Para Simone Weil la atención, en su más alto grado, es lo mismo que la oración. Supone la fe y el amor. La atención cuando está libre de la influencia de la propia imaginación se dirige a Dios. Así, se trata simultáneamente de una atención que es oración y de una oración que está hecha de atención. La atención como oración que para Weil es una atención “sobrenatural”, manifiesta un deseo de verdad y bien. Pero este deseo no es sinónimo de una pretensión por adueñarse o buscar la verdad y el bien como si se tratase de un trofeo. El verdadero deseo de verdad y bien es movido por la gracia y se orienta hacia un Bien absoluto que no corresponde con ningún objeto preciso, sino que el deseo de verdad y bien manifiesta explícitamente el deseo de Dios. La atención sobrenatural implica, además del deseo de verdad y bien, no una búsqueda, sino una espera desinteresada y gratuita de Dios, del supremo Bien. Pero cuando no se dirige a Dios una atención religiosa y sobrenatural, se está dirigiendo la atención a algo que no es Dios, corriendo el riesgo de caer en la idolatría de bienes pasajeros. Para no caer en esta idolatría, es importante vaciar el deseo de todo contenido, con el fin de dirigir la plenitud de la atención a nuestro deseo puro, vacío, pues hay presencia real de Dios en todo lo que no está cubierto con la imaginación. Para lograr vaciar el deseo necesitamos tener nuestro propio espacio de silencio y soledad. Se debe también renunciar a los deseos que nos impone el “yo” y a la influencia de la colectividad. Solo de este modo podrá posibilitarse “el paso a grados de atención cada vez más elevados”1. El más alto grado de atención conlleva, en última instancia, a una cierta renuncia al propio egoísmo y a dejar de intentar proyectarse en el mundo. Esta renuncia consiste en vaciarse de sí mismo para poderse llenar de aquello que viene de fuera y orientar la mirada a lo que no es el “yo”. Hacer el vacío es detener a la imaginación que intenta llenarlo y prepararse para recibir lo que no han producido las propias facultades. Es estar disponible para recibir y llenarse de lo que viene de fuera, para acceder a lo real y en última instancia, acoger la verdad y el bien. Como señala Vetö, “la atención que se propone aprender algo es siempre una atención al vacío que espera que algo aparezca, se revele, se manifieste”2.El Padre Perrin en el Prefacio de Attente de Dieu, subraya que Weil ve en la noción de espera “la vigilancia del servidor a la espera del regreso del amo: Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!( Lc 12 35-38)»3. Gracias a la paciente espera del siervo, su amo al volver tendrá un “exceso de ternura” hacia él, porque orar no es pretender alcanzar algo que sea acorde con los dictados de la voluntad, ya que, la voluntad no abre las puertas de lo sobrenatural. La atención como oración, según Weilno está unida a la voluntad, sino al deseo. Es decir, la oración manifiesta un profundo deseo de bien en donde el alma está en una situación de espera, disponibilidad y preparación para escuchar lo que Dios quiere de ella. Al mismo tiempo, orar es experimentar una esperanza paciente y perseverante, en la que misteriosamente se siente una alegría interior por aguardar un bien que es una plenitud para el alma. La oración no consiste en repetir fórmulas de manera irreflexiva o en decir palabras vacías. Tampoco implica liberarse de toda palabra y permanecer en silencio. En la oración están unidos la palabra y el silencio, la palabra y la contemplación. Esto es, la oración es el vínculo entre lo que se ve y no se ve, entre lo que se escucha y no se escucha. La oración necesita del mínimo de palabras que abran al silencio y a la contemplación. Así lo manifiesta la autora al Padre Perrin:
He aprendido el poema Love de George Herbert. de memoria y a menudo, en el momento culminante de las violentas crisis de dolor de cabeza, me he dedicado a recitarlo poniendo en él toda mi atención y abrazando con toda el alma la ternura que encierra. Creía recitarlo solamente como un bello poema, pero, sin que yo lo supiera, esta recitación tenía la virtud de una oración. Fue en el transcurso de una de estas recitaciones que, como ya le he escrito, Cristo mismo descendió y me tomó4.
Su atención como oración hace que la verdad venga a ella, como un “don”, sin haber provocado o planeado su llegada, sin la participación de los sentidos o la imaginación. Su atención como “espera” de un Bien absoluto, la llevó a la experiencia de Cristo, lo que muestra que la oración ayuda a experimentar un amor que supera toda expectativa y todo obstáculo.
1 S. WEIL, «La personne et le sacré», Écrits de Londres et dernières lettres, Gallimard, col. Espoir, Paris 1957, 21.Escrito a la edad de treinta y cuatro años, unos meses antes de su muerte en agosto de 1943, «La persona y lo sagrado» constituye un compendio de las reflexiones de Simone Weil en ese momento y sirve como introducción a L’Enracinement, su obra póstuma. El texto se origina en la palabra “persona” que había fundado la corriente personalista en torno a Emmanuel Mounier y que Simone Weil encuentra inadecuada. Pero este texto es mucho más que una disputa semántica: se convierte inmediatamente en una meditación filosófica luminosa y muy importante sobre las nociones de derecho, democracia, justicia, maldad y belleza. Al referirse al personalismo cristiano afirma que “lo que es sagrado, lejos de ser la persona, es lo que, en un ser humano, es impersonal”.
2 M. VETÖ,. La métaphysique religieuse de Simone Weil, L’Harmattan, París 1997, 46.
3 J.M.PERRIN, Préface à Attente de Dieu,Fayard, Paris 1966.
4 S. WEIL, “Autobiographie spirituelle,” en Attente de Dieu,Fayard, Paris 1966, 44-45.