Las palabras no son inocentes (Tampoco las de la "ideología de género")
Es una reflexión un poco larga pero necesaria para hablar claro. Especialmente dirigida a quienes no quieren perder su libertad e independencia frente a los interesados empujones del ambiente.
Se ha puesto de moda en algunos ambientes religiosos el empleo del masculino y femenino por separado. Expresiones tales como "orad hermanos y hermanas", "fruto del trabajo de los hombres y de las mujeres", "el Señor esté con vosotros y vosotras", "alumnos y alumnas", "colegiales y colegialas", "profesores y profesoras", etc. Se trata de la contaminante importación de usos partidistas, instaurados en algunos ámbitos profanos.
Muchos católicos -incluidas muchísimas mujeres- nos dolemos de esta contaminación a la que algunos sacerdotes, religiosos y enseñantes abren tan fácilmente las puertas. En nuestra Iglesia siempre han sido esenciales la unidad y la universalidad. Los claustros religiosos siempre han sido promotores de cultura y perfección. Ahora tenemos la impresión de todo contrario, al menos en casos como éste.
Someteré a vuestra reflexión las razones por las que considero desafortunadas las innecesarias, reiteradas y cansinas locuciones con el masculino y femenino yustapuestos. Las palabras no son inocentes y esta forma de expresarse tiene connotaciones, que van mucho más allá de una incorrecta utilización del lenguaje, por las siguientes razones:
1º) Por su origen:
Han sido los políticos incultos, especialmente sindicalistas y feministas, los que han difundido esa tediosa e incorrecta forma de expresarse. El motivo está en el deseo de captación de las mujeres. Se pretende darles un protagonismo verbal para ganarse su adhesión. Es una forma de adulación y parte de la demagogia (1) política. El argumento utilizado es el de la "visibilidad", es decir, hay que mencionar el femenino para hacer ver que entre los asistentes hay mujeres.
Los que contemplamos la Historia sin complejos sabemos que en una muchedumbre, sea de oyentes o lectores, siempre hay mujeres porque son parte esencial de la Humanidad. Ellas siempre están porque sin ellas no habría género humano. Así de sencillo.
Las feministas, además, pretenden un revanchismo gramatical incubado por sus propios complejos de inferioridad. Sabido es que las feministas, en nombre de una pretendida e imposible igualdad, no buscan que las mujeres sean más mujeres sino que sean como los hombres a todos los efectos, lo que es una evidente "negación de la mujer".
Un movimiento, que tuvo y podría tener todavía mucho contenido, se entretiene en la destrucción de la inocente y lógica gramática, en vez de luchar contra la utilización de las mujeres como mercancía (prostitución, violación, prematura sexualidad, muñecas de compañía, etc.), o contra su exhibición como simios desnudos o pájaros exóticos (pasarelas, publicidad, cine, etc.).
Utilizar a la mujer como carnaza del consumismo, convertirla a ella misma en objeto de consumo o en fácil diana de la bestialidad machista o en instrumento de negocio o en acémila doméstica, eso sí merece una rebelión, una protesta y una liberación. Eso sí es degradación de la mujer, desprecio de su dignidad e instrumentalización de seres humanos. Ahí estaré siempre al lado de la reivindicación feminista.
Sin embargo, la destrucción de la cultura gramatical para halagar y manipular a las mujeres me parecen dos corrupciones reprobables. Tanto más si se emplean como cortina de humo para dejar en el olvido los verdaderos problemas de la dignidad femenina en nuestra sociedad, todavía cavernícola en algunos aspectos.
Que instituciones docentes (colegios, universidades, Iglesia, etc.) caigan en la trampa y adopten el lenguaje propio de partidismos, sectarismos o manipuladores extremismos me parece un error muy grave.
2º) Porque supone una quiebra de la gramática española:
No hace falta ser muy culto para saber que esta forma de expresarse es incorrecta, que no respeta las normas gramaticales y desprecia el patrimonio de una lengua común (con más de 400 millones de hispano hablantes) en beneficio de intereses partidistas. No creo necesario explicar que existe un género masculino, otro femenino y otro común o genérico. Que las palabras tienen género pero no sexo. Que las personas tenemos sexo pero no género. Eso lo saben hasta los párvulos. Es una supina ignorancia confundir género con sexo. ¿Tendré yo que sentirme marginado en la Humanidad porque su nombre es femenino?
¿No es incoherente que centros, instituciones o personas que preconizan la cultura, el ajuste, el equilibrio, el orden, el realismo y la sensatez colaboren en la putrefacción de algo tan sagrado como es la lengua común? Para mí, el orden, la corrección, la perfección y la creatividad de mi idioma español son una consecuencia más de mi aspiración interior al orden y la plenitud. Me son exigidos, además, por el respeto que debo al resto de hispano hablantes. Esto está muy por encima de la puntual manipulación de damas acomplejadas.
3º) Porque supone una quiebra de la unidad:
Éste es, para mí, el argumento clave. No llego a entender que se quiera fraccionar la unidad con constantes alusiones a las partes. ¿Si existe una palabra para el todo, por qué mencionar las partes? El lenguaje no es más que un vehículo de comunicación por el que nos intercambiamos conceptos que representan realidades de la vida. ¿A costa de repetir innecesariamente las partes no sufrirán el concepto y la realidad del todo?
Por ejemplo: Nunca oí a padres de familia (plural genérico) decir: "Hijos e hijas vamos a viajar…". La palabra hijos en su globalidad y simplicidad tiene mucha más fuerza y sentido que la mención del masculino y femenino por separado. Tampoco leí nunca en una invitación de boda: "el nuevo esposo y la nueva esposa les invitan a la cena que...". La palabra esposos tiene más fuerza que la yuxtaposición de sus singulares. El "nosotros" en el matrimonio y en la familia tiene unas connotaciones mucho más profundas que la adición de varones y hembras. ¿No ocurrirá lo mismo en la gran familia humana?
La utilización de un lenguaje que divide, separa y fracciona innecesariamente no es inocua sino que produce efectos sicológicos reales de separación, enfrentamiento y desunión. Las palabras tienen una conexión directa con la vida porque es la vida misma lo que intentan describir y transmitir. "Dime cómo hablas y te diré quién eres". Algunas personas bien intencionadas, clérigos y docentes incluidos, se dejan arrastrar por esta ola modernista sin profundizar en las graves consecuencias de estos heterodoxos y perjudiciales modismos.
Por ejemplo: "Orad hermanos" siempre será una invitación más sublime y universal que la separada invitación a "hermanas y hermanos". La oración del ofertorio: "te ofrecemos este pan, fruto de la tierra y del trabajo del Hombre" es una oración de toda la Humanidad, que levanta sus manos a Dios, unida, abrazada como los granos en el pan, y le devuelve la Creación entera amasada con su propio sudor. ¿Cómo puede haber quien en ese momento cumbre de la "común unidad" quiera distinguir entre hombres y mujeres? ¿Quién se atreverá a partir el mundo en dos mitades ante el mismo Dios que es la Unidad plena?
Hay realidades que a mí me tocan profundamente: la gran caravana humana, la universalidad, la igualdad, la dignidad humana, la sacralidad del ser humano, la vida, palabras femeninas por cierto. Cuando algunos se empeñan en fraccionar estas realidades por la adición de hombres y mujeres, ya no es lo mismo. Algo en mi interior se rompe, se queja, se rebela contra esa división que siento contraria a las aspiraciones de unidad y universalidad que laten dentro de mí.
Si vemos el mundo compuesto de sumandos independientes (mujeres y varones), en vez de seres humanos, personas, congéneres con un destino común, estaremos levantando el mayor de los sectarismos, el más perverso "muro de la vergüenza", estaremos partiendo la Humanidad. Ésta sólo puede construirse con la unión sicológica, afectiva, intelectual y física de hombres y mujeres. Las banderías y los bloques no pueden conducirnos a nada bueno.
El todo significa mucho más que la suma de todas sus partes. El todo es único, la adición de partes no. Algunos se empeñan hoy en distinguir, incisiva y reiteradamente, entre hombres y mujeres en vez de vernos simplemente como personas. Puede que mañana se vean abocados a distinguir, por razones semejantes, entre blancos y negros, cultos e ignorantes, pobres y ricos, altos y bajos, judíos y cristianos, etc... Y ya sabemos adónde nos lleva convertir esas distinciones en esenciales.
Las palabras -lo he dicho ya- no son inocuas, contienen unidad y universalidad o sectarismo, fraccionamiento y desunión. Por eso hay que discernir muy bien cómo se emplean porque tienen resonancia social y resonancia interior.
4º) Porque supone una incoherencia con lo que se enseña:
En una formación seria se aprende, entre otras cosas, a valorar lo preciso, conciso, riguroso y completo, algo que sirve extraordinariamente para la vida en general. Sin embargo, esta moderna forma de repetirse, desglosando el masculino y femenino, constituye un ejercicio de fatua complejidad y desprecio del rigor de la lengua y atenta contra la obligada "economía del lenguaje", regla de oro de cualquier idioma. Se comprende por pura intuición que un "todos" es mucho más conciso y completo que un "ellos" más "ellas".
5º) Porque se trata de expresiones contraculturales:
Si por cultura entendemos el conjunto de conocimientos que constituyen el patrimonio de un pueblo, todo aquello que lo olvida o niega puede llamarse contracultura. Los políticos necios, las feministas incultas y otros movimientos sectarios no dudan en anteponer sus particulares objetivos a la universalidad de la cultura, patrimonio de siglos de evolución y creatividad. Incluso hacen alarde de su reaccionaria incultura. En este caso concreto se han inventado el "machismo gramatical", que no deja de ser una inofensiva entelequia, contra la que arremeten como Quijote a molinos de viento.
Tanto la formación básica como la profesional y universitaria representan el progreso, el redescubrimiento de los valores profundos de la Humanidad, el medio para descubrirlos y desarrollarlos. Son una herramienta, un ambiente, un camino hacia la plenitud del Hombre, además de hacia la competencia profesional. Me parece impropio, contradictorio y doloroso ver cómo los centros e instituciones docentes, sobre todo los regentados por religiosos, se contaminan con ésta u otras contraculturas.
Más grave es todavía la contaminación de la liturgia en la Iglesia. Si el lugar donde acudimos a reavivar nuestras aspiraciones de perfección, de plenitud, de unidad, de fraternidad, se contamina con modismos perversos del lenguaje ¿dónde acudiremos a desapropiarnos y sentirnos masa del mismo pan?
Estoy convencido de que la Humanidad está hecha de la urdimbre y la trama de hombres y mujeres íntimamente unidos. Por eso me duele cualquier enfrentamiento, siquiera sea gramatical, y amo la unidad inseparable con las mujeres de mi vida: con la que me dio la vida, con la que comparto el camino de la existencia, con las que se me han encomendado y con todas aquellas que, de tantas formas, enriquecen mi vida.
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Apéndice: El argumento de la "visibilidad".
Personas bien intencionadas y otras no tanto emplean este argumento para defender que hay que mencionar el femenino expresamente, en vez del genérico, para dejar constancia de que en ese grupo hay mujeres.
Es un argumento falaz. Lo que en realidad se pretende es utilizar la inocente gramática como arma reivindicativa. Todos conocemos el victimismo en boga de algunos grupos. La gramática es "la cultura de las palabras" y no un campo de batalla para resarcir antiguas humillaciones, que las hubo y muchas. No entraré en los perjuicios del victimismo. Pero sí quiero hacer notar el absurdo a que llegaríamos con ese mismo argumento.
Por ejemplo: Deberían hacerse visibles igualmente en la Asamblea litúrgica los blancos y negros, los ancianos, jóvenes y niños, los casados y los solteros, los consagrados y los laicos, los nacionales y los extranjeros, etc. etc. etc. Así hasta llegar a que yo también tengo derecho a ser "visible" en la Asamblea y, por tanto, exijo que se diga mi nombre.
Creo que no hace falta seguir. El espíritu del Evangelio va en dirección contraria: une y no separa. No se trata aquí de la dignidad de la mujer, como algunos ingenuamente piensan. La dignidad de la mujer estará mejor protegida lejos del revanchismo, el sectarismo y la demagogia. La dignidad de la mujer hay que defenderla con uñas y dientes en otros foros, de forma real y no imaginaria. Por ejemplo, no permitiendo que la manipulen.
Alguna vez me han preguntado si aguantaría oír siempre: "orad hermanas". Como ya he explicado el masculino y el femenino son restrictivos, mientras que el común o genérico engloba a todos. Pero no eludo la respuesta: ¡Sí! Preferiría el uso del femenino único a la fraccionante yuxtaposición de masculino y femenino, a pesar de que supone un mal uso de la gramática. Prefiero eso, a sentirme separado de lo que más quiero en este mundo: las mujeres.
Cuando oigo esa separación de "hermanos y hermanas" no puedo menos que recordar las celebraciones a las que asistía con mis abuelos: a un lado de la iglesia las mujeres y en la bancada opuesta los hombres. Mi inocencia no lograba comprender por qué me separaban de mi abuela para algo tan bueno como oír Misa. Compungido y lloroso le preguntaba a mi abuelo mientras íbamos al lado contrario: ¿Por qué abuelo, por qué?
Ahora -tantos años después- también lloro y pregunto: ¿Por qué? ¿Por qué quieren separarme con palabras de las mujeres de mi vida?
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(1) Demagogia: 1. Dominación tiránica de la plebe con la aquiescencia de ésta. 2. Halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política. Úsase también en sentido figurado.
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¡¡¡ FELICES VACACIONES !!!
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Se ha puesto de moda en algunos ambientes religiosos el empleo del masculino y femenino por separado. Expresiones tales como "orad hermanos y hermanas", "fruto del trabajo de los hombres y de las mujeres", "el Señor esté con vosotros y vosotras", "alumnos y alumnas", "colegiales y colegialas", "profesores y profesoras", etc. Se trata de la contaminante importación de usos partidistas, instaurados en algunos ámbitos profanos.
Muchos católicos -incluidas muchísimas mujeres- nos dolemos de esta contaminación a la que algunos sacerdotes, religiosos y enseñantes abren tan fácilmente las puertas. En nuestra Iglesia siempre han sido esenciales la unidad y la universalidad. Los claustros religiosos siempre han sido promotores de cultura y perfección. Ahora tenemos la impresión de todo contrario, al menos en casos como éste.
Someteré a vuestra reflexión las razones por las que considero desafortunadas las innecesarias, reiteradas y cansinas locuciones con el masculino y femenino yustapuestos. Las palabras no son inocentes y esta forma de expresarse tiene connotaciones, que van mucho más allá de una incorrecta utilización del lenguaje, por las siguientes razones:
1º) Por su origen:
Han sido los políticos incultos, especialmente sindicalistas y feministas, los que han difundido esa tediosa e incorrecta forma de expresarse. El motivo está en el deseo de captación de las mujeres. Se pretende darles un protagonismo verbal para ganarse su adhesión. Es una forma de adulación y parte de la demagogia (1) política. El argumento utilizado es el de la "visibilidad", es decir, hay que mencionar el femenino para hacer ver que entre los asistentes hay mujeres.
Los que contemplamos la Historia sin complejos sabemos que en una muchedumbre, sea de oyentes o lectores, siempre hay mujeres porque son parte esencial de la Humanidad. Ellas siempre están porque sin ellas no habría género humano. Así de sencillo.
Las feministas, además, pretenden un revanchismo gramatical incubado por sus propios complejos de inferioridad. Sabido es que las feministas, en nombre de una pretendida e imposible igualdad, no buscan que las mujeres sean más mujeres sino que sean como los hombres a todos los efectos, lo que es una evidente "negación de la mujer".
Un movimiento, que tuvo y podría tener todavía mucho contenido, se entretiene en la destrucción de la inocente y lógica gramática, en vez de luchar contra la utilización de las mujeres como mercancía (prostitución, violación, prematura sexualidad, muñecas de compañía, etc.), o contra su exhibición como simios desnudos o pájaros exóticos (pasarelas, publicidad, cine, etc.).
Utilizar a la mujer como carnaza del consumismo, convertirla a ella misma en objeto de consumo o en fácil diana de la bestialidad machista o en instrumento de negocio o en acémila doméstica, eso sí merece una rebelión, una protesta y una liberación. Eso sí es degradación de la mujer, desprecio de su dignidad e instrumentalización de seres humanos. Ahí estaré siempre al lado de la reivindicación feminista.
Sin embargo, la destrucción de la cultura gramatical para halagar y manipular a las mujeres me parecen dos corrupciones reprobables. Tanto más si se emplean como cortina de humo para dejar en el olvido los verdaderos problemas de la dignidad femenina en nuestra sociedad, todavía cavernícola en algunos aspectos.
Que instituciones docentes (colegios, universidades, Iglesia, etc.) caigan en la trampa y adopten el lenguaje propio de partidismos, sectarismos o manipuladores extremismos me parece un error muy grave.
2º) Porque supone una quiebra de la gramática española:
No hace falta ser muy culto para saber que esta forma de expresarse es incorrecta, que no respeta las normas gramaticales y desprecia el patrimonio de una lengua común (con más de 400 millones de hispano hablantes) en beneficio de intereses partidistas. No creo necesario explicar que existe un género masculino, otro femenino y otro común o genérico. Que las palabras tienen género pero no sexo. Que las personas tenemos sexo pero no género. Eso lo saben hasta los párvulos. Es una supina ignorancia confundir género con sexo. ¿Tendré yo que sentirme marginado en la Humanidad porque su nombre es femenino?
¿No es incoherente que centros, instituciones o personas que preconizan la cultura, el ajuste, el equilibrio, el orden, el realismo y la sensatez colaboren en la putrefacción de algo tan sagrado como es la lengua común? Para mí, el orden, la corrección, la perfección y la creatividad de mi idioma español son una consecuencia más de mi aspiración interior al orden y la plenitud. Me son exigidos, además, por el respeto que debo al resto de hispano hablantes. Esto está muy por encima de la puntual manipulación de damas acomplejadas.
3º) Porque supone una quiebra de la unidad:
Éste es, para mí, el argumento clave. No llego a entender que se quiera fraccionar la unidad con constantes alusiones a las partes. ¿Si existe una palabra para el todo, por qué mencionar las partes? El lenguaje no es más que un vehículo de comunicación por el que nos intercambiamos conceptos que representan realidades de la vida. ¿A costa de repetir innecesariamente las partes no sufrirán el concepto y la realidad del todo?
Por ejemplo: Nunca oí a padres de familia (plural genérico) decir: "Hijos e hijas vamos a viajar…". La palabra hijos en su globalidad y simplicidad tiene mucha más fuerza y sentido que la mención del masculino y femenino por separado. Tampoco leí nunca en una invitación de boda: "el nuevo esposo y la nueva esposa les invitan a la cena que...". La palabra esposos tiene más fuerza que la yuxtaposición de sus singulares. El "nosotros" en el matrimonio y en la familia tiene unas connotaciones mucho más profundas que la adición de varones y hembras. ¿No ocurrirá lo mismo en la gran familia humana?
La utilización de un lenguaje que divide, separa y fracciona innecesariamente no es inocua sino que produce efectos sicológicos reales de separación, enfrentamiento y desunión. Las palabras tienen una conexión directa con la vida porque es la vida misma lo que intentan describir y transmitir. "Dime cómo hablas y te diré quién eres". Algunas personas bien intencionadas, clérigos y docentes incluidos, se dejan arrastrar por esta ola modernista sin profundizar en las graves consecuencias de estos heterodoxos y perjudiciales modismos.
Por ejemplo: "Orad hermanos" siempre será una invitación más sublime y universal que la separada invitación a "hermanas y hermanos". La oración del ofertorio: "te ofrecemos este pan, fruto de la tierra y del trabajo del Hombre" es una oración de toda la Humanidad, que levanta sus manos a Dios, unida, abrazada como los granos en el pan, y le devuelve la Creación entera amasada con su propio sudor. ¿Cómo puede haber quien en ese momento cumbre de la "común unidad" quiera distinguir entre hombres y mujeres? ¿Quién se atreverá a partir el mundo en dos mitades ante el mismo Dios que es la Unidad plena?
Hay realidades que a mí me tocan profundamente: la gran caravana humana, la universalidad, la igualdad, la dignidad humana, la sacralidad del ser humano, la vida, palabras femeninas por cierto. Cuando algunos se empeñan en fraccionar estas realidades por la adición de hombres y mujeres, ya no es lo mismo. Algo en mi interior se rompe, se queja, se rebela contra esa división que siento contraria a las aspiraciones de unidad y universalidad que laten dentro de mí.
Si vemos el mundo compuesto de sumandos independientes (mujeres y varones), en vez de seres humanos, personas, congéneres con un destino común, estaremos levantando el mayor de los sectarismos, el más perverso "muro de la vergüenza", estaremos partiendo la Humanidad. Ésta sólo puede construirse con la unión sicológica, afectiva, intelectual y física de hombres y mujeres. Las banderías y los bloques no pueden conducirnos a nada bueno.
El todo significa mucho más que la suma de todas sus partes. El todo es único, la adición de partes no. Algunos se empeñan hoy en distinguir, incisiva y reiteradamente, entre hombres y mujeres en vez de vernos simplemente como personas. Puede que mañana se vean abocados a distinguir, por razones semejantes, entre blancos y negros, cultos e ignorantes, pobres y ricos, altos y bajos, judíos y cristianos, etc... Y ya sabemos adónde nos lleva convertir esas distinciones en esenciales.
Las palabras -lo he dicho ya- no son inocuas, contienen unidad y universalidad o sectarismo, fraccionamiento y desunión. Por eso hay que discernir muy bien cómo se emplean porque tienen resonancia social y resonancia interior.
4º) Porque supone una incoherencia con lo que se enseña:
En una formación seria se aprende, entre otras cosas, a valorar lo preciso, conciso, riguroso y completo, algo que sirve extraordinariamente para la vida en general. Sin embargo, esta moderna forma de repetirse, desglosando el masculino y femenino, constituye un ejercicio de fatua complejidad y desprecio del rigor de la lengua y atenta contra la obligada "economía del lenguaje", regla de oro de cualquier idioma. Se comprende por pura intuición que un "todos" es mucho más conciso y completo que un "ellos" más "ellas".
5º) Porque se trata de expresiones contraculturales:
Si por cultura entendemos el conjunto de conocimientos que constituyen el patrimonio de un pueblo, todo aquello que lo olvida o niega puede llamarse contracultura. Los políticos necios, las feministas incultas y otros movimientos sectarios no dudan en anteponer sus particulares objetivos a la universalidad de la cultura, patrimonio de siglos de evolución y creatividad. Incluso hacen alarde de su reaccionaria incultura. En este caso concreto se han inventado el "machismo gramatical", que no deja de ser una inofensiva entelequia, contra la que arremeten como Quijote a molinos de viento.
Tanto la formación básica como la profesional y universitaria representan el progreso, el redescubrimiento de los valores profundos de la Humanidad, el medio para descubrirlos y desarrollarlos. Son una herramienta, un ambiente, un camino hacia la plenitud del Hombre, además de hacia la competencia profesional. Me parece impropio, contradictorio y doloroso ver cómo los centros e instituciones docentes, sobre todo los regentados por religiosos, se contaminan con ésta u otras contraculturas.
Más grave es todavía la contaminación de la liturgia en la Iglesia. Si el lugar donde acudimos a reavivar nuestras aspiraciones de perfección, de plenitud, de unidad, de fraternidad, se contamina con modismos perversos del lenguaje ¿dónde acudiremos a desapropiarnos y sentirnos masa del mismo pan?
Estoy convencido de que la Humanidad está hecha de la urdimbre y la trama de hombres y mujeres íntimamente unidos. Por eso me duele cualquier enfrentamiento, siquiera sea gramatical, y amo la unidad inseparable con las mujeres de mi vida: con la que me dio la vida, con la que comparto el camino de la existencia, con las que se me han encomendado y con todas aquellas que, de tantas formas, enriquecen mi vida.
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Apéndice: El argumento de la "visibilidad".
Personas bien intencionadas y otras no tanto emplean este argumento para defender que hay que mencionar el femenino expresamente, en vez del genérico, para dejar constancia de que en ese grupo hay mujeres.
Es un argumento falaz. Lo que en realidad se pretende es utilizar la inocente gramática como arma reivindicativa. Todos conocemos el victimismo en boga de algunos grupos. La gramática es "la cultura de las palabras" y no un campo de batalla para resarcir antiguas humillaciones, que las hubo y muchas. No entraré en los perjuicios del victimismo. Pero sí quiero hacer notar el absurdo a que llegaríamos con ese mismo argumento.
Por ejemplo: Deberían hacerse visibles igualmente en la Asamblea litúrgica los blancos y negros, los ancianos, jóvenes y niños, los casados y los solteros, los consagrados y los laicos, los nacionales y los extranjeros, etc. etc. etc. Así hasta llegar a que yo también tengo derecho a ser "visible" en la Asamblea y, por tanto, exijo que se diga mi nombre.
Creo que no hace falta seguir. El espíritu del Evangelio va en dirección contraria: une y no separa. No se trata aquí de la dignidad de la mujer, como algunos ingenuamente piensan. La dignidad de la mujer estará mejor protegida lejos del revanchismo, el sectarismo y la demagogia. La dignidad de la mujer hay que defenderla con uñas y dientes en otros foros, de forma real y no imaginaria. Por ejemplo, no permitiendo que la manipulen.
Alguna vez me han preguntado si aguantaría oír siempre: "orad hermanas". Como ya he explicado el masculino y el femenino son restrictivos, mientras que el común o genérico engloba a todos. Pero no eludo la respuesta: ¡Sí! Preferiría el uso del femenino único a la fraccionante yuxtaposición de masculino y femenino, a pesar de que supone un mal uso de la gramática. Prefiero eso, a sentirme separado de lo que más quiero en este mundo: las mujeres.
Cuando oigo esa separación de "hermanos y hermanas" no puedo menos que recordar las celebraciones a las que asistía con mis abuelos: a un lado de la iglesia las mujeres y en la bancada opuesta los hombres. Mi inocencia no lograba comprender por qué me separaban de mi abuela para algo tan bueno como oír Misa. Compungido y lloroso le preguntaba a mi abuelo mientras íbamos al lado contrario: ¿Por qué abuelo, por qué?
Ahora -tantos años después- también lloro y pregunto: ¿Por qué? ¿Por qué quieren separarme con palabras de las mujeres de mi vida?
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(1) Demagogia: 1. Dominación tiránica de la plebe con la aquiescencia de ésta. 2. Halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política. Úsase también en sentido figurado.
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