Adviento: tiempo de eructos

Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios (Miq 7,7)
Pero ¿qué esperamos? Que se realice en mi vida la expresión amorosa del Cantar: Mi Amado es pará mí y yo para mi Amado (2,16).
San Bernardo hace unas deliciosas consideraciones sobre esta expresión:
La esposa abrasada por un santo amor de manera increíble, simplemente para desahogar un poquito el vapor de fuego que padece, no tiene en cuenta qué y cómo lo dice, sino que eructa, no pronuncia, por la presión del amor lo que le viene a la boca. ¿Cómo no va a eructar restablecida y llena hasta ese grado?

Un eructo. ¿Para qué buscar en un eructo una explicación?
No se adapta a tu moderación, ni tiene en cuenta tu decoro, tu urbanidad ni su oportunidad. Irrumpe por sí desde lo más íntimo sin quererlo ni siquiera saberlo arrancado más que emitido.

Y nos recuerda eructos buenos: Eructa mi corazón una palabra buena (Sal 44,2) o aquel otro: Con ansias aguardo al Señor (Sal 39,2) O aquel otro de Juan: Se hizo un silencio en el cielo por cosa de media hora… (Apoc 8,1) Eructo de gran fragancia en el que yo siento cierto perfume de la eternidad. (Serm. 67 Sobre el Cantar)
Yo diría que los salmos están llenos de eructos, o, quizás mejor del alimento perfecto para llenar nuestra vida, para saciarnos y dar lugar, a continuación, a multitud de eructos.

A nosotros nos corresponde alimentar cada día el deseo de saciarnos, de saciarnos verdaderamente y ya sabemos aquella palabra de Jesús: no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Luego, en nuestra vida debemos cuidar este deseo: saciarnos de la Palabra. Saciarnos y conservar este precioso alimento en el corazón. Así nos exhorta san Bernardo: Conserva la Palabra de Dios, porque son felices los que la guarden. Que entre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos e incluso tus costumbres. Come lo que es bueno y tu alma se deleitará como si comiese un alimento gustoso. Si guardas así la palabra es indudable que Dios te guardará a ti. (Serm. 5 de Adviento)

En la vida del creyente y sobre toda de toda persona consagrada a Dios es fundamental esta relación, yo diría familiar, con la Escritura, con la Palabra de Dios, y a la hora de una plegaria personal o comunitaria tenemos sobre todo los Salmos.

Hemos de considerar que los salmos que cada día recitamos son el pan que nos alimenta. Es el pan en el desierto, para sostenernos y animar nuestro camino de la vida. Escribe Merton: los salmos nos unen a Dios en una unión de deseos. Traen a nuestro corazón y nuestra mente la presencia del Dios vivo (Pan en el desierto, cap. 1)

El eructo, pues, es el alimento de nuestra esperanza. Quien no eructa, está vacío, no llega a saciarse.
Entonces llegamos a comprender aquellas bellas palabras del poeta Peguy:

Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña, me extraña hasta Mí mismo, esto sí que es algo verdaderamente extraño. Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas y que crean que mañana irá todo mejor, esto sí que es asombroso y es, con mucho, la mayor maravilla de mi gracia. Yo mismo estoy asombrado de ello. Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble y que brote de una fuente inagotable…
El eructo, un camino de esperanza, pero si no llega el corazón del hombre a alcanzar esta saciedad, y no tiene capacidad para eructar, sí que tiene el hombre, cada persona, una fuente inagotable en su interior que le lleva a dar esos eructos de esperanza. Eructos a partir de la saciedad del alimento de la Palabra, o eructos a partir de la fuente de gracia que Dios ha puesto en el corazón humano.

En cualquier caso, el tiempo de Adviento es un tiempo para alimentarnos con una fruición especial de la Palabra, para “comer” el pan en nuestro desierto con los salmos, para contemplar la belleza de la obra divina, y esperar con deseo que venga, que sea una realidad en nosotros EMMANUEL. DIOS-CON-NOSOTROS.
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