Cuando las personas pierden sus propias raíces y no saben quien son, se despierta en ellas una necesidad interna de poner el poder y la posesión por encima de todo. Así, por un lado, dominar a otra persona y desprestigiarla transmite un sentimiento de libertad, porque libera de la carga de la propia condición de víctima. Y, por otro, la alienación interna y de identificación con el agresor causan heridas profundas en las personas. ¿Cómo se puede entender, sino, que tantas personas, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones a veces soporten un solo tirano que no tiene más poder que el que ellos mismos le dan?
Simone Weil en su estudio La fuente griega (Trotta, Madrid 2005), vuelve su mirada al poema de Homero, pero lo hace para encarar el lado vulnerable de la explosión de energía que enloquece, aprisiona, al alma humana. Aun en unas circunstancias tan lejanas a las descritas en la Ilíada y a las del momento en que redactó Weil su texto,1939 y 1940, después de la caída de Francia ante la embestida nazi, esa gran obra homérica y el comentario de la escritora francesa no han perdido su conmovedora frescura. Para Simone Weil la fuerza atraviesa la naturaleza y la sociedad y su imperio arrastra a los humanos, ya la ejerzan o la sufran. La organización social nos libera de la opresión que nos imponen las fuerzas naturales, pero, tenemos la opresión de la vida social, que adopta la forma de una carrera sin fin hacia el poder y se manifiesta en la guerra, en la esclavitud o en cualquier forma de trabajo que nos aliene. El ser humano acaba inevitablemente petrificado por la fuerza, que aplasta a quien la sufre y embriaga a quien la ejerce. Simone Weil advierte que en La Ilíada la guerra es un juego de balanza, un movimiento pendular que hace pasar de la dicha de la victoria a la desgracia de la derrota de un lado al otro y viceversa. Simone Weil observa en esta peculiaridad del poema homérico una sanción de rigor geométrico que castiga el abuso de la fuerza en quien sobrepasa los límites de su uso. Para Simone Weil esta balanza de la fuerza constituye el alma de la epopeya. Pero el movimiento pendular de la guerra es un estado en el que la muerte siempre está próxima, amenazante. El hombre se acostumbra a vivir en guerra, se enajena en la proximidad de la muerte violenta, se somete a la fuerza, incluso la adora. Los humanos llegamos a creer que la guerra no puede desaparecer. Pero el alma humana clama por la liberación y la conciencia de nuestro sometimiento y la vulnerabilidad común pueden ser los fundamentos de una sociedad más compasiva atenta constantemente ante cualquier abuso. (Cf. J.L. Vázquez Borau, Simone Weil y los crucificados de la tierra, Digital Readers, Madrid 2021, 56-59)