El autor Borja Vilaseca, en su libro Las casualidades no existen, después de afirmar que si la religión pierde influencia, no es por azar, sino por algo; y, después de constar que hoy somos muy ricos materialmente y muy pobres espiritualmente, lo que nos hace «pobres emocionales», encuentra un camino intermedio entre el ateísmo y la religión: la espiritualidad. Y aclara que la clave está en «conectar con el interior de uno mismo y apelar al poso de sabiduría que dejan las experiencias vividas», llegando a la conclusión de que «la verdadera espiritualidad no tiene nada que ver con las creencias que proceden de fuera, sino con las experiencias que vienen de dentro», ya que el objetivo es «alcanzar la sabiduría para vivir más tranquilos y mejor».

Así, según este autor, la nueva religión es creer en uno mismo: Culto al ego o la espiritualidad laica. En definitiva, «aprender a estar en paz con uno mismo». La espiritualidad laica es nuestra verdadera naturaleza, que nos da una visión panteísta del universo: Dios es el universo y nosotros formamos parte de él. Es decir, Dios está en nuestro interior. Y se afirma: «es muy diferente creer en un Dios que está fuera de nosotros que pensar que Dios forma parte de ti. Así Dios es la vida, el universo, la realidad, todo». Se trata pues de estar conectados con nuestra dimensión espiritual (A. ORTÏ, El boom de la espiritualidad laica, La Vanguardia 12/02/2022). Tanto Borja Vilaseca como Rumi, nacido en Afganistán cuando era esta una región del Imperio persa en el siglo XIII, por poner un ejemplo de un místico sufí de otra tradición religiosa diferente a la nuestra, los dos hablan de salir, uno del armario interior lleno de prejuicios (Borja) y el otro (Rumi) de la taberna, para emprender el viaje de vuelta a casa.

Pero, nos podemos preguntar: ¿estar conectados con nuestra dimensión espiritual es lo mismo que la experiencia mística? De entrada podemos afirmar que tener conciencia de nuestra dimensión espiritual y hacer silencio es ya un primer paso, pero la experiencia mística acontece a aquellas personas que se entregan cien por cien al Misterio, que es el Amigo y la persona es el Amante. Amigo y Amante son las dos caras de la misma moneda. El Amigo es tan cercano que cuando uno no lo siente, el dolor es inmenso. Nuestro Amigo mora en nuestro interior muy profundo. Se trata, pues, de descubrir en nuestro interior a este Dios Amigo que está tapado por «reticencias humanas», como el escepticismo, cinismo, hipocresía, malicia, ignorancia, ira, lujuria, falsedad, culpa, vergüenza y demás autoengaños y trampas. Estas reticencias nos impiden percibir la realidad tal y como es y han de ser disueltas por el trabajo espiritual, que primordialmente consiste en realizar la práctica diaria de la soledad y del silencio, para poco a poco ir disolviendo al ego. En esta tarea nos puede ayudar la cirugía de un maestro espiritual para cavar profundo hasta que entre los escombros encontremos la joya que brilla en el fondo. Es como una música interna que no necesita nada del mundo exterior. Quien nos mueve es el Ser y solo el Ser. Es nuestra voz interna que nos muestra el camino que nos conduce al éxtasis. Dios es nuestro director de orquesta que mueve todas nuestras vibraciones.

Concluyendo, hay que decir que el encuentro con lo divino está al alcance de toda persona que, con todo su corazón, quiere salir de su armario interior o de la taberna y decide de una vez emprender el viaje de volver a casa. (CF. C. BARKS, La esencia de Rumi, El Hilo Ediciones, Madrid 2020, 7-12). Pero este viaje hacia nuestro interior no es para vivir más tranquilos, sino para vivir más comprometidos con la verdad y la justicia. Y la prueba de que este camino es verdadero es que nos lleva al martirio o la entrega total a los hermanos.