Nuestro cerebro tiene tres superposiciones: el reptil, en referencia a nuestros moviemientos instintivos; el límbico, a los sentimientos y el neocortical, al raciocinio, la lógica y el lenguje. El cerebro tiene forma de concha con dos hemisferios: a) el izquierdo, que responde al análisis, el discurso lógico, los conceptos, los números y las conexiones causales; b) el derecho, que responde a la síntesis, la creatividad, la intuición, el simbolismo de las cosas y de los hechos y la percepción de la totalidad. En el centro de ambos está el cuerpo calloso que separa y al mismo tiempo une a los dos hemisferios. Otro punto importante de nuestro cerebro es el lóbulo central, sede de la mente humana, nombre que damos a realidades intangibles como el amor, la honestidad, el arte, la fe, la religión, la reverencia y la experiencia de lo numinoso y de lo sagrado. Y, además tenemos la mente espiritual, donde se sitúa la ley moral de la conciencia y la percepción de una Realidad que trasciende el mundo espaciotemporal y que concierne al universo y al sentido de la vida. Esta mente espiritual, que yo denomino Inteligencia espiritual (IES) descansa en alguna estructura neuronal, pero no son neuronas. Algunos neurocientíficos lo han llamado «el punto Dios del cerebro», ya que han constatado que cuando el ser humano se interroga por el sentido de la Vida y piensa en la Realidad última, se produce una aceleración descomunal de las neuronas del lóbulo frontal. Mediante este órgano-punto captamos aquella Realidad que unifica y sustenta todo, desde el Universo estrellado, a nuestra Tierra y a nosotros mismos: la Fuente que hace ser todo lo que es.