Mandar o servir
Gracias por tu carta que me enviaste últimamente, donde me comentas algunas cosas que nos han sido comunes, como la muerte de un familiar, un amigo íntimo…
Pero quiero detenerme en un párrafo que me afecta más personalmente:
¿Qué vas a hacer si dejas de ser Abad? Lo tuyo es mandar. En todo caso disfruta de tu “reinado” y valora las pequeñas cosas de cada día, los grandes eventos están bien, pero lo que realmente nos hace felices o desgraciados es el día a día, la música, la lectura, un paseo…
(Aclaro, que en este año a causa de la edad, debo renunciar a este servicio de abad; también nos afecta esto a los abades, lo cual no deja de ser positivo, para el abad como para la comunidad)
En este mundo, Mª José para todo hay diversidad de opiniones. Cuando me eligieron Abad, también hubo alguien de la Parroquia que dijo: “si no sabe mandar…”
Yo considero esto de ser abad, estrictamente como un servicio, como puede ser el servicio de un párroco, o de un obispo, y lo mismo diría del terreno de la política o la vida social… Mandar es buscar que la institución a la que sirves crezca en todos los sentidos, de acuerdo a la naturaleza de dicha institución de manera que sus miembros vivan su vida con más sentido, se sientan ayudados a realizar con más plenitud su vocación personal. Y llega un momento en que ese servicio lo puede llevar a cabo mejor otra riqueza personal, sin estrenar en el servicio, y que puede enriquecer la vida de la comunidad con nuevos e interesantes matices.
El que manda, por tanto, no es ningún rey, por lo tanto no tiene que disfrutar de ningún reinado, ni utilizar su “poder” para provecho personal; si tiene un poder, no es otro que el de servir. Su poder debe ser su riqueza interior o la preparación personal que tenga, que en principio le hace apto para la responsabilidad que acepta de llevar a cabo su servicio.
Y si esto es así, debería serlo en todos los ámbitos de nuestra sociedad, pero con mucha más razón en la vida de la Iglesia, cuando tenemos a nuestro Maestro que nos dice: No he venido a que me sirvan sino a servir y dar la vida… (Mt 20,28)
Pero hay palabras evangélicas que se desconocen, que nos las saltamos, y no las meditamos lo suficiente, o simplemente nada. Nos damos con pasión al servicio de mandar… nos sumergimos en el frenesí de la vida, no revisamos la calidad de nuestro servicio, se nos va pegando la mugre, o la inmundicia de la vida… Y esta inmundicia nos ata fuertemente al sillón ya ahora de mando, que nos apresuramos a adornar con flores que quedan ajadas inmediatamente. Pero eso sí, aún nos atrevemos a reflexionar sobre lo humano y lo divino, inconscientes de nuestro desconocimiento de lo humano, y de nuestra infidelidad a lo divino. Y hacemos de la vida una distracción…. Cuando la vida es algo mucho más serio.
En lo que estoy de acuerdo contigo, es que el camino de la felicidad está en vivir las pequeñas cosas de la vida; es lo que hace, en definitiva, la vida grande. Esas pequeñas cosas: música, paseo, lectura…, la vida con otro ritmo; la vida más humana, vivida con un ritmo más contemplativo que nos permite descubrir la vibración del Invisible, que nos permite vivir el asombro, la admiración, es algo que puede conmovernos el corazón y nos hace siempre aptos para un servicio en nuestra relación personal, en cualquier circunstancia de nuestra vida, sobre todo cuando uno tiene que dejar el servicio de “mandar”.
Gracias por tus afectuosas líneas
P. Abad