¿Por qué hemos de amar a los enemigos y adoptar con ellos una actitud de servicio?
Es verdad que cuando una persona o una comunidad reciben una ofensa muy grande, difícilmente la olvida, tanto en el presente como en el futuro. Pero en el no olvidar no hay falta. Uno pude perdonar y no olvidar, a condición de evitar el estar recordando todos los días la falta. Cuenta una leyenda judía que cuando los egipcios perseguían a los judíos durante el éxodo y se hundieron en las aguas del Mar Rojo, los ángeles entonaron cánticos de alegría. Pero Dios los hizo callar y les reprochó: ‘La obra de mis manos acaba de perecer ahogada en el mar: ¿cómo cantáis un himno de júbilo?’ El amor de Dios es a sí de universal. Él está siempre dispuesto a ayudar a toda la humanidad, sean creyentes o ateos, le amen o le ofendan. Por eso debe ser así nuestro amor.
Se llegó a afirmar que la “muerte de Dios” daría como fruto un resurgimiento esplendoroso del ser humano, pero no ha sido así, sino todo lo contrario, como bien dice Carlos Díaz, “pues sin Dios no cabe sostener coherentemente la dignidad práctica del hombre, porque la dignidad práctica del hombre exige amarle incondicionalmente, esto es, perdonar sin condiciones y devolver bien por mal. Más esto es humanamente imposible si no se acepta la existencia del Dios Amor que da fuerzas para que nosotros podamos amar sin condiciones precisamente porque Él nos amó ayer y desde siempre a nosotros antes que nosotros comenzásemos a amar, y porque así lo sigue haciendo aún hoy a través de quienes todavía lo hacen a su vez” (C. DÍAZ, Manifiesto para los humildes, Edim, Valencia 1993, 100).
La no-violencia no puede contentarse con condenar a la violencia. Políticamente la no-violencia goza de las preferencias de la opinión pública, ya que la persona, grupo o nación que no reacciona violentamente se muestra superior a su perseguidor y arrastra a muchos a tomar su defensa. Cuanto más débil se es, tanto más el arma de la no-violencia se muestra eficaz: las mujeres, los niños, los enfermos en sus sillas de ruedas o en sus camillas, los ancianos, etc. todos pueden participar en las acciones no-violentas que les garantizan un éxito inesperado. Se puede afirmar, pues, que la no-violencia puede ahorrar muchas vidas y evitar muchos derramamientos de sangre causados por métodos convencionales como el terrorismo o la represión.
Se llegó a afirmar que la “muerte de Dios” daría como fruto un resurgimiento esplendoroso del ser humano, pero no ha sido así, sino todo lo contrario, como bien dice Carlos Díaz, “pues sin Dios no cabe sostener coherentemente la dignidad práctica del hombre, porque la dignidad práctica del hombre exige amarle incondicionalmente, esto es, perdonar sin condiciones y devolver bien por mal. Más esto es humanamente imposible si no se acepta la existencia del Dios Amor que da fuerzas para que nosotros podamos amar sin condiciones precisamente porque Él nos amó ayer y desde siempre a nosotros antes que nosotros comenzásemos a amar, y porque así lo sigue haciendo aún hoy a través de quienes todavía lo hacen a su vez” (C. DÍAZ, Manifiesto para los humildes, Edim, Valencia 1993, 100).
La no-violencia no puede contentarse con condenar a la violencia. Políticamente la no-violencia goza de las preferencias de la opinión pública, ya que la persona, grupo o nación que no reacciona violentamente se muestra superior a su perseguidor y arrastra a muchos a tomar su defensa. Cuanto más débil se es, tanto más el arma de la no-violencia se muestra eficaz: las mujeres, los niños, los enfermos en sus sillas de ruedas o en sus camillas, los ancianos, etc. todos pueden participar en las acciones no-violentas que les garantizan un éxito inesperado. Se puede afirmar, pues, que la no-violencia puede ahorrar muchas vidas y evitar muchos derramamientos de sangre causados por métodos convencionales como el terrorismo o la represión.