La desaparición de los Padres Dominicos (Un testimonio evangélico)
No, no es que los hayan martirizado a todos en masa. Tampoco es que se hayan extinguido por la actual decadencia de vocaciones religiosas. Queda un buen puñado de miles extendido por el mundo entero.
Estos hermanos de Domingo de Guzmán siguen predicando el Evangelio como mandó el Señor: "Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos" (Mt 28,19).
Se trata de eso que no sale en las noticias. Se trata del testimonio silencioso que alimenta la masa como la levadura y la hace crecer. Se trata de volver al Evangelio y podar las ramas secas, de limpiar la "tradición de barro" y sumergirse en las raíces.
Estos frailes predicadores, andariegos y universales, han releído el Evangelio:"Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial. Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: el Mesías. El más grande de vosotros que sea vuestro servidor" (Mt 23,8).
Y, ni cortos ni perezosos, han decidido que ya no existen "Padres" entre los Dominicos porque todos son "hermanos" entre ellos y con el resto del Pueblo de Dios. Ahora su denominación oficial es "fray", apócope de fraile, que deriva de la palabra latina "frater", es decir, hermano.
Lo encontraréis, en su forma abreviada "Fr.", en la firma de los que escriben, en los carteles anunciadores de sus predicaciones, en su correspondencia, etc. Ya no existe el P. Andrés, el P. Javier o el P. Genaro... Ahora son y se identifican como Fr. Andrés, Fr. Javier o Fr. Genaro... Puede que hasta se molesten si volvéis a la antigua denominación.
Tengo un amigo dominico que cuando, por descuido o broma, le llamo Padre se gira 360 grados y me pregunta: "¿Dónde, dónde está el padre?". Hay otro, más directo, que me responde: "Padre lo serás tú, rapaz, que tienes hijos. Yo soy solo un humilde fraile dominico, célibe por la gracia de Dios". (He de agradecerle que en mis años maduros me vea como un rapaz).
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¡Qué gusto da ver estos giros evangélicos! Porque la denominación tradicional y con mayúscula (la minúscula es para nosotros, los "pobres padres biológicos") no deja de ser una denominación prepotente y clasista.
Suelen decir -los que defienden la antievangélica denominación- que han renunciado al matrimonio para ser "padres de todos". Eso justifica el título, aunque no responda a la realidad, ni a las enseñanzas evangélicas. Pero la verdad es que esa pretendida "paternidad" se ha convertido en privilegio, desigualdad y sometimiento: el "Padre" siempre estará por encima de los hijos.
Me alegra muchísimo que esta Orden -que en el 2016 celebrará el octavo centenario de su aprobación- haya vuelto a leer el Evangelio, haya roto con las rutinas de la "tradición de barro" y, de común acuerdo, se hayan rebajado a ser solamente hermanos al servicio de sus hermanos:
"Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que si alguno de vosotros quiere ser grande, que sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos; de la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida por la liberación de todos" (Mt 20,25).
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Y para mayor honra y gloria de estos "hermanos Dominicos" (la honra y gloria de verdad, la del seguimiento del Maestro) he de añadir que observo también una vuelta al uso de su hábito fundacional, siquiera sea en sus ámbitos propios y en sus apariciones públicas: "El que a los suyos se parece honra merece".
Sigo insistiendo que una sociedad, no solo secularizada sino cada vez más paganizada, necesita signos religiosos. ¿Hay algún signo más evidente y real que la persona del propio religioso?
La sociedad, y en especial los católicos, necesitamos "VER" que hay personas consagradas al servicio de Dios y de su Pueblo. El "ocultismo" en que se han sumergido la casi totalidad de sacerdotes y religiosos (ellos y ellas) es, para mí, vergonzante.
Es verdad que "el hábito no hace al monje". Pero es igualmente verdad que "le identifica, le defiende y le compromete". Quien no se atreve a dar testimonio de su religiosidad con su propia persona será muy difícil que lo dé en otros perímetros.
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Es alarmante ver la cantidad de Órdenes y Congregaciones religiosas que, de la noche a la mañana, se han convertido "de hecho" en asociaciones laicas, trabajadores sociales, maestros reunidos o funcionarios litúrgicos. Al menos eso es lo que aparentan.
Y me duelen especialmente los hermanos ("Padres" reclaman que les llamemos) de San Ignacio, que siempre han sido ejemplos luminosos, mientras que ahora se destacan por disfrazarse con mi corbata laica y mi vulgar americana. Demasiado "mundanizados" y "creídos" para mi gusto. (La foto que acompaño es de un eminente jesuita español con gran repercusión pública. ¡Ni el más mínimo signo de su consagración religiosa!)
Naturalmente no estoy hablando de ir con hábito (o identificación similar) a la playa, a hacer deporte, a construir una iglesia en la selva, etc. Estoy diciendo que los religiosos deben dejarse ver e identificarse, especialmente en sus círculos de actuación y en sus apariciones oficiales, porque el testimonio de su presencia es ya el primer apostolado.
Una bandera es un pequeño trapo de colores. Pero no hay nación o ejército que no se sienta identificado con su "trapo", lo defienda y lo ondee con veneración. También un hábito es una tela cosida, a veces recosida, pero con un profundo significado.
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Solo arrían sus banderas los ejércitos vencidos. Estoy seguro que no es el caso de los frailes Dominicos, nuestros hermanos predicadores, a los que deseo de corazón que sigan avanzando en coherencia, presencia y testimonio.
Y, para su santo orgullo, les recordaré un extracto del "canto al hábito" del poeta dominico Fr. José Mª Guervós:
"Yo tengo un hábito, blanco
como una vida que empieza
y, como un grito de muerte,
lo cubre una capa negra...
Y no es ya la muerte signo
de terrores y tristezas,
no es ya ni muerte tan solo,
que es ¡puerta de vida eterna!...
Vida y muerte de la mano
juntas por la misma senda...
¡Qué meditación tan honda
mi cuerpo sobre sí lleva!
La muerte, con sus abismos.
La vida, con sus promesas.
Blanco es el hábito mío
lo mismo que la azucena.
Y negro como la noche
de huracanes y tormentas.
Blanco, como la sonrisa.
Negro, como la tristeza.
Blanco como la alegría
y negro como la pena...
Es blanco como la luna
y su cortejo de estrellas,
es negro como los vientos
gritando entre ramas secas...
¡Qué meditación más honda
mi cuerpo sobre sí lleva!
La vida y la muerte juntas
como alegres compañeras.
¡Qué prodigio de equilibrio
y qué lección de prudencia!
Negro y blanco, muerte y vida
seguiréis siendo en la tierra,
pero en el cielo seréis
negro y blanco, ¡vida eterna!"
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¡Mi enhorabuena a los frailes Dominicos por su ejemplo evangélico, algo que hoy necesitamos en extremo! ¡Gracias, gracias, gracias!
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¿En qué Dios crees?
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¿A quién oras?
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¿Por qué crees?
¿Porque te lo han dicho o porque has identificado el lenguaje de tu corazón?
Precisamente ahí nacen las certezas y evidencias.
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¿Tu fe es de papel o de sólida roca?
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