En esta primera lectura, encontramos la clave, de cómo podremos no solo agradar al Señor, sino también hacer el bien. Ana, tiempo después, cuando el niño creció, lo llevó nuevamente al sacerdote y le dijo: “Este es el niño que yo le pedí al Señor y que Él me ha concedido… Ahora yo lo entrego al Señor para que quede consagrado de por vida”.
La enseñanza de esta escena es que se agrada a Dios generando vida. ¿Cómo podemos generar vida? Auxiliando al vulnerable, al pobre que lo necesita.
Generamos vida, y ahí es cuando vemos que Dios interviene, como lo hizo Ana con Samuel,
llevándolo al Sacerdote Elí. Generaremos así vida. Esa es la primera consideración de esta palabra de Dios.
Luego respondíamos a la primera lectura cantando: “Señor, dichosos los que viven en tu casa”. ¿Dónde está la casa del Señor? La casa de Dios, es la casa de los hijos de Dios, es la iglesia, es la comunidad de hermanos. Cuando nos relacionamos fraternalmente, estamos viviendo en la casa del Señor, y la alegría interna que se generará es inmensa.
La fraternidad solidaria y subsidiaria es fundamental para nuestra sociedad. Por eso, la iglesia tiene esa misión de ser la casa de los hijos de Dios, como lo recuerda también el apóstol San Juan: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no solo nos llama hijos de Dios, sino que lo somos”.
Somos hijos de Dios, esta adopción por parte de Dios, ha sido confirmada a través de nuestro bautismo. Cuando fuimos bautizados, Él nos aceptó como hijos suyos en la iglesia, que es la casa de los hijos de Dios.
Por eso, recuerda San Juan: “Este es el mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros. En esto conocemos por el Espíritu que Él nos ha dado, que Él permanece en nosotros”.
Así es como podemos alcanzar la fidelidad, amando. ¿Qué mejor manera de agradar a Dios, que desarrollando la capacidad de ser fieles y vivir en fidelidad? Por eso, a los miembros de la iglesia se les llama “fieles”, los “fieles”, la feligresía, porque son los que son fieles y vienen a buscarlo en los sacramentos.
Finalmente, el evangelio de San Lucas afirma con insistencia, como lo hicieron José y María, que busquemos a Jesús. ¿Y dónde lo encontraron? En el templo, en el diálogo sobre las cosas de nuestro Padre: entre preguntas y respuestas.
En la vida, seguramente todos hemos tenido inquietudes e interrogantes, que a veces no sabemos cómo responder. Nos preocupan y no tenemos solución porque no hemos buscado a Jesús. En Jesús encontraremos siempre la respuesta que necesitamos.
Por eso, hermanos, buscar a Jesús nos capacitará para dar a conocer al Padre. Y eso es lo que busca este año jubilar: intensificar la misión de la iglesia como madre, transmitiendo las enseñanzas de su Hijo, Jesús, para encontrar a Dios Padre.
En esa búsqueda, seremos sin duda conducidos por la acción y compañía del Espíritu Santo, como lo prometió el mismo Jesús: “Yo le pediré a mi Padre que les envíe, como me lo envió a mí, el Espíritu Santo”. Es el que les infunde los buenos deseos y el bien para el prójimo que encontremos, y para nosotros mismos”.
Que el Señor nos conceda, en este año jubilar, el reconocimiento de nuestras faltas y nuestros pecados, sabiendo que el perdón ya está concedido, y recibamos la gracia de tomar conciencia de que somos hijos de Dios.
La iglesia es la casa de todos los hermanos, que somos, por el bautismo, hijos de Dios.
¡Que así sea!