¡Hasta que la muerte nos separe!
Llegaste al final de tu matrimonio con éxito, hasta que la muerte os ha separado. Ejerciste de esposa, madre, catequista y enfermera por el mismo precio, de balde, totalmente gratis, como dicen que es el amor verdadero. ¡Qué buen ejemplo para esas parejas de hoy que sólo saben reclamarse y, si no se sienten satisfechos con lo que reciben, rompen la baraja y se van a buscar naipes más relucientes!
Puedes sentirte alegre y feliz. Puedes y debes. Aunque la sensibilidad sangre y la cabeza de obnubile ante una separación prematura después de casi cincuenta años de convivencia. No me salen pésames ni lutos. Siento que es un momento de júbilo, de cantar aleluyas, de agradecer tu ejemplo y tu entrega, de bendecir a Dios por este final precioso que corona vuestra fidelidad.
En esta etapa de la historia en que muchos matrimonios se disuelven como azucarillos por un "quíteme usted estas pajas", en que muchas parejas se casan a cala y a prueba "mientras el amor dure" (¿a qué llamarán amor?), en que la ausencia de cimientos derriba hogares y arrastra prematuros "huérfanos" de acá para allá, tú nos presentas tu determinación de permanecer hasta la muerte, de ser casa caliente para tus hijos siempre. Como Pablo puedes cantar: "He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida" (2Tim 4,7). Creo que mereces el elogio de quienes tenemos el privilegio de conocerte. Creo que puedes alegrarte con tu esposo por su corona recién estrenada.
No ha sido fácil. Has tenido problemas graves, has pasado por situaciones tensas, ha habido ocasiones en que hubieses huido sin mirar atrás. Pero has sabido ser responsable y consecuente. Lejos de alejarte de tu hogar has hincado tus raíces junto a tu esposo y tus hijos. Te has alimentado de tu íntima piedad, de la fidelidad prometida, de la clara conciencia de tu misión: "parra alimenticia y fecunda en medio de tu casa" (Sal 128). Has permanecido construyendo hogar, haciendo familia, cobijando a tus hijos bajo un matrimonio incombustible. ¡Qué alegría imaginarte en el blanco funeral de tu esposo con tus seis estrellas coronando tus canas, tu historia y tu tesón, celebrando la resurrección de tu compañero de camino y padre de tus hijos!
Semanas atrás escribía sobre "las dificultades en el matrimonio" y presentaba algunos remedios. Tú me has superado con tu ejemplo: tu determinación de permanecer, tu paciencia y tu amor gratuito han sido las columnas que han sostenido tu casa en tiempos difíciles.
Recuerdo que, en un curso prematrimonial, al preguntar sobre la medicina para las dificultades de pareja, una muchacha de relucientes ojos respondió rápida y segura: la paciencia. Sí, es cierto. Yo no la he mencionado en mi "guía básica para matrimonios" porque la considero incluida en la "adaptación" sicológica y mi enfoque era puramente humano. Pero qué bueno es mencionarla y, mejor aún, practicarla como tú has sabido hacer. Ninguna conquista ha sido nunca fácil, bien lo sabes. La conquista del amor auténtico, de la permanencia fiel, de la construcción y reconstrucción del hogar para bien de los hijos y los esposos, tampoco resultan fáciles. Hay que pelearlo cada día, en cada bache, en cada tensión o conflicto, en cada situación y circunstancia.
Déjame felicitarte por haber sabido transitar por las arduas cumbres de la vida junto a tu esposo, por haber formado parte de su dulcificación, de su fortaleza, de su aceptación de la enfermedad y el declive de la vida. Tal vez por eso la muerte le llegó suavemente mientras dormía, porque ya la había hecho su amiga, porque sabía que era la deseada compañía que le llevaría ante el Dios al que adoraba y servía.
Felicita también a tus seis hijos por el ejemplo de fidelidad, piedad, perseverancia y amor auténtico de sus padres, por el regalo de una muerte excepcional. ¡Ojalá ellos sepan repetir, como un eco entre las altas montañas, vuestra determinación de permanecer, vuestra paciencia, vuestro progreso por los caminos de la vida, vuestro cuidado y amor por la familia!
Me uno al color blanco de vuestra celebración de despedida y canto con vosotros -con lágrimas en los ojos porque no se me oculta vuestro humano dolor- un aleluya eterno por vuestro padre de familia que supo bajar, firme y sereno, al "valle del abrazo" para encontrarse con Aquél a quien siempre buscó. ¡Aleluya!
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Este libro fue escrito para ti. ¿Ya lo has leído?
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