportamos la brutalidad de esas féminas tránsfugas.

Las empresas, demasiado tejidas todavía por urdimbres machistas, suelen premiar a las maritornes, prepotentes y violentas, porque son más útiles para la "competición" instaurada por los varones. O porque las sienten más próximas a ellos mismos y su forma de actuar. Mujeres de cuerpo pero con mente y obras de macho.

Se valora más el empujar que el motivar. Se admira la "seductora apariencia" más que la laboriosidad o la profesionalidad. Se premia a las que se olvidan de la familia y renuncian a un horario sensato. Se cotiza a las que claudican de su maternidad.
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Muchísimas mujeres todavía piensan que la "igualdad de sexos" consiste en vestir como hombres, vociferar como hombres, fumar como hombres, beber como hombres… Y hasta fornicar como hombres.

Es decir, en imitar todos sus vicios y pasiones, ni siquiera en emular a los más inteligentes y humanos. No hay más que observar el moderno "fenómeno del botellón" donde se congregan más jovencitas que muchachos. ¡Hace falta ser tontas!

Estoy convencida de que las nuevas conquistas de la mujer deben ser menos superficiales y más enriquecedoras para nosotras y para la humanidad. Se trata de conseguir mayor respeto, igualdad y libertad, pero sin caer en la trampa de la "masculinización" y la renuncia a nuestros rasgos propios. Traicionando nuestra identidad nos convertimos en "colonias de los hombres", tal vez lideradas por varonas, pero donde ellos siguen imponiendo sus objetivos, sus normas y su estilo.
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Nuestra verdadera lucha está precisamente en ser mujer y aportar al mundo las grandes riquezas que portamos. Nuestra delicadeza, intuición, constancia y fidelidad. Nuestra valentía, nuestra responsabilidad, nuestra capacidad de amar y sembrar amor, que es la esencia motivadora por excelencia. Se trata de sembrar vida y cuidarla, no de relegar nuestra capacidad de humanizar.

No podemos renunciar al hijo que nuestro ser de madre reclama. No podemos creernos la mentira de que somos dueñas de nuestro cuerpo porque hemos aprendido a controlar nuestra fertilidad. No podemos renunciar a la evidente verdad de que somos la fuente de la vida. Sin nosotras se extinguiría la humanidad tanto física, como sicológica y socialmente. No reflexionamos lo suficiente en este inmenso poder nuestro.

No podemos confundir el amor, que certeramente sabemos distinguir, con el frenesí circunstancial y humillante que nos aliena al fisiológico desahogo machista.
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No podemos renunciar a nuestra "dignidad femenina" cayendo en el exhibicionismo más ramplón por la efímera vanidad de llevar a los varones como "moscones babeantes" a nuestra espalda. A más de una le convendría recordar de qué "porquerías" se alimentan los moscones.

Ni, por supuesto, caer en la "humillante indignidad" de pretender prebendas laborales usando nuestras curvas como sacacorchos para mejorar de fortuna en el trabajo.

No podemos consentir que nadie acose nuestra libertad y dignidad por el hecho de ser mujeres, pero tampoco nosotras debemos usar las artes femeninas para acosar, captar y manipular a nuestros compañeros y jefes. Si desarrollamos un trabajo, somos ante todo personas arrimando el hombro para un avance comunitario.

No podemos pretender que nos valoren por nuestra fuerza, ya que físicamente somos más débiles por naturaleza. Pero sí debemos mostrarnos inflexibles ante quienes instrumentalizan y humillan nuestro "ser de mujer" para hacer negocio. Jamás compro aquello que se publicita con la utilización de una mujer como carnaza. Quienes nos utilizan para sus fines mercantiles son unos bellacos machistas. Nos urge rebelarnos contra quienes comercian con nuestro cuerpo, nos degradan y nos exhiben como muñecas hinchables.
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Hay muchos brotes de esperanza. Mujeres bien despiertas que compaginan su buen hacer en la empresa con la cita inaplazable a la puerta del colegio. Mujeres que consiguen realizar su trabajo desde casa para evitar unos meses de guardería al recién nacido.

Mujeres que se rebelan ante presiones, manipulaciones e injusticias, dando la cara por todas. Mujeres que han decidido no comprar tal revista o tal producto, que se niegan a ver aquel programa o aquella película, porque comercian con su dignidad o porque se producen con la degradación de otras mujeres.

Las hay que han optado, libre y decididamente, por seguir siendo femeninas en un mundo que premia y alienta lo masculino. Las hay con un valor inmenso que, después de estudiar y prepararse bien, han optado por ser "jardineras de la vida" dedicándose plenamente al cuidado de sus propios hijos o de sus padres ancianos.
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Hay muchas, muchas mujeres, que están pintando el mundo con sus colores femeninos. Cuando todos los colores convivan en auténtica libertad y respeto mutuo, el mundo será más pacífico y luminoso. Entonces podrá decirse que la mujer ha sembrado realmente su feminidad en la historia y ha ocupado su lugar en el mundo.
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Rosa María Martínez del Agua

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