Mira a María, invoca a María
El día se muere…Ya que
Aparece otro signo en el cielo: un gran dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y sobre su cabeza siete diademas… que se dispone a devorar al Hijo de la mujer que va a dar a luz…(Apoc 12)
El día se desvanece… en medio de una grande y profunda tensión, en una desgarrada violencia de destrucción y de muerte. Quizás esta tensión de luz y de sombra que aparece en el horizonte cotidiano de las naciones, también está viva en tu interior. En el espacio interior de cada uno de nosotros. El día y la noche, son en este momento protagonistas principales en nuestra existencia. Somos hijos del día y de la luz, pertenecemos al día y a la luz, pero somos engendrados en la noche. Hoy el mundo joven se siente atraído, diría más, fascinado por la noche.
Este día tenso y violento hasta la muerte más repugnante, prepara el techo a las estrellas. La luz de las estrellas nos despierta la nostalgia de otra luz, de otra belleza… Y siempre amanece la luz desde la noche…
En la noche han sucedido los grandes acontecimientos de nuestra salvación: en la noche empieza a hablar Dios para ordenar todo lo creado; en la noche Dios pone a su pueblo en el sendero de la libertad; en la noche se anuncia la venida de la Luz para alumbrar tus pasos; en la noche, las estrellas rasgaran el velo de las tinieblas, para que se levante la luz que ya no tiene ocaso.
En la noche se desvanece el día y se hace presente el silencio. El silencio de las estrellas. El silencio que recoge la luz última, irreal, deseo del día que muere. Quizás en la noche sólo queda la luz del deseo; un deseo que quiere romper el silencio para que amanezca una palabra nueva, una luz nueva, un día nuevo. Porque el carácter esencial del deseo es el de ser siempre viviente y siempre renaciendo, siempre tendiendo hacia el objeto que una vez alcanzado reenvía a otro. La dialéctica de la presencia y la ausencia, el día y la noche, la luz y la oscuridad…
Este deseo que está como una espina clavada en el corazón del hombre. Una palabra que atraviesa los cinco poemas del Cantar de los Cantares, un libro hermoso, bello, que como un objeto extraño encontramos situado en el corazón de la Sagrada Escritura, entre los libros de sabiduría, que vienen a guardar la antigua voz, aquella voz del Paraíso donde se empiezan a desplegar los dos grandes signos de la vida humana: la mujer vestida de sol y el dragón que acecha la vida que nace…
Pero nadie puede ahogar la antigua voz, la voz del Paraíso; nadie podrá apagar esta voz del deseo que viene a recoger la nueva Belleza, la Belleza en la cual todo se transforma en luz nueva. Este deseo es el punto de esperanza que nunca morirá en el corazón humano.
Y hoy nos lo recuerda esta Mujer vestida de sol y con una corona de doce estrellas… Vestida de aquella luz que reviste de belleza y majestad a Aquel que es la fuente de la luz. Y con una corona de estrellas que nos recuerda la belleza de la noche, donde somos engendrados para vivir la belleza de la Luz. La belleza de la vida.
En tu tensión de luz y oscuridad…mira a María, invoca a María.