Ha fallecido en 2021 el Premio Nobel de Física en 1979, conocido defensor del materialismo científico, Steven Weinberg (1933-2021) y no menor ateo, que afirmó que «cuanto más comprensible parece el universo, menos sentido parece tener» (Cf. S. Weinberg, Los primeros tres minutos Alianza Editorial, Madrid 2016). Tiene también una famosa cita pronunciada en 1999 durante un discurso en Washington D. C.:» La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión». Weilnberg elimina incluso el Dios de los científicos y lo sustituye por un ateísmo puro que está convencido de que ahí fuera no hay dioses, sino leyes de la naturaleza. En su radicalidad va más allá de Isaac Newton, que interpretó que sus hallazgos eran una prueba de la existencia de Dios: «Este precioso sistema del Sol, los planetas y los cometas solo puede manar del consejo y dominio de un ser inteligente y poderoso» (Cf. I. Newton, Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, Alianza Editorial, Madrid 2011).O como Charles Darwin concluía su principal obra de la siguiente manera: «Es interesante contemplar un enmarañado ribazo cubierto por muchas plantas de varias clases, con aves que cantan en los matorrales, con diferentes insectos que revolotean y con gusanos que se arrastran entre la tierra húmeda, y reflexionar que estas formas, primorosamente construidas, tan diferentes entre sí, y que dependen mutuamente de modos tan complejos, han sido producidas por leyes que obran a nuestro alrededor. Estas leyes, tomadas en un sentido más amplio, son: la de crecimiento con reproducción; la de herencia, que casi está comprendida en la de reproducción; la de variación por la acción directa e indirecta de las condiciones de vida y por el uso y desuso; una razón del aumento, tan elevada, tan grande, que conduce a una lucha por la vida, y como consecuencia a la selección natural, que determina la divergencia de caracteres y la extinción de las formas menos perfeccionadas. Así, la cosa más elevada que somos capaces de concebir, o sea la producción de los animales superiores, resulta directamente de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y portentosas.» (Cf. Ch. Darwin, Origen de las especies, Austral, Barcelona 1998). Finalmente, Weinberg va más allá del Dios de Einstein que lo identificaba con la elegancia matemática del cosmos, y lo sustituye con la percepción de que el universo no tiene ningún sentido ni trascendencia.
Es difícil hacer captar a quien solo cree en la evidencia física de lo que se puede ver, tocar y experimentar que además de esta realidad que ven los ojos de la carne, hay otra realidad que se percibe con los «ojos del corazón». Hay una realidad espiritual que no se puede demostrar, pero se puede sentir. El sentimiento de amor no se puede demostrar empíricamente y, sin embargo existe. Es más, no es que esta realidad espiritual se tenga que someter a la realidad científica, considerando a esta última más importante que la primera. Los «ojos del corazón» o la Inteligencia Espiritual (IES) es la que da sentido y trascendencia a la realidad; la que hace que ante la belleza, la verdad y la bondad intuyamos la presencia de Dios.