El auténtico silencio no es callar, sino escuchar. Se trata de callar para escuchar la voz interior. Tampoco es ausencia, sino presencia: Encuentro. Cuanto más estemos conectados con nuestro centro interior, más luz tendremos para orientarnos en nuestra vida, que será más plena si la abrazamos con la dimensión espiritual, que es la que nos ofrece el sentido de la vida.
Hacer silencio es la mayor actividad que podemos hacer. No es fácil. Nos cuesta despojarnos de nosotros mismos, callar. Para lograrlo podemos repetir la “oración del corazón”: “: Señor Jesús, ten piedad de mi, pobre pecador” o “Señor Jesús, ten piedad de mí” o “Señor Jesús” o “Jesús”, ya que recitar el nombre y repetirlo en forma de mantra es hacer presente al Espíritu de Jesús en nosotros. Así, entrando en la nube del silenció, vamos a la otra orilla donde quedamos renovados y encontramos la iluminación.
Cuando uno se adentra en el misterio, se abandona en el Amor, sale renovado, iluminado. Esta iluminación-vocación puede tener una dimensión global de nuestra existencia o también se puede referir a pequeñas circunstancias de la misma. Dios nos habla por medio de la vida, pero para captar los “signos de los tiempos” hay que tener el corazón bien afinado, gracias al silencio contemplativo, que es plenitud.