¿Por qué se hizo hombre? (Cuaresma 3)

"En nuestra época cada vez más personas manifiestan que encuentran en Dios mismo (o mejor dicho en la manera con la cual Dios les es presentado), el motivo de su falta de fe" (1).
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Totalmente de acuerdo con el Profesor Cambón. Tanto, que diría que ese "dios mal presentado e imaginado" se ha convertido en la obsesión de derribo de este pobre escritor católico y laico.

¿Y quiénes nos hacen una pésima presentación del Dios verdadero? Pues los Jerarcas de las Iglesias cristianas, empezando por la Católica, con sus enmohecidas e inamovibles doctrinas, con sus interpretaciones erróneas y con su testimonio incoherente.

Es decir, los "motivadores de la falta de fe" son aquéllos que tienen la sagrada misión de difundirla y mantenerla. ¡Qué cruel paradoja!


Los Jerarcas judíos "in illo témpore" despreciaron, persiguieron y no pararon hasta matar -y en muerte de cruz- al que esperaban y debieron reconocer. Los Jerarcas cristianos, que debieron y deben "reconocer" al Abba de Jesús y predicarlo, resulta que lo están matando "hoy mismo" e impidiendo que muchos puedan creer.

Es de una gravedad inusitada, que nuestros "sabios y entendidos" no quieren o no saben diagnosticar. Los laicos, el Pueblo caminante, incluso los religiosos rasos, somos como niños en nuestra Iglesia, porque no tenemos "ni voz, ni voto". Solo nos queda llorar y protestar, aunque no quieran ni vernos, ni oírnos. Por tanto vuelvo a la carga con mis anuncios y denuncias. ¡Es un deber de conciencia!
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Cur Deus homo




Durante siglos nos han enseñado que el pecado del hombre causó una ofensa infinita a Dios. Siendo el hombre un ser finito, no podía reparar esa ofensa infinita. Era preciso alguien infinito para satisfacer el honor de Dios.

Por otro lado, al haber sido cometida la ofensa por el hombre, tenía que ser reparada por un hombre. Eso explica que Jesús (Dios y hombre) se encarne, muera y merezca con su muerte (sacrificio con valor infinito por tratarse de un ser infinito) la reconciliación con Dios. Al quedar pagado el justiprecio por todos nuestros pecados, quedamos redimidos y los cielos abiertos.

Se me ponen los pelos de punta al recordar esta nefasta doctrina que ha durado siglos, ha denigrado el rostro de Dios revelado por Cristo y ha causado tanto temor. Bajo ella laten los conceptos de "culpa" y "expiación" judaicos de los que estaba impregnado Pablo y con los que, a veces, salpica sus cartas.

La superada "interpretación literal" de la Escritura nos permite ahora distinguir el diamante (Palabra de Dios) de los defectos causados por su tallador (el escritor sagrado). No podemos olvidar que los autores del Nuevo Testamento eran judíos. Es normal, por tanto, que su mentalidad judía esté presente en sus escritos. Algo que es imprescindible considerar a la hora de interpretar.

En el siglo XI san Anselmo, influido por la literalidad de la Escritura y el ambiente feudal de su época, escribió la teoría de la redención que he resumido. La recogió después Tomás de Aquino y se ha ido trasmitiendo por generaciones. Ahora los teólogos la rechazan, pero no se hace lo necesario para informar a los creyentes y borrar del subconsciente colectivo esa trágica teoría.

Cuando se descubre un error, lo lógico es corregirlo inmediatamente. Sin embargo, determinados textos oficiales, la liturgia y muchas predicaciones siguen reflejando esa deplorable historia del pasado.

A esto hay que añadir la insistencia de algunos en considerar como prueba de santidad o camino de santificación la "masoquista autoagresión" de muchos santos del pasado. La explicación histórica de esas bien intencionadas "aberraciones" son una consecuencia más de la "expiación" judaica y la antigua teoría de la redención.



Si el Señor mereció nuestro perdón por el doloroso derramamiento de su sangre, los santos pretendieron imitarle, convencidos de que el "dolor" y la "sangre" eran ofrenda grata a Dios, reparación de los pecados propios y ajenos, además de mérito para obtener la conversión de los pecadores.

Su rígida y acrítica fidelidad a "lo establecido" les impidió preguntarse: ¿Qué "dios" se alimenta de dolor y sangre? Hoy podemos responder: ¡Desde luego un ídolo ancestral, nunca el Padre revelado por Cristo!

Todo esto, que para mí es una evidencia interior, debiera ser publicado y divulgado por nuestros dirigentes. Pero parece que ellos no comparten que "rectificar es de sabios". Siguen teniendo un "temor insuperable" a la autocrítica y los pasos adelante.

El conservadurismo, disfrazado de tradición, les atenaza. Temen que su autoridad quede mermada por los cambios de rumbo. Piensan y dicen que su sabiduría se identifica con la inmutable e infalible sabiduría de Dios y que son los únicos con tal privilegio. No leyeron la alabanza: "¡Yo te alabo Padre porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos!" (Mt 11,25).

Tampoco leyeron a San Paulino de Nola: "Estemos pendientes de los labios de los fieles, porque en cada fiel sopla el Espíritu de Dios". Tal vez tampoco oyeron a Juan Pablo II: "La fe no se impone, se propone" y se vive -añado yo- porque "hacer es la mejor forma de decir".

Me duele la falta de celo, el inmovilismo, la ausencia de conversión (rectificación) de nuestros responsables. Me duele que al Pueblo de Dios no le lleguen las luces nuevas, la liberación del error y del temor. Es éste un tema esencial para los cristianos, es gravísimo no corregir las antiguas explicaciones erróneas. No basta con rectificar en los claustros universitarios. Los fieles tienen derecho a saber la verdad. Aunque… comprendo la pesada inercia de los siglos.
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Algunos doctores de hoy, como los de ayer, son expertos en construir torres de Babel con el pensamiento, en hacer encaje de bolillos con la razón. El error surge al apartarse de la realidad, al barajar fantasmas.

Esos cerebralismos, esos despegues de la realidad -inscrita en el corazón y recogida en el Evangelio- dibujaron un "dios sádico" a ras de los dioses mitológicos, capaz de desangrar a su hijo para darse a sí mismo una reparación.

¡Qué barbaridad! ¡Rechazo pública y firmemente ese "dios falso" y esa "redención mercantil"! ¿Qué ceguera nos impidió ver esa terrible idolatría?

¡Perdonadme, hermanos míos, perdonadme! Sé que algunos se turban ante estas expresiones fuertes y hasta tienen la tentación de condenarme. ¡No puedo evitarlo! Es así como brotan de mi evidencia interior y no puedo ocultarlo, puesto que a vosotros me estoy confesando. Alguien me empuja y es imposible resistirse, aunque sepa que algunos me acusarán y me rechazarán… En el fondo de ese geiser, que no puedo contener, se oye la voz del manantial: "el celo de tu casa me devora" (Jn 2,17).

¡Perdonadme, por favor!¡No me leáis si lo que digo os incomoda! Pero seguid leyendo si soportáis cuestionaros sinceramente. ¡Hay que despertar de esas negras "tradiciones de barro" que nos han mantenido en la oscuridad!

La Revelación es como la aurora, va creciendo en nosotros progresivamente a medida que nos dejamos inundar. A mí me costó años de búsqueda llegar hasta aquí. Ahora no tengo más remedio que caer de rodillas -yo pecador- y seguir gritando:
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¡Me adhiero al Padre revelado por Jesús en la parábola del hijo pródigo! ¡Creo en el Dios Amor que no necesita para perdonar ni pagadores, ni justificadores, ni expiaciones, ni holocaustos, ni sacrificios! ¡Espero ser eternamente feliz abrazando algún día al que ahora me abraza en secreto!

Mi Dios -el que me recrea, me empuja y me acompaña- es fina lluvia templada que se derrama constantemente sobre sus sedientas criaturas. Es el calor que necesita mi piel, la luz que ansían mis ojos, la música que sosiega e inunda mi ser. Es el perfumado horizonte de flores que busca mi corazón. Es la Felicidad plena que creó al hombre para hacerle partícipe de su felicidad.

Es pura Gratuidad que no espera respuesta, sólo anhela que su regalo haga feliz al otro. No hay precios que pagar, no hay expiaciones que colmar.

¿Entonces, la venida de Cristo para qué?¿Cur Deus homo?, se preguntó san Anselmo en su libro y otros muchos después, tal vez desde la cabeza pequeñita más que desde el corazón.

Encontré la respuesta, sin saber que existía la pregunta, en el rincón de la capilla donde hago mi oración diaria: ¡Para que no perdamos el regalo!¡Para que no suframos destruyéndonos unos a otros! ¡Para que no mendiguemos comida de cerdos teniendo un Padre millonario!

Dios nos creó libres "a su imagen y semejanza" (Gen 1,26), pero elegimos emplear ese don contra nosotros mismos. Huimos de nuestra humanidad y nos convertimos en alimañas ("homo homini lupus", el hombre es un lobo para el hombre, decía ya el comediógrafo Tito Marcio Plauto allá por el 200 a.C.). Contagiamos nuestras erradas decisiones a las generaciones siguientes (pecado original). Y nos fuimos hundiendo en la violencia, el temor, la oscuridad y la desesperación. El Amor gratuito de Dios no podía quedar indiferente y decidió "recrearnos", enseñarnos a ser humanos.
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Para eso viene el Hijo del Hombre, el modelo, para devolvernos nuestra identidad y, con ella, el mapa de la felicidad. Lo dice Juan maravillosamente: "Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para que quien crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

Creer significa confiar, seguir, adherirse a la persona y al mensaje. Tener vida significa crecer, realizarse, avanzar hacia la felicidad para la que fuimos creados. Por eso la salvación no está en la cruz, sino en el seguimiento del Salvador:"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). La cruz no es "causa" de nada sino "consecuencia" y máximo ejemplo de ese camino, esa verdad y esa vida.

La redención no es un automatismo mágico, mítico o abstracto. Por eso las teorías, las doctrinas o las afirmaciones grandilocuentes NO salvan. Por eso NO existe un "título de redimido". Solo existe la libre opción de "adherirse" al programa del Redentor. La opción de caminar sobre ese Salvador amante, que se tira al suelo de nuestro abismo, para convertirse en puente desde nuestra animalidad a la humanidad soñada para nosotros, a la "imagen y semejanza" que tanto nos cuesta reconocer y encarnar.
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Él nos reveló un Rostro en quien confiar y se convirtió en Camino para el encuentro. Él vino a iluminar las tinieblas de este mundo, a abrirnos los ojos, a tomarnos de la mano y convertirse en nuestro lazarillo por puro amor, por pura gratuidad.

Lo dice expresamente el cántico de Zacarías: "Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1,78).

¿Tan difícil nos resulta creer en un Dios perdidamente enamorado de sus criaturas? ¿Un Dios hecho manos para sostener nuestra inseguridad, hecho peregrino para acompañar nuestro camino, hecho sol para iluminar y calentar nuestras vidas; un Dios que clama por sus criaturas hasta el punto de "correr el riesgo" de humanarse para enseñarnos a ser humanos?

Ciertamente se arriesgó al desembarcar, revestido de nuestra fragilidad, en este "planeta de los simios"para acelerar nuestra evolución y mostrarnos el camino de la plenitud humana.

En vez de escucharle, le matamos, para defender nuestra rígida ignorancia religiosa, y le acusamos de blasfemo por presentarnos al Dios Amor. Lo dejó escrito Juan: "Y la Palabra era Dios… Ella contenía vida y esa vida era la luz del hombre; esa luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la han comprendido" (Jn 1,1).

A veces, cuando medito estas cosas, me asalta una terrible congoja: ¿Y qué estamos haciendo hoy en nuestra Iglesia?
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(1) "Un Dios ausente que inquieta y provoca", Pag. 19, Enrique Cambón. Sacerdote, residente en Roma. Doctor en Filosofía y Teología, Licenciado en Ciencias de la Educación. Profesor de Ética de la persona y de la sociedad. Profesor de Sociología de las religiones y de los carismas (Florencia). Profesor de Dinámicas trinitarias aplicadas a las relaciones interpersonales y sociales (Florencia). Autor de numerosas publicaciones teológicas y catequísticas.
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Alguna BIBLIOGRAFÍA: Para los que imaginen que estoy disparatando. Aunque debo confesar que cuanto escribí lo hice antes de leer a estos autores.

- El dios "sádico", François Varone (Sacerdote, Teólogo, fue Rector del Seminario de Sion en Friburgo). Editorial Sal Terrae.

Cita de comienzo del libro: "Dios no sólo reclama una nueva víctima, sino que reclama la víctima más preciosa y querida: su propio Hijo. Indudablemente, este postulado ha contribuido, más que ninguna otra cosa, a desacreditar al Cristianismo a los ojos de los hombres de buena voluntad en el mundo moderno" (René Girard, "De choses cachées depuis la fondation du monde" - pag. 206).

- Matar a nuestros dioses, José María Mardones (Marista, Teólogo y Sociólogo). PPC. Madrid 2006 (año en que murió de un infarto).

- ¿Qué Dios y qué salvación?, Enrique Martínez Lozano (Sacerdote, Teólogo y Sicólogo). Desclée De Brouwer.

- Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger (Sacerdote, Obispo, Teólogo y Papa). (Puedo enviar copia a quien me la solicite).



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