¿Tu Dios es un Dios cristiano?

Con esta pregunta comienza el teólogo Bruno Forte su espléndido libro “Trinidad como historia”. Yo hice una pregunta en varias reuniones de grupo, con otro interrogante que Bruno Forte se hace a continuación: “si tuviéramos que eliminar un día la doctrina de la Trinidad por haber descubierto que es falsa ¿cambiaría la fe de los cristianos?” La actitud en los grupos, en principio, era de sorpresa, y después de unos momentos de silencio venía una división de opiniones, quizás con una ligera ventaja de quienes afirmaban que no cambiaría.

Es importante hacerse esta reflexión, sobre todo en este tiempo de Pascua, tiempo para entrar en sintonía profunda con el Cristo Resucitado. Porque la fe cristiana no son un conjunto de verdades, sino la relación con una persona. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea sino por el encuentro con una Persona, Cristo, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello una orientación decisiva”. (Benedicto XVI Deus Caritas est, nº 1)

Cuando vivimos una relación profunda con una persona, no la vivimos con sus ideas, o con sus sentimientos, sino que asumimos toda su riqueza personal, sus valores... Cristo ha asumido previamente los valores de nuestra naturaleza y todo lo que está conlleva, excepto el pecado. De esta manera puede decirnos: Yo soy el Camino…

El hombre quiere ver a Dios. Necesita verlo, conocerlo. A Dios fuente de la vida, del amor, de todo aquello que da sentido y sabor a la vida. Pero no tenemos más que un camino seguro: Cristo. “Pero en esta cuestión de ver a Dios, escribe el teólogo Guillermo de Saint Tierry, recordando a san Agustín, vale más el modo de vivir que el de hablar. Al que ha aprendido del Señor Jesucristo a ser manso y humilde de corazón, más le aprovecha pensar en esto y obrar que leer y escuchar, aun cuando a veces le aproveche leer y escuchar”(Enigma de la fe, cap. 1)

Vivir y obrar, pero incorporando a esa vida la enseñanza de Cristo, que es el camino, que es la verdadera vida. Necesitamos saciarnos del pan de Cristo estando hambrientos y sedientos de su justicia, de contemplar su rostro… ¿Lo estamos? La sabiduría de Dios se hace presente en medio de los hombres a través de la encarnación de este Cristo que nos dirá: Quien me ve a mi ve al Padre, quien me conoce, conoce al Padre.

Dios se ha anonadado a sí mismo, tomando la forma de esclavo, para que nosotros, recibiendo a Dios en forma de hombre y creyendo en él, lleguemos a ser hijos de Dios. (cf. Fil 2,1s) No es moviéndonos localmente sino con las buenas costumbres y asumiendo las enseñanzas, la sabiduría, los gestos de este Dios humano como nos ponemos en camino hacia la plenitud de vida.

Este Dios humano, profundamente humano, y de profunda sensibilidad de corazón hacia todo lo humano, que es lo más grande y hermoso que ha salido de sus manos de Creador, nos muestra con claridad el camino. Necesitamos caminar a la luz de la vida. ¿Y cuál es esta luz de la vida?

Cristo, del cual los apóstoles, los primeros testigos del Cristo resucitado, dicen que pasó haciendo el bien curando…(Hech 2) ¿Somos nosotros testigos de este Cristo?

Este Cristo que pasó haciendo el bien, y lo hizo diciéndonos que no ha venido a ser servido sino a servir, a dar vida, a dar la vida, a amar y enseñarnos a amar y decirnos que nos conocerán en que nos amamos unos a otros… que no se quedó en palabras sino que en la enseñanza de este amor dijo: yo doy mi vida. Lo dijo y lo hizo… Hasta llegar a la expresión suprema de este amor en la cruz: “todo se ha cumplido”, devolviendo al Padre el Espíritu que movió toda su vida: Dando un fuerte grito entregó el Espíritu.

Y este Espíritu el Padre lo derrama sobre la humanidad, sobre la criatura creada para que continúe la obra del Hijo. “Cuando venga el Espíritu que yo enviaré desde el Padre os lo enseñara todo”(Jn 14,26).

Y por eso desaparecido humanamente Jesús, con su muerte en la cruz, los discípulos vuelven a encontrarse y permanecen juntos en oración hasta que llega la fuerza que les transforma y hace de ellos hombres nuevos según Cristo, y así con el Espíritu del Cristo resucitado son sus testigos. Esperan orando que despierte en ellos el Espíritu de amor y de comunión... ¿Sabemos esperar, orando juntos, hasta que despierte en nosotros el Espíritu que ya reside en nuestro espacio interior?

Está claro que todo el dinamismo de nuestra fe nace y se desarrolla en torno a este misterio de un Dios Trinidad. Nuestro Dios no es un Dios solitario sino un Dios Trinidad, un Dios comunión en el amor que despliega su misterio en la vida de la humanidad para incorporarnos a ese dinamismo de amor. Todo un misterio de reconciliación que nos deja con claridad un mensaje de reconciliación para llevar a cabo en el camino de la vida (2Cor 5,18s ). El cristiano que vive su fe alimentada en este misterio de la Trinidad revelada por Cristo, es un servidor de la reconciliación:

Porque quizás en los caminos de nuestra fe nos preocupamos más de hacer documentos, de reuniones con temas de reflexión, de estudiar tratados… Nos preocupamos de la verdad. Cuidamos la inteligencia, la ortodoxia… pero la fe en el Resucitado nos invita a ir más allá.

Porque quizás en los caminos de nuestra fe nos preocupamos de nuestro compromiso en la vida política, social, cultural… Nos preocupamos de la vida, quizás, en el fondo, con más frecuencia “de mi vida” y así derivamos nuestra existencia a senderos extraños… el poder, el dinero, el escalafón, guardar el sillón, el prestigio social… todo un abanico de tentaciones, que hacen preguntarse a muchos: ¿qué tiene que ver esto con el Cristo Resucitado, si en nuestro ambiente eclesial no se convocan elecciones?

Nos puede ir bien pedir juntos que despierte el fuego de Dios en el corazón:
“Dame tesón al rastrearte, ya que me diste el deseo de hacerlo, y cuando no pueda más, acrecienta el deseo que me diste. ¡Que siempre te recuerde, te conozca y te ame con ardor! ¡Oh Dios Trinidad!, refórmame hasta llegar a esa plenitud que tú sabes y para la cual me creaste conforme a tu imagen, paraqué así te recuerde fielmente y sobriamente piense en ti y verdaderamente te ame sobre todas las cosas” (Guillermo de Saint Thierry, Enigma, Cap 3).
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