| J. L. Vázquez Borau
El ser humano, a diferencia de los animales, tiene la posibilidad de vivir el morir, si no es expropiado de esta posibilidad. Así la muerte digna debería ser una muerte apropiada. Esto significa que "deberíamos ser artesanos del morir. Es decir, el morir debería ser una dimensión de la vida a la que ya nos hayamos entrenado a lo largo de la misma, aprendiendo a perder y a integrar progresivamente nuestra condición de finitud"(J. C. BERMEJO, La muerte apropiada, Sal Terrae, Santander 2018, 11). De esta manera, la muerte da sentido último a nuestras vidas si somos capaces de llenar de contenidos y de comunión nuestras relaciones. "La muerte debería ser un ejercicio de aprendizaje, de arte, porque una sola cosa son el 'ars vivendi'¡ y el 'ars moriendi' cuando se supera la idea de que el morir sea un instante y se concibe como un proceso en el caminar humano hacia la realización de lo que somos y lo que estamos llamados a ser" (o. c. 12).
Hablar de muerte digna significa trabajar para que la persona se gobierne a sí misma en el máximo de sus posibilidades en los últimos meses o días de su existencia. Una muerte humanizada es aquella en la que cada persona pueda expresarse con su rareza particular. En definitiva, una muerte digna es aquella que se convierte en una experiencia de amor, porque experiencia de muerte la hace tan solo quien ama. Así, la 'meditatio mortis' no será la desagradable obsesión por la misma, sino la humana comprensión del valor último de la vida a la vista de su fin.