El río de la Palabra V - (Otras imágenes y Fin)



Permitidme, para terminar, dejarlo claro: Lo sagrado no son los textos e historias de la Biblia. El único sagrado es Dios, que se hace Palabra y zigzaguea por la vida de sus hijos llamándoles, "con gemidos inenarrables" (Rom 8,26), hacia una humanización plena. Sólo posible cuando se dejan "habitar" realmente por su Hacedor.

Música no son las notas que se columpian en un pentagrama, sino la emoción, la energía y el amor que suscita la interpretación de una melodía.

Una bombilla no es la luz, sino el instrumento que hace posible el encuentro de dos polos que se incendian al abrazarse.



Nadie que analice, estudie y describa el vino será capaz de emborracharse. Tampoco los que lo envasan en artísticas botellas o lo exponen en preciosas vitrinas. Sólo "conocerán" la fuerza del vino quienes lo paladeen y lo beban, quienes lo hagan sangre de su sangre.

Lo mismo ocurre con la Palabra. Su fuerza no está en los textos, ni en su veneración, ni siquiera en su lectura. El poder de la Palabra está en el encuentro de la creatura con la llamada del Creador, ésa que riega permanentemente toda historia personal y grupal como un gran río. Esa Palabra sigue insistiendo -hoy como ayer- que sólo el amor nos conducirá al Amor. No se equivocaba el teólogo que afirmó: "El cristianismo del futuro será místico o no será".

Escogí la metáfora del río porque evoca frescor, alimento, limpieza, fertilidad, permanencia y misterio. Un gran río es casi eterno. Se sabe dónde nace pero no de qué profundidad emerge.

Estas otras imágenes nos ayudarán también a comprender lo que es la Palabra -contenido- respecto a la Biblia -continente-. Caer en la tentación de confundir un perfume con el vidrio que lo contiene es una inmensa necedad.
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Estoy a la puerta 3



Quisiera detenerme un poquito más en otra imagen sumamente ilustrativa. Digamos que la Escritura es un enorme cuadro con innumerables escenas, con muchos colores y mezclas, con gran profusión de luces y sombras. En ese gran cuadro concurren un marco, un soporte, distintas formas y colores, barnices, etc. Todo ello forma la parte material del cuadro.

Pero eso no es lo importante. Lo realmente importante es el "mensaje", el componente espiritual. Un cuadro o comunica algo o es un mamotreto inútil, aunque su valor material sea muy elevado por la contaminación mercantilista de este mundo. Es esencial distinguir entre "cuadro" y "mensaje".

Los eruditos han dedicado mucho tiempo a examinar el cuadro y las palabras que lo componen. Desarrollaron una interpretación literal y rígida, que condujo a graves despropósitos y condenas. Se ha avanzado mucho hacia otras interpretaciones que ya no consideran sólo las palabras, sino las épocas, el ambiente, el origen, los autores, etc.

Me gustaría pensar que actualmente, en ese cuadro bíblico, se trascienden las perspectivas, las luces y sombras, los colores, las líneas, el soporte y el marco, para abrazarse, por fin, al mensaje.

Uno se pregunta si tanto experto, tanto trabajo intelectual humano, tanto rizar el rizo, es algo más que aislar los colores, sacar serrín del marco o hilos del lienzo. A mí me bastaría con una traducción fidedigna, es decir, con una trasmisión fiel del original.

Si además los estudiosos me comparten "el mensaje" que ellos perciben, miel sobre hojuelas. Me prepararán para abrirme a mi mensaje personalizado. Un mensaje auténticamente divino ha de ser personalizado, revelado por el Dios personal que acompaña siempre a cada uno de sus hijos "en espíritu y verdad".
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Es muy bueno dejarse visitar por la Palabra en comunidad. Eso la da volumen, crea lazos de unidad y multiplica la energía (motivación para actuar en consecuencia). Es como dejarse invadir por un misterioso eco. Ayuda, incluso, a descubrir el mensaje cuando cada uno lo comparte, como en la "lectio divina".

Pero, a la postre, la Palabra es mensaje que ha de germinar en la tierra de cada individuo. Nos han creado individuales y libres, por eso nuestro crecimiento consiste en avanzar hacia la autonomía y libertad auténticas.

Por eso el mensaje de la Palabra ha de ser asimilado por el individuo para que pueda fructificar y no quedarse en meras proclamas piadosas. Esto no se opone en absoluto a considerar decisivo, para el desarrollo personal, el ambiente humano, el grupo o grupos en que he vivido y vivo.

Nuestros dirigentes se empeñan en recomendar o imponer los "potitos envasados", es decir, las interpretaciones clericales predeterminadas. En parte tienen razón porque muchos de nosotros somos infantes con barba o niñas con tacones.

Lo que ya no entiendo es que desconfíen de la acción del Espíritu, que asiste a todos y cada uno de los fieles, en la medida que se abren y se vacían de ataduras. Se sigue induciendo más a la erudición que a la búsqueda, a la sencillez y a la limpieza de corazón.

En mi lega opinión, para empezar habría que enseñarnos a distinguir entre el cuadro y el mensaje. No puede uno impregnarse de la Palabra pegando la nariz al cuadro y repitiendo "palabra de Dios, palabra de Dios"...



Ni colgando el cuadro en lo más alto, incensándolo y repitiendo: ¡Es sagrado, es sagrado!... Corremos el riesgo de reunirnos para ver o tocar el cuadro como un talismán -ya ocurre con las imágenes y reliquias- y olvidarnos de su mensaje.

Necesitamos maestros espirituales que, con sus palabras y su ejemplo, nos muestren el camino de la autonomía y la libertad, verdaderos hitos de la madurez humana.

Y en cuanto a la Escritura, que nos impulsen por un camino de búsqueda, apertura, escucha, desapropiación y disponibilidad ante el mensaje. Sin caer en la pueril tentación de doblar la rodilla ante el Libro. Eso sería una idolatría o una superstición estúpida, como lo es pararse a admirar el dedo de quien te muestra la luna.


Siempre he pensado que la voz del Espíritu es multicolor, personalizada e ilimitada. Ni siquiera los próceres pueden pretender abarcarla, comprimirla y prepararla para llevar. No es la Palabra lo que los letrados nos deben empaquetar. Más bien deben avivar la pasión por la búsqueda del mensaje para que cada cual haga la experiencia de encontrar la fuente y saciar su sed: "Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche" (Juan de la Cruz).
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Pongo punto final a mis reflexiones sobre la Palabra. No cierres el altavoz, pero tampoco lo adores ni lo abraces. La Música que te embelesa viene del más allá. Si lo que oyes son ruidos o discordancias, no los confundas con la Música, son naturales interferencias humanas, defectos del medio transmisor.

Mantén encendido y limpio tu receptor personal, imprégnate de las melodías del más allá, déjate contagiar de vida.

La Palabra lo dejó dicho de forma simple y concreta: “El que tenga oídos para oír que oiga” (Mt 11,15 y muchos más).

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