El río de la Palabra III - (Escollos a evitar)




Resumiré algunos peligros a evitar en nuestra búsqueda y encuentro con ese "río" de agua viva que discurre por la Escritura.

1. La interpretación caprichosa o interesada: Un amigo me decía que en la Biblia podían encontrarse citas para sustentar una afirmación y la contraria, una ideología y su opuesta.

Esa aseveración -muy extendida por cierto- es un sofisma [1] o, como mínimo, una apariencia. La Palabra auténtica no se puede contradecir a sí misma, como he defendido en el artículo anterior.

Es imprescindible ser honesto y objetivo, no "arrimar el ascua a mi sardina", no manipular. Para que una veleta cumpla su misión tiene que estar suelta, dispuesta a girar. Si la tocamos, su finalidad se quiebra. Curiosamente a la interpretación condicionada y caprichosa se le ha llamado "interpretación libre" y se utiliza para defender doctrinas preconcebidas.

Para encontrar la Palabra hay que ir suelto, desasido de todo prejuicio, principio cerebral, ideología o interés personal. En el "río" hay que sumergirse desnudo. Sólo en la desnudez y profundidad del ser se encuentra el Espíritu.

Ayuda bastante conocer el entorno humano y material de los escribientes (lo que se ha llamado interpretación histórico-crítica) pero no es suficiente. Las erudiciones pueden ayudar o pueden ser ruido cerebral. La Presencia de que hablo se percibe como "un ligero susurro de aire" (1Re 19,12) que abraza suavemente nuestra veleta y, a veces, se hace esperar como en el caso de Elías.
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Dios entrega



A esa interpretación profunda, dócil, susurrante, que supera la racionalidad de la "interpretación histórico-crítica", podríamos llamarla "interpretación mística".

Se manifiesta como una luz inesperada, un descubrimiento, una aplicación práctica nueva, el despertar de una nueva aspiración personal o su toma de relieve, una interpelación personalizada, una conexión nueva con otros textos, etc. Y, desde luego, es impredecible. No es la consecuencia del estudio sino de la apertura sincera a ese Dios que buscamos apasionadamente a través de su Palabra.

La razón -en contra de lo que piensan algunos- no es el último recurso. Existe en el ser humano una "capacidad intuitiva" de conocer que supera la razón. Esa capacidad, aplicada a la interpretación de la Escritura, la llamaríamos "interpretación mística".

Es individual y personalizada pero no debe confundirse con la "interpretación libre" que aquí he mencionado y que, intencionadamente, he denominado "caprichosa o interesada".

La "interpretación mística" es un tesoro, un don, un regalo, para el buscador sincero.
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2. La sacralización: Para destacar la importancia de la Escritura la hemos sacralizado y petrificado. Por eso llamamos "palabra de Dios" a todo lo que se lee. Se exagera para captar nuestra atención sobre la importancia de la Escritura. Lo mismo que hacía nuestra madre al exagerar los efectos milagrosos del escapulario.

Esa exageración tiene un alto coste. Al hacernos adultos y comprobar que no eran ciertos aquellos dramatismos, despreciamos los exagerados consejos de mamá y tiramos al niño junto con el agua de la bañera. O, por el contrario, permanecemos petrificados por el "infantilismo" y no nos atrevemos a pensar por nuestra cuenta, ni a soltar la medalla.

Al llamar "palabra de Dios" a todo, el subconsciente nos empuja a la interpretación literal. Leemos la descripción de los juncos y, sin haber tocado el agua del río, proclamamos: "es palabra de Dios". Tragamos juncos por agua.

Esa "pedagogía de la exageración" (toda exageración es grotesca e irracional) es causante, antes o después, del alejamiento de unos, la indiferencia de otros o la desorientación de muchos.

Por ejemplo: Escuchamos atentamente y constatamos la incoherencia de la primera lectura con el evangelio, la reacción espontánea es desenchufar. Lo que debería ser alimento saludable se convierte en piedra de tropiezo y abandono.
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Rio congelado



Por otro lado, sacralizar es tanto como "congelar" y "poner a distancia". Nadie puede beber de un río congelado. Las cosas sagradas son "intocables", "inalcanzables", "ocultas". Por eso el comentario a la Escritura (homilía) sólo se permite a los sacerdotes. Sólo ellos están "en el secreto". Sólo la interpretación oficial y rutinaria es lícita.

Con ello se niega la asistencia del Espíritu a los creyentes y se nos priva del "testimonio vital" de tantas personas transformadas por la Palabra. Se embalsama la Escritura en el ambón o en preciosas encuadernaciones. Un gran número de fieles terminan convencidos de que esas viejas e ininteligibles lecturas son "cosas de curas", que nada tienen que ver con mi vida real.

Sin embargo, para captar el "río" de la Palabra, hay que zambullirse en el agua, beberla, paladearla, dejarse impregnar. La Escritura hay que manosearla, voltearla, amasarla, masticarla, con toda confianza, porque ha sido escrita para nosotros. Si la momificamos, la estamos declarando muerta y no podrá trasmitirnos la vida que contiene.

Una vez más el celo por tenerlo todo atado y bien atado impone rigidez. No nos hemos percatado de que la rigidez es síntoma de muerte ("rigor mortis"). Los católicos deberíamos ser cultivadores de vida, nunca embalsamadores. San Pablo nos da pistas: "Nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser servidores de una alianza nueva: no basada en pura letra, porque la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida" (2Cor 3,4).

Una última constatación: La "sacralización" es la raíz del fanatismo, especialmente en las religiones del Libro.
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3. La revelación cerrada: No tengo inconveniente en alinearme con la doctrina oficial y afirmar que la revelación quedó completada con la venida de Cristo, la Palabra misma.

Pero, a renglón seguido, debo confesar que la revelación sigue y seguirá mientras el hombre habite la tierra. Dígase, si se quiere, que todo está potencialmente en el Libro. Pero no se abuse del concepto de "revelación terminada y única".

Puede que la revelación esté completa, contemplada desde el vuelco de Dios. Pero es evidente que no lo está mirada desde nuestra apertura y capacidad de comprensión e integración.

La historia del hombre es evolutiva, como lo es la historia personal. Por tanto la revelación es progresiva al ritmo que la especie o el individuo crece y se perfecciona. Lo dice claramente el Evangelio que ya cité anteriormente: "Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho" (Jn 14,26). "Yo te he revelado a ellos y seguiré revelándote…" (Jn 17,26).

Por tanto es de sabios y santos estar atentos a las cosas, personas, acontecimientos, que nos ayudan a descubrir el verdadero rostro de Dios y el camino del encuentro, fin último de la Escritura. Todo eso es "revelación" para nosotros.

Hay que cultivar sin miedo la relación con lo que nos hace vibrar en profundidad, lo que nos transmite vida, luz, fuerza. Puede ser la naturaleza, libros, música, personas… A esas relaciones vivificantes, que paradójicamente pueden no estar vivas, hay que darles prioridad porque son verdadera "revelación" para nosotros, son el pan del crecimiento.

Ahí entran también los santos de nuestra devoción, que no son mediadores ante Dios, ni conseguidores, ni pedigüeños, sino contagiadores de vida y movilizadores de nuestras pasividades e indiferencias.

Lo mismo habría que decir de la revelación personal: Esas aspiraciones profundas, esas intuiciones, ese pasico que se me impone desde dentro… Por ahí nos está llegando la Palabra, no quiso quedarse confinada en el Libro. Él nos sale al encuentro en cada esquina: "Estoy a la puerta y llamo..." (Ap 3,20).

Digo esto porque, a veces, agarrados a una estupenda Biblia, un Leccionario o un Breviario, caminamos "ciegos y sordos"relegando lo que palpita en nuestro interior o la vida que otros nos contagian. Damos la espalda a verdaderos "enviados" porque no vemos sus alas.
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Olvidamos que Él nos sigue hablando "en múltiples ocasiones y de muchas maneras" (Heb 1,1). Que su Presencia sigue aquí, dentro y fuera de nosotros. Hay que evitar la tentación de enfrascarse en descifrar mensajes milenarios, sin prestar atención a los mensajes del Acompañante que, hoy, camina a nuestro lado.

Son garantía de la "revelación viva y actual" aquellas palabras del testamento de Cristo:"Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras" (Jn 16,12).
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Citaré, para terminar, otros dos escollos que no es momento de desarrollar. Uno es la enseñanza incongruente y teórica de la Religión en nuestros Colegios, necesitada de mayor coherencia con la praxis pedagógica ("hacer es la mejor forma de decir") y una urgente adaptación a nuestro tiempo.

Quien lo dude que coja un libro de Religión y lea -por ejemplo- la historia de Abrahán, personaje clave en la Escritura. Pregúntese después qué mensaje prenderá en nuestros hijos: El de la fidelidad total o el del "dios" que induce al parricidio. ¿Nos extrañará que, más tarde, rechacen inconscientemente a ese "dios falso"?

El otro escollo grave es la incongruente y desactualizada selección de lecturas para las celebraciones litúrgicas. Es imprescindible que nos den a los fieles alimento asimilable en cada Eucaristía o Sacramento, sin pretender hacer un recorrido formalista por la historia bíblica.

No me extraña que mi amiga Mercedes se salga de la iglesia cuando se leen determinados textos.

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[1] Sofisma = Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso.

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