La música celestial - (Un cuento para sabios, entendidos y sencillos)
En la época dorada, cuando los ángeles y los niños de los campesinos jugaban juntos en el barro, las puertas del cielo estaban del todo abiertas y el resplandor dorado del cielo caía como una lluvia sobre la tierra.
Los hombres miraban desde allí el interior del cielo abierto. Allí arriba veían a las almas pasear entre las estrellas y los hombres las saludaban desde abajo. Y las almas desde arriba les devolvían el saludo.
Pero lo más bello era la música maravillosa que les alcanzaba desde el cielo. El buen Dios había escrito las notas Él mismo y miles de ángeles la interpretaban con violines, timbales y trompetas.
Cuando empezaba a sonar, todo se hacía silencio en la tierra. El viento cesaba de silbar y las aguas en el mar y en los ríos se calmaban. Los hombres se acercaban inclinando sus cabezas y dándose secretamente la mano. Y escuchando les inundaba un sentimiento tal que ahora es imposible de describir al atormentado corazón humano. Así era entonces, pero no duró mucho tiempo.
[ Un día el buen Dios dejó cerrar las puertas del cielo como castigo y les dijo a los ángeles: "Acabad con vuestra música que estoy triste". Los ángeles apesadumbrados se sentaron cada uno con la hoja de sus notas encima de una nube y, con sus pequeñas tijeras doradas, las tijeretearon en miles de trocitos que dejaron caer volando sobre la tierra ].
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El viento los esparció como copos de nieve sobre valles y montañas y los repartió por todo el mundo. Y los hijos de los hombres se apoderaron de ellos, cada uno de un trocito, el uno más grande, el otro más pequeño, y los guardaron muy cuidadosamente por su valor; pues era algo de la música celestial que tan maravillosamente había sonado.
Pero con el tiempo empezaron a pelearse y distanciarse, porque cada cual creía que él había cogido el mejor trozo.
Al final todos aseguraban que lo que él guardaba era la verdadera música celestial, y lo de los demás era vanidosa apariencia y falso. Quien quería ser más listo -y de éstos había muchos- ponía por delante y por detrás una gran rúbrica y se sentía muy satisfecho. Uno silbaba "a" y el otro cantaba "b". El uno tocaba en "menor" y el otro en "mayor". Ninguno podía entender al otro. Así es hasta hoy.
Pero cuando llegue el último día, cuando las estrellas caigan a la tierra y el sol al mar y los hombres se apiñen, como los niños en Navidad, a las puertas del cielo, entonces el buen Dios dejará que los ángeles recojan todos los trocitos del celestial libro de sus notas. Los trozos grandes como los pequeños y hasta aquellos tan pequeños que solo contienen una única nota.
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Los ángeles volverán a unir los trocitos, las puertas del cielo se abrirán de par en par y la música celestial resonará de nuevo tan grandiosa como antes.
Entonces, asombrados y avergonzados, los hombres la oirán y se dirán: ¡Ése lo tenías tú! ¡Y éste lo tenía yo! Pero sólo ahora de nuevo la grandiosa música suena celestial y muy diferente, porque todo está reunido y en el lugar adecuado.
¡Sí, sí! Así será. Podéis estar seguros.
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Richard von Volkmann-Leander
Cirujano alemán (1830-1889)
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(Traducción: Milagros Ortuño y Jürgen Kuhlmann – Nuremberg 2015)
(Texto alemán: www.stereo-denken.de/melodie.htm)
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Richard von Volkmann-Leander, autor de este precioso cuento, habrá descubierto en el cielo que Dios nunca castiga, que somos los hombres los que nos auto destruimos al prescindir de Él. Por eso me atrevo a recoger cómo habría redactado hoy el anterior párrafo entre corchetes:
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[ Un día los hombres dejaron de mirar al cielo y en consecuencia no veían las puertas abiertas de par en par, esperándoles. Dios les dijo a los ángeles: "Acabad con vuestra música porque los hombres me han olvidado y estoy muy triste". Los ángeles apesadumbrados se sentaron cada uno con la hoja de sus notas encima de una nube y fueron soltando sus partituras. Al caer, el viento de la tierra las hizo pedazos.
El viento los esparció como copos de nieve sobre valles y montañas… ]
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Jairo del Agua
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