La nana de las estrellas
Fue una noche helada y distinta.
- ¿Noche?
- ¡Día!
- ¿Helada?
- ¡Con escozores de brasas dentro!
- ¿Distinta?
- ¡Igual! ¡Soñera como todas, callada, fría ardiendo y ordinariamente extraordinaria!
Divino juego de paradojas en aquella "noche – alborada".
El viento callaba, heladas sus palabras en las ramas de los olivos y en las laderas nevadas de luna. El frío adornaba el primer Nacimiento con fuentes y lagunas de hielo. Todo, en silencio, arrullaba una esperanza.
Unos ángeles de luz cantan el primer "gloria" y anuncian la buena nueva a unos pastores con alma de pan y corazón sencillo como el mensaje: niño, pañales, paz.
Después, igual. El musgo se aprieta a las rocas como un aterciopelado abrigo. Dormidos en los charcos los mismos retazos de estrellas. Sin embargo, en aquella noche igual todo cambia.
El aire trae un continuo jadeo de noticias y las ramas se abren a su paso admiradas. Ese Niño del establo descubrirá a la Humanidad los tesoros del corazón, el reino del interior, el camino de la paz, el fuerte poder del amor, ¡¡el dulce rostro de Dios!!
A la luna de la boca abierta se le cae su plateada baba. Los pastores se apresuran a ofrecer sus manos abiertas. María y José adoran al Amor infinito, tendido en unas pajas, y mecen la Paz con el latido de su corazón. Nuestro Dios Niño duerme y las estrellas entonan, bajito, una misteriosa nana.
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¡Te deseo un continuado y feliz nacimiento, el tuyo, y el de Dios en ti!
Tu hermano y amigo
Jairo del Agua
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