No fornicar II (La afectividad y sus corrupciones)
He resumido anteriormente dos consideraciones básicas que nuestra "responsabilidad" debe tener en cuenta en el uso de la sexualidad. Veamos la tercera:
3. La sexualidad está atada a la afectividad. Por eso el popular "hacer el amor", aunque con demasiada frecuencia sea sólo una salida hacia el otro para deglutirlo y habría que hablar de "hacer el amor propio", algo parecido a una egoísta "masturbación recíproca". Por ahí se corrompe la afectividad y la sexualidad se deshumaniza.
Cuando se parte de una afectividad desarrollada y madura, la salida hacia el otro es "admiración" y "entrega" (amor), que el sexo potencia en la pareja por ser su expresión específica. Cuando domina la sexualidad, la afectividad se degrada y se corrompe. Siendo la afectividad un elemento esencial del ser humano puede afirmarse, con toda lógica, que la sexualidad eleva o embota la afectividad, es decir, a la persona. Cuando la sexualidad degrada hablamos de fornicación, hablamos de hacer y hacernos daño, hablamos de pecado. La censura a las relaciones prematrimoniales tiene su causa, entre otras, en la necesaria maduración de la afectividad para que el futuro matrimonio se cimente en el amor auténtico y no en la fiebre de una sexualidad hinchada y perecedera.
Veamos algunas connotaciones sicológicas y corrupciones de la afectividad (capacidad de amar) que muestran la fornicación como un daño a la persona:
Generalmente no se fornica sólo para obtener un efímero placer físico (instinto animal) sino para sentir el calor humano, la cercanía, la ilusión de amar y ser amado. De hecho, no hay fornicación pura y dura ni cuando la pagas. Es imprescindible el espejismo erótico, la ilusión de ser amado. Las prostitutas más valoradas no son las que se mueven más en el catre o saben hacer aberrantes filigranas. Las mejores, las más deseadas, son las que saben fingir ternura, cercanía, escucha y comprensión. Muchas infidelidades no parten del apremio sexual, sino de la necesidad de compañía, acercamiento y afecto. En las mujeres esto es más destacado todavía. Los "gigolós" lo saben muy bien, aunque creo que lo sabemos todos los hombres, puesto que utilizamos -consciente o inconscientemente- el fraude amatorio como anzuelo.
Los hombres somos más voraces e independientes, más superficiales, nos domina el objetivo de conseguir a la hembra y darnos el gustazo. Si además nos sentimos seductores y conquistadores, entonces el placer se potencia. Por eso cuando tienes poder económico, político, empresarial, jerárquico, social, religioso... la dominación sexual, más o menos disfrazada, puede convertirnos en perfectos canallas. No hay más que recordar la historia de David o repasar una muestra del moderno celuloide. Es la primigenia y biológica actitud machista que llevamos dentro: conseguir a la hembra. Es la parte animal del "instinto de supervivencia de la especie".
Somos verdaderos cazadores de mujeres, aunque esto se oculte política y educadamente. Lo son especialmente los que detentan el poder real, se llenan la boca de igualdad, pero consienten o promocionan la degradación y utilitarismo de las mujeres. ¡Si las mujeres supieran lo que piensan los varones! Seguramente serían más comedidas, prudentes y precavidas. Con demasiada frecuencia los varones se convierten en verdaderos falsarios con tal de manipular y conseguir a la hembra. Aún así, la atracción de la afectividad juega su papel. De hecho las conquistas varoniles nacen en el subconsciente deseo de ser admirados, deseados, de ser alguien para alguien, de ser muy machos, de tener bajo su dominio y protección al sexo contrario, pura expresión de debilidad y necesidad de autoestima.
También hay hombres -para compensar lo anterior- que consiguen un equilibrio humano admirable. Logran anteponer el respeto a la avidez, la cortesía al abuso, el amor a la rapiña, la interioridad al cuerpo, la caballerosidad a la manipulación. ¡Lástima que algunas mujeres no sepan valorar esa humanización y prefieran ser deglutidas a amadas, devoradas por la acelerada fiera varonil en vez de tratadas como personas! ¿Qué es, si no, el contemporáneo y efímero "ligue" o la soterrada "infidelidad"? Tengo la seguridad de que, si ellas fueran conscientes y quisieran, nos obligarían a los hombres a vivir en un nivel más humano. Hoy la engañosa "igualdad" que se preconiza ha rebajado la mayor profundidad y finura de las mujeres al nivel del embrutecimiento masculino. Basta con oírlas hablar.
En las mujeres el peso de la afectividad es mayor. Ellas tienen más capacidad de interiorización, se implican más en los afectos, siquiera sean ilusorios. Suelen ceder a la necesidad evacuatoria del varón más por necesidad de afecto, cercanía o seguridad, que por necesidad biológica o deseo sexual. A veces utilizan la sexualidad -e incluso el embarazo- como anzuelo para amarrar al varón. En ellas la fornicación suele ser sicológicamente más grave y dejar más huella. Aunque hay varonas que tienen una mentalidad machista y se conducen como ellos, por aquello de que hay que imitarlos para ser iguales.
El gigantismo sexual que padecemos ha extendido el principio inhumano y degradante de "usar y tirar". Eso mata realmente la afectividad y la relación humana, nos sitúa por debajo de la pura animalidad. En los animales el instinto es directo y limpio, mientras que el ser humano utiliza sus facultades superiores para manipular y conseguir la satisfacción del instinto.
La mayor sensibilidad de las mujeres y su afectividad más potente, junto con la generalizada ausencia de educación afectiva, las hace víctimas fáciles de los arrullos lisonjeros del palomo de turno y de sus aproximaciones corporales. No hay anzuelo más goloso y eficiente para una mujer que un "te quiero" -sea verdadero o falso- o su hermano menor "me gustas", aventado siempre por la vanidad femenina.
Es evidente que la insegura seguridad de los anticonceptivos modernos ayuda mucho a las concesiones femeninas. La mayoría temen un embarazo pero no tienen ninguna aprensión ante la pérdida de su integridad, su honor, su feminidad, su libertad, su humanidad. Se comportan como muñecas de trapo en las fauces de la fiera, bien disfrazada de caballero andante o de lo que mejor engañe.
En el mejor de los casos, cuando ellos y ellas maduran y se dan cuenta de su desgaste emocional, de su empobrecimiento humano, les costará mucho salir de sus heridas afectivas, de esa sensación de haber vivido un fraude propio o ajeno. Suponiendo que sus dislates sexuales y sus manipulaciones mutuas no les hayan llevado a matrimonios fallidos con hijos indefensos e infelices. Las consecuencias, entonces, son durísimas.
Las tradicionales actitudes de nuestras madres y abuelas, como el recato, la modestia, el pudor, la pureza, la virginidad antes del matrimonio, la inteligencia y la prudencia femeninas, se han convertido hoy en piezas de museo, conquista de unas pocas. A éstas nuestros jóvenes las llaman "estrechas", sin percatarse que son ellos los "estrechos de mente y anchos de bragueta", pavos reales que cuanto más extienden las coloridas plumas del ligue, más descubren sus horrendas partes.
Por desgracia, muchas jóvenes de hoy se olvidan de las lecciones de sus mayores y se suben a la cresta del "ambiente social" que soportamos, surfeando inconscientes y echando gasolina al fuego. Naturalmente ellos disfrutan del espectáculo y esperan la ocasión. Así se han multiplicado los cafres, sátiros y salidos, aunque el escenario se camufle con mucha naturalidad, familiaridad e igualdad. Llegado el momento no podrán frenar el incendio. Muy pocos son los que se ejercitan en el duro entrenamiento de la castidad, los que anteponen el respeto al deseo, la caballerosidad al saqueo, la humanidad a la bestia. Mínimos los que llegan vírgenes al matrimonio.
Todo esto pasa factura: la afectividad se convierte en degustación del otro, la comunicación en mero juego erótico o intercambio de intereses y aficiones, el camino de pareja en mera glotonería compartida. No es que la sexualidad anticipada y desbordada rompa la integridad física, eso sería lo de menos. Es que la personalidad no madura, no se forja, no interioriza y así nos luce el pelo. Cuántas personas divorciadas o en proceso me han confiado llorando: ¡Por qué no me dijeron todo esto antes! ¡Cómo me cegué para no ver lo que era evidente!
En conclusión, la fornicación no es quebrar una norma y darse el gustazo. Eso sería una nimiedad y así lo ven nuestros jóvenes. La gravedad de la fornicación está en sus efectos interiores, en la degradación propia y ajena, en el daño mutuo, además de lo dicho en los puntos anteriores. "Crece lo que se cultiva", si sólo cultivas el cuerpo y sus veleidades, tu personalidad humana seguirá siendo enana, nunca llegarás a la seguridad, libertad, autonomía, amor, paz y gozo de la personalidad madura. Seguirás siendo un adolescente, tal vez con responsabilidades, pero sin responsabilidad. Eso puede llevarte al fracaso como persona, como trabajador y como pareja. ¡Lástima que no pueda mostrarte aquí alguna de las historias dolientes que he acompañado!
En el próximo y último artículo completaré estas reflexiones.
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