En los años 1920 y 1930 irrumpió un nacionalismo violento y antisemita, de tonos racistas y sociales, que exigió limitar las actividades económicas de los judíos y su expulsión de la vida pública de los países en los que nacieron y se criaron, catalogándolos a la vez de raza inferior y peligrosa. Con la ascención al poder de Adolf Hitler en Alemania el antisemitismo racial se convirtió en un instrumento de Estado y en la ideología oficial del Tercer Reich. En 1938 se desató en Alemania una campaña de destrucción de sinagogas, arrestos masivos, destrozos y saqueos de tiendas, y el registro sistemático de bienes judíos con el propósito de su posterior confiscación. Junto a los judíos fueron perseguidos por el regimen nazi otros grupos considerados enemigos del Reich. Gandhi no era ajeno ante los acontecimientos que se estaban produciendo en Europa. En un artículo publicado en la revista Harijan (Parias) el 26 de noviembre de 1938, recomienda a los judíos los métodos de resistencia utilizados por él en África del Sur. A lo que Martín Buber, filósofo personalista judío, le contesta entre otras cosas diciendo: «Cabe combatir la irracionalidad de ciertos seres humanos con una actitud efectiva de no violencia porque siempre queda un hálito de esperanza de que, paulatinamente, entren en razón, pero uno no puede enfrentarse mansamente a una diabólica apisonadora que lo barre todo a su paso. Hay ciertas situaciones en las que del satyagraha de la fuerza espiritual no emana un satyagraha de la potencia de la verdad. La palabra mártir significa testigo, pero si no existen personas ¿quién va a dar testimonio?»
Poco después de comenzar la segunda guerra mundial Gandhi escribió a Hitler el 9 de septiembre de 1939 pidiéndole que firmara la paz. Dice en su carta: «Mis amigos me han impulsado a escribirle en nombre de la Humanidad. hasta ahora me había resistido porque mi intuición me decía que mi carta sería una impertinencia. pero en este momento creo que debo dejar a un lado mis sentimientos y plantearle una cuestión fundamental. es evidente que actualmente es usted el único ser humano en la tierra que puede evitar una guerra que convertiría a la Humanidad en un montón de basura. Si este es el precio, ¿compensa el pago? ¿No escuchará usted la invitación a la paz de un hombre que, con relativo éxito, ha rechazado el recurso de la violencia tras una cuidadosa reflexión? En fin, espero que me perdone si juzga incorrecto mi proceder al escribirle» (Cf. W. LEIFER, Indien und die Deustschen, Tubinga 1969, 340-341).
En las navidades de 1941, a medida que la guerra fue adquiriendo proporciones más terribles, volvió a escribir a Hitler, pero su carta fue retenida por las autoridades británicas. Gandhi dirigió, también, cartas llamando a la paz a otros dirigentes de las otras potencias beligerantes, reprochando que combatían a Hitler con los mismos métodos corregidos y aumentados. El que estos vencieran no demuestra que tengan razón, sino más poder bélico. La violencia produce una reacción en cadena, tendiendo siempre a aumentar en intensidad. Toda respuesta violenta lleva en sí la tendencia al exceso; no a compensar, sino a sobrepasar el mal causado. Un día Gandhi vio que un jefe musulmán en rebeldía contra los ingleses tenía miedo y le dijo: «No tengas miedo. El que tiene miedo, odia; el que odia mata. Rompe tu espada y arrójala lejos, y el miedo no hará mella en ti. Yo me he liberado del miedo y del deseo, y por eso conozco la fuerza de Dios» (O.P. RÉGAMEY,Non-violence et conscience chrétienne, París 1958, 212).
Gandhi afirmó que «la violencia es la ley de la bestia, la no-violencia es la ley de la persona«. Se trata pues de una disposición del corazón para acoger con amor a toda persona. De ahí que la no-violencia exija una constante vigilancia para detectar en el propio comportamiento las manifestaciones de violencia y procurar eliminar sus raíces, pues «la paz es ante todo sacrificio de sí mismo» (C. DREVET, Gandhi su pensamiento y su acción, Fontanella, Barcelona 1976, 182).
Gandhi, al escribir su libro Todos los hombres son hermanos, expresó su convencimiento más profundo en estas palabras: «La no-violencia es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición. Es más poderosa que el arma más destructiva inventada por el ser humano". Pero para esto, la persona y la comunidad no-violenta debe:
1. Procurar desistir de todo espíritu de dominación sobre las demás personas e ir eliminando los signos externos de superioridad, asumiendo el sufrimiento como fuerza de liberación. En esta misma dinámica, otro apóstol de la no-violencia activa, Martín Luter King, nos dice que el perdón no es una cuestión de cantidad sino de calidad: «Una persona no puede perdonar hasta cuatrocientas noventa veces sin que el perdón se integre en la estructura misma de su ser. El perdón no es un acto ocasional, es una actitud permanente… Muy lejos de ser la piadosa exhortación de un soñador utópico, el mandamiento del amor a nuestros enemigos es una necesidad absoluta, si queremos sobrevivir. El que llegue incluso a nuestros enemigos es la clave para resolver los problemas de nuestro mundo. Jesús no es un idealista sin sentido práctico. Es el verdadero realista práctico". La no-violencia no pretende vencer ni humillar al oponente sino ganar su comprensión. Su propósito es despertar vergüenza moral en el adversario y hacer posible la reconciliación. «El resultado de la no violencia es la creación de una bienamada comunidad, mientras el resultado de la violencia es un trágico resentimiento» (M. LUTHER KING, Los viajeros de la libertad, Barcelona 1963, 124).
2. Renunciar a las armas y a la protección policial como consecuencia del desarme interior. Pacíficos no son los que no hacen la guerra, sino los que hacen la paz. La Paz no es sólo una ausencia de enfrentamiento, sino algo superior: la igualdad, la solidaridad y la justicia. Lo demás es aplazar las guerras, y a eso se le llama tregua y no paz… De ahí se deduce que hay que ir contra las causas inmediatas de las guerras, es decir, contra los militarismos. Como decía Mahatma Gandhi: «La no-cooperación con el mal es un deber tan evidente como la cooperación con el bien«.
3. Decir siempre la verdad, con amor, a las personas que concierne y no a segundas o terceras personas. Pues la verdad crea orden y armonía, manifestando la realidad tal cual es. La verdad procura el entendimiento entre las personas. Con la duda o los juicios mal formados se puede hacer el mayor mal que uno se pueda imaginar. Hay que confiar y no dudar; promover y no hundir; alentar y no destruir.
El primero y más fuerte enemigo de la verdad son los prejuicios, tan arraigados en la mente de las personas. El prejuicio surge siempre en cuestiones de significado humano con importancia para la orientación de nuestra vida. A nadie se le ocurre opinar sobre cuestiones de carácter científico sin estar previamente informados; somos bien conscientes de nuestra ignorancia y por eso nos abstenemos de opinar. No ocurre lo mismo en cuestiones de religión, ética o política donde tenemos ideas preconcebidas y nada ni nadie logra apearnos de nuestras ideas, aunque tengan poco o ningún fundamento. Esto ocurre porque no defendemos la verdad sino la idea que nos interesa o conviene. El prejuicio se engendra y se sustenta sobre intereses ocultos que actúan en el subconsciente y nos impiden ver las cosas como son y nos impulsan a afirmar lo que deseamos que sea. Cada cual sigue su verdad, únicamente la suya, sin cuestionarse si estará equivocado.
4. Solidarizarse con los débiles, los pequeños, los oprimidos de la sociedad.
5. Denunciar las injusticiasy las demás violaciones de los Derechos Humanos con medios adecuados a la no-violencia. Si una persona da la propia vida por la justicia, cayendo en la lucha, su acción no cae en el vacío: adquiere validez histórica. Puede llegar a ser la encarnación social de un profetismo realmente eficaz.
6. Promover la resistencia pacífica llegando hasta la desobediencia de las leyes, pues no todo lo que es legal es legítimo, y la verdad, la justicia y el amor son más importantes que la legalidad.
7. Promover un modelo alternativo de sociedad. No basta con condenar la violencia, hay que suscitar una sociedad sin clases, sin oprimidos ni opresores. Una revolución a favor de un futuro mejor y más humano, no debe realizarse según el esquema y los medios propios del «viejo mundo» que se trata de superar. Este gran proyecto debe traducirse en un gran número de pequeños proyectos de movilización y de participación popular. Es indispensable establecer un flujo de comunión y participación, sabiendo que la fuerza de los débiles cuando toman conciencia de su responsabilidad y se unen, pueden hacer derribar grandes muros y barreras que parecían infranqueables.