Esther “Etty” Hillesum, Etty, como era llamada por sus amigos, nació en Middelburg (Holanda) el 15 de enero de 1914 y murió en Auschwitz a los veintinueve años de edad. Alejada por igual tanto de la sinagoga como de la iglesia, será un amigo judío alemán, Julius Spier, psicoquirólogo, quien la despertó a Dios en ella y, a partir de ese momento, el recorrido espiritual que realiza en menos de tres años, febrero de 1941 al 30 noviembre de 1943 en que muere, es impresionante, con ciertos parecidos de personalidad y temple espiritual con otra mujer, la francesa Simone Weil (1909-1943), contemporánea y judía como ella. Queriendo ser escritora y dotada de cualidades para ello, nos dejó el material manuscrito de lo que son dos obras, un diario y un conjunto de cartas escritas desde Ámsterdam y sobre todo desde el campo de concentración de Westerbork, en las que aparece como uno de los testigos más lúcidos de aquella época. Escribió un diario íntimo y extenso entre 1941 y 1943, durante la segunda guerra mundial. El diario de Etty muestra una experiencia religiosa impresionante vivida desde una experiencia dramática de sufrimiento en las tormentosas circunstancias de la persecución nazi a los judíos.
El Diario de Etty nos ha permitido conocer la riqueza de una experiencia interior que, frente a un sufrimiento extremo, supo alabar la vida y vivirla con plenitud de sentido. Su diario, como el de Anna Frank, escapó del exterminio de ella y toda su familia y ha pasado a ser un precioso testimonio del poder de una vida interior que, pasando por el pensamiento y la afectividad humana, descubre la presencia del Absoluto en un mismo acto. En los últimos años sus cartas y su diario están alimentando la reflexión de muchísimas personas en Europa. En Holanda es considerado un documento de gran valor. Han sido traducidos al alemán, francés, inglés, noruego, finlandés e italiano, y también al español. En el momento de su partida definitiva para el campo de exterminio Etty, que presiente el final, pide a una amiga holandesa, María Tuinzing, que escondiera y conservara sus cuadernos hasta el final de la guerra, y que entonces se los entregara al escritor Klaas Smelik y a su hija Johanna. Era el único escritor que conocía y esperaba que él encontraría un editor. Como la misma Etty presentía, antes de desaparecer el 15 de septiembre de 1943 en el trágico anonimato de Auschwitz, “será preciso que alguien sobreviva para atestiguar que Dios estaba vivo incluso en un tiempo como el nuestro. ¿Y por qué no iba a ser yo ese testigo?” Los manuscritos corrieron de mano en mano de un editor a otro sin intuir la importancia que contenían, hasta que en 1981, al publicarlos, sale a la luz la historia de Etty lo que ha permitido conocer la riqueza de una experiencia interior de estremecedora intensidad.