Nos encontramos ante un dilema: ¿Resignarnos ante la injusticia o buscamos un orden nuevo? Podemos afirmar que solamente hay cristianismo cuando el Evangelio se traduce en obras. Es menester transformar, con la fuerza de Dios, en el aquí y ahora de nuestra realidad, todo aquello que no se ajusta a su designio en cuanto a la dignidad y la fraternidad humana.
El cristianismo está en la acción misma, en las obras de la fe, ya que éste sin obras tiene una fe muerta. “El obrar no es más que el ser que se entrega a la obra y el ser, la definición del obrar” (J. COMBLIN, Teología de la Revolución, DDB, Bilbao, 1973, 338). El cristianismo no se hace realidad si no se concreta en la realidad, por medio de actos concretos en favor de la justicia. Se trata de poner la historia de la salvación en acto, que se encarna en un caminar nunca acabado y destinado a completarse sólo en el otro mundo. La revelación bíblica espera necesariamente su complemento en la historia, ya que por sí sola no tiene sentido.
No podemos ser neutrales. No podemos ser meros espectadores. Somos cómplices de situaciones de opresión e injusticia. No podemos huir de esta situación y debemos optar: o colaboramos con las situaciones actuales de injustica (hambre en el mundo, industria armamentista, refugiados, avaricia, consumismo, etc.) o contribuimos a destruir estas situaciones para reemplazarlas en fraternidad humana. Debemos escoger en conciencia.