Carta a una madre

Querida Eulalia:
Quiero darte las gracias por tu carta de contestación a la mía. Además “a mano”, que es más entrañable y siempre muy diferente a esas cartas “metálicas” con sabor a ordenador. ¡Qué diferencia recibir una carta manuscrita!: te la entrega una persona, miras el remite, el tipo de letra, empiezas a recordar la imagen de la persona que te envía el escrito, el interior se pone un poco tenso, soñador, imaginando algo del mensaje que me trae, la voy abriendo despacio, y percibo las primeras líneas: sí, es de ella (o de él). La lees despacio. Sí es de ella (o de él)… Casi no puedo creerlo...

Y leo despacio, sorbiendo palabra a palabra, frase a frase... En ocasiones envuelto en ocupaciones del momento, le doy una rápida mirada y la guardo para una lectura sosegada en otro momento más disponible que me permita conectar mejor, y disfrutar, con ella mediante una lectura lenta, como el mejor de los diálogos vivos entre dos personas… Y dentro, en el espacio interior, se despierta una alegría nueva, una experiencia gratificante.

Eulalia, una vez más gracias por tu carta, que es verdaderamente entrañable. Percibo que te ha salido de tus entrañas; yo diría de tus entrañas de madre. También hay mucho de “guardián en ti”.
Por varias razones. Primero has invitado a firmarla a toda la familia: la firma original, imaginativa, de tu marido, y las firmas de tus hijos que empiezan a trazar líneas elementales de quien está aprendiendo a esbozar sus primeras letras… ¡qué delicia estas primeras firmas, estas primeras letras de nuestra infancia! Y por último tu firma firme tendiendo hacia arriba, con trazo claro y determinado…
Pero sobre todo son entrañables en tu breve carta tus palabras:

Hay algo de guardián en su persona. Siempre lo he visto como guardando en este mundo algo trascendente, algo más lejano, y con sus libros nos deja, abiertos, aquella pequeña luz que llena de pronto toda la oscuridad.

Estas palabras me las aplicas a mí, pero te delatan a ti, porque son palabras que salen de las entrañas de un corazón maternal. Estás, con ellas, trazando un breve pero intenso y profundo relato del corazón de una madre. ¿Qué mejor guardián que la madre, que desde el momento en que concibe la vida en su seno empieza a cambiar su psicología para vivir en una permanente vigilancia del hijo? ¿Quién guarda algo verdaderamente trascendente sino es una madre? Ella, la mujer, guarda las fuentes de la vida.

Mira: Toda mujer posee una innata intimidad, casi una complicidad con la continuidad de la vida. La mujer es el lugar, es la tierra, del comienzo de la vida, el seno donde comienza el futuro del hombre y del mundo, el terreno de llegada de un Dios que sigue amando al hombre, a la humanidad, que continúa visitando a su pueblo. El ojo de una madre mira y ve lo que no es visible a los demás. Porque, verdaderamente, hay en ella una conexión con esa dimensión trascendente de la que me hablas.

La mujer es un bello libro que guarda raudales de luz,
y que cuando se abre este libro y nace una nueva vida, llena de luz la oscuridad. La madre es un diálogo vivo con la vida, que humaniza el mundo, que da consuelo y esperanza al mundo. Cuando las madres ponéis un nuevo ser en el mundo, este mundo es un poco mejor. Hay, desde ese momento, una sonrisa humana más para reflejar la bondad y la alegría de Dios.
La mujer podrá ciertamente traicionar todo esto, alienar el misterio de su ser, lo mismo que puede hacer el hombre, pero no puede perder esa dimensión de ser templo del Espíritu de la vida, y que nos recuerda que todo cuerpo humano es un verdadero santuario del Espíritu Santo, del Espíritu de la vida, que debe abrirse como libro de luz para alumbrar con fuerza en la oscuridad de este mundo.

Eulalia, gracias por tu buena y bella palabra. Haces honor a tu nombre que significa “buena palabra”. Tu carta me recuerda y me invita a ser un buen servidor del Espíritu de la vida, para poner luz donde haya oscuridad. Un abrazo

P. Abad
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