Hay quien pretende demostrar que en el último minuto Weil habría aceptado el bautismo ¿Hubo desencuentro de Simone Weil con la Iglesia Católica? Nuevo libro de J.L. Vázquez Borau
El cristianismo no es la única religión auténtica. La Iglesia es católica, universal, en la medida en que consigue alcanzar a todas las religiones auténticas
Simone Weil contempla la existencia de múltiples vocaciones cristianas, colectivas e individuales, dentro y fuera de la Iglesia
La Iglesia católica hacen esfuerzos malabares para incorporar a Weil al panteón de los pensadores católicos, minimizando las profundas convicciones que la mantuvieron fuera de la Iglesia
La Iglesia católica hacen esfuerzos malabares para incorporar a Weil al panteón de los pensadores católicos, minimizando las profundas convicciones que la mantuvieron fuera de la Iglesia
| J.L. Vázquez Borau
En los tres últimos años de esta intensa existencia, (1940-1943) en Marsella primero y más tarde en New York, Simone Weil inicia una serie de contactos con sacerdotes, algunos de ellos dominicos, con el deseo de encontrar respuesta a una serie de interrogantes que la inquietan. Son cuestiones que remiten en última instancia a la eventual compatibilidad de sus concepciones religiosas con la fe profesada por la Iglesia católica. Este proceso de diálogo, de enorme riqueza teológica y espiritual, conoce también momentos espinosos, tensos e incluso engorrosos, debidos fundamentalmente a la insistencia por parte de sus interlocutores de conducirla al bautismo. Frente a estos intentos de persuasión, Simone reafirma sus objeciones para el ingreso en la Iglesia, pero manifiesta reiteradamente su ferviente deseo de recibir los sacramentos.
Es en torno a la cuestión del bautismo que las posturas de Weil y de sus interlocutores eclesiásticos se enquistan. El padre Joseph-Marie Perrin, a quién Simone conoce en Marsella en junio de 1941, no consigue comprender las objeciones puestas por Weil: para ella el problema es si la Iglesia puede o no aceptar fuera de sus límites la existencia de experiencias de vida cristiana auténticas, legítimas desde todo punto de vista. Se trata de una cuestión crucial, pues, si la Iglesia no admite esta posibilidad no puede realizar su verdadera misión. Simone cree, también, que la pertenencia en la Iglesia se relaciona con la realización de una vocación personal, pues cada persona consigue su realización en la medida en qué es capaz de transformar su vida adecuándola a un designio especial de Dios, que tiene que tomarse el trabajo de descubrir y dilucidar. Simone Weil no renuncia a la absoluta validez de permanecer fuera de la Iglesia oficial.
Estas cuestiones se relacionan con su concepto de catolicidad, que difiere significativamente del que proponía el magisterio preconciliar. La Iglesia no es católica porque quiera incorporar a todos los hombres al número de los bautizados, sino por su capacidad para aceptar como legítimas, e incluso como propias, la totalidad de las manifestaciones religiosas auténticas.
Para Simone existen dos elementos fundamentales que permiten dilucidar si una religión tiene que ser encuadrada en esta categoría o si por el contrario hace falta calificarla como falsa. En primer lugar la fe en un Dios, que se reconoce como bueno; el otro es la gratuidad de la experiencia religiosa y el rechazo de actos que regulen la relación entre Dios y sus criaturas. Porque entre Dios y los humanos no hay nada que se pueda pactar, simplemente porque no hay nada que las criaturas puedan ofrecer a su Creador.
El cristianismo no es la única religión auténtica. La Iglesia es católica, universal, en la medida en que consigue alcanzar a todas las religiones auténticas. Siempre que una persona invocó con un corazón puro a Osiris, Dionisio, Krishna, Buda, el Tao, etc., el Hijo de Dios le responde enviándole el Espíritu Santo. Y el Espíritu se presenta a su alma sin obligarlo a abandonar su tradición religiosa, sino aportando plenitud de luz en el interior de su tradición. Para Weil la Iglesia no es más católica en la medida en que el impulso misionero incorpora en su seno a más gente; lo es en relación con su capacidad para abrazar al resto de las religiones verdaderas, reconociéndolas el pleno derecho de ciudadanía.
Para Weil la Iglesia no es más católica en la medida en que el impulso misionero incorpora en su seno a más gente; lo es en relación con su capacidad para abrazar al resto de las religiones verdaderas, reconociéndolas el pleno derecho de ciudadanía
El cristianismo, puesto que es católico, tiene que contener todas las vocaciones sin excepción. En consecuencia, también la Iglesia tendría que hacerlo. La pregunta surge inmediatamente: por qué razón profesar una religión y no otra? Porque las religiones, nos explica Simone, se adecuan a las características de cada pueblo, de forma que cada uno de ellos encuentra su propia manera de relacionarse con Dios y la vive como la única verdadera y la única posible. Es parte de su arraigo. La Iglesia tiene que ver más allá.
El otro tema tiene que ver con la vocación personal, con el destino y con el designio de Dios para cada uno de nosotros. Porque entre las múltiples vocaciones que el cristianismo tiene que contener figuran no solo las colectivas, sino también las individuales. Crucial aquí es la cuestión de las relaciones entre el individuo y la colectividad: la colectividad es depositaria del dogma; y el dogma es un objeto de contemplación para el amor, la fe y la inteligencia, tres facultades estrictamente individuales. Y, por lo tanto, conciliarlas implica construir una armonía, un justo equilibrio de los contrarios.
Es en esto que Simone Weil tenía sus dudas en relación con un eventual ingreso en la Iglesia. Se preguntaba si la voluntad de Dios era que se adhiriera a la Iglesia, o si por el contrario permaneciera en la frontera entre el cristianismo y todo el que no es él. En una autobiografía que envía a Perrin a mediados de mayo de 1942 afirma que hasta el momento, a pesar de haberse propuesto la cuestión durante la oración, durante la liturgia y a la luz del resplandor que queda en el alma después de la misa, no ha experimentado nunca la sensación que Dios la quiera dentro de la Iglesia. Su vocación, la voluntad de Dios, es que permanezca fuera de ella. No se trata de objeciones intelectuales sino de razones que tienen que ser discernidas e interpretadas mediante el ejercicio de la contemplación. Para Weil su vocación personal, su manera de ser perfecta, es dar testimonio de vida cristiana fuera de la Iglesia.
La Iglesia romana, que conoce Weil, ha heredado de Israel lo idea de que es ella el único espacio posible de salvación, confundiendo la fe con la pertenencia a Dios. Si la imagen del cuerpo místico de la eclesiología preconciliar es rechazada por Simone Weil es justamente porque favorece, a su juicio, una confusión entre el Cristo y la Iglesia que juzga gravemente errónea, si no blasfema. En virtud de esta confusión la Iglesia pretende obligar al amor y a la inteligencia a adoptar su lenguaje como norma. Una pretensión que, lejos de la conducta de Dios, nace de la tendencia natural de toda colectividad, sin excepción, a los abusos de poder. No ha comprendido que el único camino de salvación es que el cristianismo se encarne en la vida profana en lugar de negarla, y que la vida profana en Occidente ha sido modelada por los pueblos denominados paganos, en particular los griegos.
Para Weil la Iglesia tiene la misión de mostrar el Cristo, de comunicar un anuncio de salvación, de conducir a los hombres al conocimiento de una verdad de la cual no posee el monopolio. No tiene que imponer una teología que excluye a las otras tradiciones religiosas auténticas y no tiene que incorporar en su seno a todos los hombres obligándolos a abjurar del que no se ajusta a sus propias enseñanzas. La Iglesia confunde el mensaje religioso con la teología. Lo único que impone el Evangelio, en su opinión, es el anuncio de que Jesús es el Cristo, anuncio que tiene que agregarse a las otras tradiciones religiosas auténticas y a las tradiciones profanas de cada pueblo, porque es capaz de iluminarlas a todas en lugar de sustituirlas generando desarraigo y dolor. Solo entonces el cristianismo podrá decirse a sí mismo católico.
Simone Weil contempla la existencia de múltiples vocaciones cristianas, colectivas e individuales, dentro y fuera de la Iglesia. Piensa en una Iglesia que tiene como función primordial si no única, de ser depositaria de los sacramentos y custodia de los textos sagrados; la de formular decisiones sobre algunos puntos esenciales, pero solo en calidad de indicación para los fieles. En su opinión el futuro del cristianismo y la salvación de las almas dependen de esta transformación, de la capacidad de la Iglesia para convertirse en aquel árbol de la parábola en el que anidaban todos los pájaros.
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