¡¡ Nunca más !! - (La octava palabra)
Me lo contó Longinos. ¿Recuerdas? El centurión romano que custodiaba con sus soldados a los ejecutados de aquel aciago día... El mismo que vio y oyó expirar al Señor. El mismo -dicen- que lo atravesó con su lanza.
Lo cuenta Marcos con patética cortedad: "Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró... El centurión que estaba frente a él, al ver que había expirado dando aquel grito, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios" (Mc 15,37).
Ese mismo centurión pagano, que hizo una auténtica confesión creyente, me lo contó tras convertirse al cristianismo. Lo que Jesús gritó fue: ¡¡Nunca más, nunca más!!
Nunca más juicios y condenas injustos. Nunca más religiones que matan. Nunca más sangre derramada. Nunca más torturas. Nunca más muerte o dolor por mi causa, porque yo vine a traeros la vida (Jn 10,10).
¿Y qué hemos hecho los cristianos durante siglos? Nos hemos echado encima infinidad de "cruces" o se las hemos cargado a otros. Hemos configurado una miserable ascética de dolor, prepotencia e irracional avidez de sangre. Desde la agresión al propio cuerpo (¿acaso no es también obra de Dios?) hasta el sometimiento de los creyentes con autoritaria y amenazante prepotencia que humilla, degrada, ofende, excluye y destroza... ¿Qué clase de "religión" es esa que destruye en vez de construir a las personas?
Hoy mismo se están convocando jordanas de "ayuno y oración" para conseguir tal o cual favor del Cielo. ¿A qué "dios insatisfecho" ganaremos con el hambre autoimpuesto? Otra vez la herencia judía. "¿No acabáis de entender ni de comprender? ¿Estáis ciegos? ¿Para qué tenéis ojos si no veis, y oídos si no oís?" (Mc 8,17). Es al revés: "Dad de comer al hambriento".
.
No creo más que en el ayuno terapéutico y racional, el que me lleva a cuidar el cuerpo con equilibrio y salubridad, obligación exigible a todo ser humano. Es más virtuoso y difícil cuidar el cuerpo que destrozarlo. ¡Cuánta religión perversa hemos divulgado!
No existe un "ayuno religioso" como moneda de cambio para obtener favores divinos o conseguir perdón. El Dios que me llama no se alimenta de ayunos, sacrificios o barbaridades auto lesivas. Eso es una ancestral superstición de los judíos y de sus religiones contiguas.
¡Pero si lo dice la antigua Escritura! "¿Acaso lo que yo quiero como ayuno es que alguien aflija su cuerpo, incline la cabeza como un junco y se acueste sobre cilicio y ceniza? ¿A eso le llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste: Que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos y se rompa todo yugo. Ayunar es partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne" (Is 58,5).
La auténtica y más ardua ascética es "vivir en orden" en las cuatro instancias de la persona (cuerpo, sensibilidad, yo cerebral y ser). La autoagresión es pura reliquia pagana: "¡Baal respóndenos!... Entonces gritaron más fuerte y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones hasta chorrear sangre por todo el cuerpo" (1Re 18,28).
.
¿Qué hacen hoy día nuestros Pastores ante el bochornoso espectáculo de algunas procesiones y penitentes? ¿Acaso piensan que somos semejantes a los seguidores de Baal? Deberíamos reflexionarlo seriamente.
Cuando yo era un joven devoto y apasionado le pedí a mi madre un crucifijo pectoral para llevarlo siempre bajo mi ropa. Tras su soporte metálico le hice grabar: "Amor y Sacrificio". Me equivoqué. Debí haberla pedido que grabara: "Amor y Alegría". Todavía lo guardo para recordar mi inmadurez y la influencia de mis preceptores. El "ambiente humano" que nos rodea -sobre todo si es autoridad- tiene un enorme peso sobre nosotros.
Cuenta san Josemaría Escrivá, en alguno de sus libros, que su vocación se aceleró cuando vio pasar bajo la ventana de su casa a un fraile descalzo que iba dejando sus huellas sobre la nieve. Se equivocaba aquel misterioso fraile y pecaba de imprudencia, con la mejor intención sin duda. Es obligación, incluida en el quinto mandamiento, cuidar el propio cuerpo. De hecho, hay infinidad de enfermedades y dolores que se derivan del olvido de ese cuidado por parte nuestra o por parte de nuestros ancestros de los que heredamos la carga genética. ¡Vaya responsabilidad incluye ese "quinto" tan poco meditado!
.
En el nombre de la "cruz" no solo nos hemos auto agredido sino que hemos herido a otros. Hemos iniciado guerras, torturado, matado, excomulgado... En el nombre de la "cruz" hemos juzgado, condenado, destrozado honras y famas... Ahí está la reciente advertencia del Papa sobre difamación y calumnia, pecados olvidados... No hemos oído el desgarrador grito de Cristo: ¡Nunca más cruces! ¡Nunca más herramientas de tortura y hundimiento del ser humano!
Porque la Cruz verdadera -el signo de los cristianos- es la síntesis espiritual de los valores del Crucificado. No la herramienta de tortura o la saña de sus asesinos o la falsa expiación por nuestros pecados. Lo dice clarísimamente Juan al comienzo de su evangelio. Lo proclama expresamente nuestro Señor antes de curar al ciego de nacimiento: "Soy la luz del mundo" (Jn 9,5).
Hemos imitado a los torturadores imponiendo "cruces". Hemos maximizado la cruz, se han escrito libros con títulos como "En la cruz está la vida" u otros eufemismos. No es verdad. En la cruz está la muerte y la crueldad de unos asesinos, que hemos enmascarado bajo conceptos como expiación, sangre redentora, cruento trueque por pecados… De ahí la exaltación del dolor hasta la saciedad. Sin embargo hemos postergado la Luz del dulce Maestro, el mensaje del Crucificado y Resucitado, mensaje de vida y felicidad, "bienaventurados"...
Digámoslo alto y claro: El dolor es un mal o síntoma de un mal (físico o síquico). Reproducir dolores gratuitamente, por muy religiosos que sean los motivos, es un desorden sicológico que se llama "dolorismo" o "masoquismo". ¡Bastantes dolores irremediables conlleva el camino humano! Por eso no me interesan los "lignum crucis", ni las reliquias materiales de ningún tipo. Me interesa la herencia espiritual, aquella que debo integrar en mi vida.
.
Los devotos del madero también besarían y honrarían una ametralladora, de haber sido condenado el Señor en otra época. La herramienta de muerte la pusieron los asesinos. Lo verdaderamente valioso es lo espiritual, lo que significa la Cruz, el mensaje de vida y para la vida, el reverso luminoso de la Cruz, el seguimiento de esa Luz.
Si no eres capaz de distinguir esas dos partes, la material y la espiritual, de nada te sirve llevar una cruz al cuello u honrarla en la iglesia. Y la traicionas cuando te haces fabricar amuletos de oro y piedras preciosas en forma de cruz.
Me asustan esos santos con nombres truculentos y penitencias estrambóticas. No me atraen nada esas Congregaciones con nombres penitenciales y sangrientos. Comprendo que fue el fruto de otras épocas. Pero cuánta afición al dolor, al sacrificio, a la sombra de la cruz, a la herramienta de tortura, hemos cultivado en nuestra católica historia. Y cuánta memoria seguimos haciendo por irreflexiva inercia.
Nosotros, que siempre defendemos el "derecho natural", en este tema vamos "contra natura": morir en vez de vivir, sufrir en vez de gozar, hundirnos en vez de levantarnos, cargar pesados fardos en vez de construir alas.
.
Me enamoran esos cristianos de carcajada fácil, de permanente sonrisa. Los que besan, abrazan y siembran alegría por donde caminan. Me atraen los santos ordinarios, de vida normal y oración profunda.
Me hacen sonrojarme, con inexplicable admiración, los santos que no buscan cruces sino que socorren a los crucificados. Que no se provocan sufrimientos sino que amparan a los que sufren. Que no hacen ayunos innecesarios sino que intentan paliar los ayunos forzados de otros. Me encandilan quienes cultivan su fuerza, su salud, su equilibrio, sus dones, para ponerlos a disposición de quienes carecen de todo eso, sea puntual o permanentemente.
Que me perdonen los muy piadosos y crédulos, pero no puedo creer en los estigmas de ningún santo, por mucha fama de santidad que acumulen. Creo que algo parecido le pasaba a Juan XXIII. Dios no puede herir, es contrario a su naturaleza. Dios cura, nunca hiere.
Dios es Amor, es el Bien, el puro y absoluto Bien. Jamás nos podrá llagar, herir o causar dolor. Eso viene del mal, de la cizaña sembrada en el mundo por nuestra propia idiotez, por nuestra adicción a la ceguera.
Sé que hay dolores inexplicables que tenemos que "aceptar" si no podemos evitarlos. Pero jamás son obra de Dios, aunque pueden ser camino que nos acerque a Él, como la miseria y el hambre del hijo pródigo (causados por sus erradas decisiones).
Sí creo en los efectos somáticos de las obsesiones sicológicas, sobre todo en personas con una sensibilidad y siquismo desbordados. La obsesión por el dolor de la cruz ha sido muy usual en nuestra religión. Hay que despertar y combatir ese inhumano "masoquismo religioso", esa obsesiva fijación seudoreligiosa. En algunas religiones mucho más incoherente y aberrante que en la nuestra.
Las úlceras de estomago, por ejemplo, suelen ser una consecuencia somática de problemas sicológicos. Muchas enfermedades tienen su origen en la sensibilidad, en la mente, en nuestros subjetivismos, en nuestras obsesiones. ¿Alguien le atribuirá a Dios esos efectos corporales?
.
El principal argumento usado para esa obsesión por la cruz (por el dolor, la autoagresión, el sacrificio innecesario, el ayuno, las "santas aberraciones"...) ha sido el manipulado y repetido texto evangélico: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame" (Mc 8,34). Sin embargo, es muy probable que la palabra "cruz" sea mera aportación del evangelista. Aunque eso tendría poca importancia.
Lo verdaderamente importante es la interpretación que damos a esa "cruz", suponiendo que el Señor la mencionase. No se refiere al dolor, al sufrimiento, a la muerte prematura. Se refiere al "esfuerzo", "coraje", "voluntad" y "determinación" del seguimiento.
De eso sí necesitamos porque las corrientes del "ambiente humano y material" nos pueden arrastrar hasta abismos de maldad insospechados. No se puede abandonar el "sentido común" a la hora de interpretar los textos bíblicos.
De hecho, esas personas que llamamos "endemoniadas" no son más que el resultado de desequilibrios síquicos profundos o de una adhesión habitual al mal o de ambas cosas. Llega un momento en que uno se mete tanto en la ciénaga que no puede salir y se debate en estertores de muerte. Pero de ninguna manera existe un "demonio" que pueda poseer oculta y secretamente a un hijo de Dios.
Lo que existe en el mundo es el mal, el error, la perversión, la prepotencia, la ambición, las pasiones incontroladas, el hedor de la materia, las "cruces"..., fruto de nuestra "limitación" y "libertad" errada. Todo eso sí puede hundir a un ser humano y al género humano.
.
Es urgente que los católicos abandonemos tanta sacralización, tanto mito religioso, y nos abramos al sentido común de que nos han dotado, a la alegría del Camino. Eso nos facilitaría ser comprendidos y aceptados. La sacralización, el mito, el fanatismo, el "dolorismo", nos separan y nos marginan en un mundo cada vez más racional.
Y, os lo aseguro, nada hay tan racional como la existencia de Dios y sus leyes inscritas en el corazón humano.
¡Nunca más, nunca más! Ese grito de Cristo -literal o implícito- al terminar su misión y su vida debería mantenernos despiertos y alerta, como el propio Evangelio enseña.
Aunque ya sabemos que pueden alcanzarnos las fuerzas del mal y convertirnos en mártires. Pero precisamente esa es la injusticia a la que debemos oponernos y tratar de evitar, para nosotros y para los demás.
_____________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________