Congreso de laicos

Se ha celebrado en el Monasterio de Poblet, los días 2 y 3 de Octubre un Congreso de laicos de toda Catalunya bajo el lema: SER MÁS IGLESIA, SERVIR MÁS AL MUNDO.
Varias conferencias, mesas redondas, talleres de plegaria, danza… todo ello alrededor de la presencia del laico en diferentes ámbitos de la sociedad: el mundo del trabajo, el familiar, el mundo de la pobreza, la liturgia, juventud….

Ha contado con una asistencia de más de 500 laicos. Una experiencia eclesial muy positiva que se ha preparado a lo largo de varios años, y que ha terminado con la Eucaristía presidida por el Arzobispo de Tarragona y la lectura de un manifiesto final que acaba con esta oración:

Señor Jesucristo, hombre entre los hombres y Dios: haznos capaces de continuar amando este mundo que tú amas, a sus hombres y mujeres, amando esta Iglesia que nos has regalado, danos valor y coraje, que hagamos todo con amor, para venir a ser signos de tu amor. Ayúdanos a ser más Iglesia para servir más al mundo.
Este encuentro, que se ha vivido en un ambiente de alegría, de ilusión, de esperanza, me lleva a pensar en dos momentos importantes para la vida de la Iglesia y del mundo.


Primer momento: la Última Cena. “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy. Pues si yo el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros, porque os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros lo mismo que yo he hecho”. (Jn 13,13)

Segundo momento: En Concilio Vaticano II, y la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium, en la cual el primer capítulo se refiere al Misterio de la Iglesia; el segundo, sobre el Pueblo de Dios; el tercero, sobre la jerarquía; el cuarto, sobre los laicos….
Todos al servicio del Pueblo de Dios, como germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano, a través de la Iglesia.

Quien tiene más responsabilidad dentro de este Pueblo más tiempo debe tener la toalla y la palangana en sus manos… Si comprendemos lo que ha hecho nuestro Maestro y Señor, no debemos buscar otro privilegio que el de servir. El poder del servicio. No el servicio del poder. Esto todavía no es comprendido por muchos: servir como Cristo.

Hoy, en esta inmensa viña que es el mundo, todos somos necesarios para trabajarla. Lo recordaba Juan Pablo II en su encíclica Christifideles laici:

La llamada no se dirige solamente a los pastores, a los sacerdotes y religiosos, sino también a todos los fieles laicos, que son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión a favor de la Iglesia y del mundo. Lo recuerda san Gregorio el Grande cuando comenta la parábola de los obreros de la viña: “fijaos en vuestra manera de vivir, hermanos, y comprobar si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace, y considere si trabaja en la viña del Señor”. (nº 2)

Lo recuerda el Vaticano II al afirmar que los seglares han de cumplir el importante papel de ser cooperadores de la verdad (AA 6)

Lo recuerda asimismo el Código de Derecho: Entre todos los fieles, por su regeneración en Cristo existe una verdadera igualdad de dignidad y de acción, por la cual todos, según la propia condición y función, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo (c 208)

Deber y derecho de colaborar… (c 211)

En la medida de su ciencia, competencia o aptitud tienen el derecho e incluso, en ocasiones, el deber, de manifestar a los Pastores sagrados su parecer en las cosas que se refieren al bien de la Iglesia y de darlas a conocer a otros fieles.(c 212)

Lo recuerda el Papa Francisco en su encíclica Evangelium Gaudium: cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador… Todo cristiano se ha convertido en misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús. (nº 120) Y nos repite esta llamada al compromiso en muchas de sus intervenciones con el Pueblo de Dios. ¡Colaborar!..., una palabra que se repite en los documentos. Viene bien recordar unos versos:

La sumisión se ha acabado.
Hoy, después de siglos
de horizontes cercanos,
de miedo
de obediencia,
la niebla se disipa
y el mundo entero
aparece a nuestros ojos
al tiempo que la vida
adquiere un valor incalculable.


Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Novo milenio ineunte”, recuerda el desafío que supone el siglo XXI: hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder a las esperanzas más profundas del mundo… Y antes de programar iniciativas concretas, es necesario promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como un principio educativo allá donde se forma el hombre, donde se educan los ministros del altar, donde se construyen las familias y las comunidades. (nº 43)

No es fácil llegar a esta tarea educativa. Tengo mis dudas de que este objetivo principal se ha percibido en el Congreso, incluso de si se percibe en la Iglesia, pues una labor educativa requiere tiempo, un ritmo tranquilo, sosegado, una espiritualidad del diálogo, una valoración del otro… Y vivimos en una sociedad que cada día le resulta más difícil transitar por los senderos de estos valores. Nos parecen más rentables la organización de grandes eventos, que no quiero decir que son inútiles. Pero pierden grande parte de su eficacia si no se complementan con ese tiempo “oscuro”, sosegado, de una profunda tarea educadora.
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