La lectura del artículo de Juan Arnau el El País, del 19 de febrero de 2021 sobre Ibn Arabí, el maestro del instante, me lleva a subrallar puntos de coincidencia con este sabio, hijo de padre murciano y madre bereber, caminante impenitente. Comienza el autor situándonos: «Es creencia común del sufismo que todo cuanto existe se halla inmerso en un viaje infinito. No solo se desplazan los planetas, también lo hacen las criaturas que, al respirar, insertan su ser en el itinerario divino. El origen de la existencia es el movimiento y el viaje no cesa, ya sea en los mundos superiores o inferiores. El sedentarismo es una ilusión, como la de una tierra plana o estática. La condición de lo creado es el movimiento y el amor su combustible. Ese viaje puede ser de tres tipos: desde Dios, en Dios y hacia Dios. El primero es el viaje del vivir, de la cuna a la sepultura. El segundo, el de los poetas, caracterizado por el extravío y la perplejidad (“si eres de los valientes, zambúllete en mi océano y bésame en la espuma”). El tercero tiene dos rutas, la de la fe y la confianza, que es la terrestre, y otra más aventurada, marítima, que es la del entendimiento. Cualquiera que se escoja, el viaje es interminable y cuando se cree haber llegado a destino, se abre un nuevo horizonte». Nosotros aquí queremos situarnos en la ruta del entendimiento.
Señala el autor que «todos los viajes son viajes al interior vagando por las geografías sutiles de la imaginación…El sedentarismo es una ilusión, como la de una tierra plana o estática. La condición de lo creado es el movimiento y el amor su combustible». Nosotros, para entendernos, nos movemos con las siguientes categorías: La Inteligencia Racional (IR) que se gestiona con las ideas; la Inteligencia Emocional (IE), que se gestiona con los sentimientos; y, finalmente, la Inteligencia Espiritual (IES), que se gestiona con la imaginación.
La IES es el lugar de encuentro entre IR y IE, donde «los cuerpos se espiritualizan y los espíritus se materializan». Es el lugar donde se gestiona la «ciencia del corazón», gracias a vivir el instante presente y aportando el sentido de la vida. Para Ibn Arabí, la creación tiene tres melodías perfectamente integradas que el sabio es capaz de seguirlas y dar a cada una lo que le corresponde: «al intelecto, las abstracciones; al cuerpo, las sensaciones; y al mundo imaginal, las almas, que son alforjas de imágenes. Esas tres voces suenan al unísono y se encuentran vertebradas por el contrapunto del aquí y el ahora, hilado por el intelecto, la visión y la sensación. El poder que la metáfora tiene para el filósofo procede precisamente del mundo imaginal (que protege de ídolos conceptuales y materiales). Un mundo, sin embargo, que no se entendería sin los otros dos».
La «ciencia del corazón» o la IES, es como un estado intermedio que separa la sombra de la luz. Se manifiesta en los sueños, donde la imaginación une lo que la razón separa y se concilian las paradojas y se integran los contrarios. Los sueños aportan la substancia de la vida interior. La (IES) es la morada de los símbolos cuyas leyes solo conocen los «dueños del instante». La imaginación accede donde no llega la lógica (IR) o la percepción (IE). La imaginación es una de las ilimitadas variaciones de la luz original, pero con su luz podemos ver en la oscuridad. Además, la imaginación es el fundamento del amor y la devoción. Como dice el místico musulmán, «Cuando Dios creó la tierra de tu cuerpo, dispuso dentro de ella una Kaaba, que es tu corazón». Pero lo imaginal es uno de los múltiples lugares del encuentro de la persona con lo divino. Existen ámbitos de luminosidad inmaculada que solo es posible captar si estamos transformados en luz, lo que requiere el «olvido de sí» y la pérdida completa de anclajes o puntos de referencia. Lo que llamamos éxtasis, imprevisible y súbito, que no depende de nuestra voluntad, sino exclusivamente de la gracia. El amante se confunde con el amado. El agua de la divinidad adopta la forma del vaso del corazón. Así, el sabio reconoce al Único bajo diferentes máscaras, mientras que el fanático cree que siempre se presenta del mismo modo. Y el maestro andalusí anticipa la última broma cósmica: «el día de la resurrección, Dios se presentara a cada creyente con una forma distinta a la cultivada por este, como prueba de su compromiso con la recreación del ánimo y el ejercicio del ingenio».