Olfato para las cosas de Dios
Hay más afirmaciones importantes sobre los laicos o seglares: son un germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por Él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (Vat. II LG 9).
Y cuan fructuosa fuera esta actividad en los orígenes de la Iglesia lo demuestran abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (cf. Act 11,19-21; 18,26; Rom 16,116; Filp4,3) (Vat. II, AA 1)
Por un lado uno escucha las dificultades que existen en la vida de la Iglesia para una incorporación de laicos en su programación pastoral. Y por otro lado se contempla todavía una vida de Iglesia excesivamente clericalizada. Quizás, la escasez de sacerdotes sea un signo o una llamada del Señor a propiciar que los laicos ocupen el lugar que les corresponde.
Puede suceder, sucede, que a veces no encomendamos servicios o tareas a los laicos porque decimos o pensamos que “no están preparados”. Pero también podríamos preguntarnos si los ministros ordenados, que hemos hecho mucho estudio de teología tenemos una buena preparación para ser instrumentos de Dios en orden a la salvación de los hombres. Es importante cuidar la “cabeza”, pero no lo es menos cuidar el “corazón”. No olvidemos que Dios es amor, y quien ama conoce a Dios. (1Jn 4,7-8)
Nos preguntamos si no habría que hacer unos planteamientos de pastoral más atrevidos y con más imaginación para “salir” de una mera pastoral de sacramentos. Pero delante de esta perspectiva emerge un temor vivo: que los alejados no se acerquen, y los pocos cercanos se nos alejen…
Y así vamos pasando los días…
Sucede que en la pastoral nos organizamos para los encuentros más diversos: catequesis, cáritas, reuniones de formación, administración de sacramentos, celebraciones de eucaristías… Solemos tener muy organizado el tiempo. Pero la colaboración de seglares o laicos comprometidos no crece, o crece con mucha dificultad. No tenemos conciencia de esas afirmaciones del Papa:
Que los laicos, desde las más variadas condiciones de vida y respectivas competencias llevan adelante el testimonio y la misión de la Iglesia (LG, 33).
Que son un germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.
Si son ese germen de unidad, de esperanza… es porque el Espíritu reside en ellos, son templo del Espíritu Santo. Necesitamos creer esto, necesitamos que el Señor nos conceda el don de la fe en relación a esa presencia del Espíritu en el corazón de las personas. Yo creo que debemos pedir este don con insistencia y confianza.
Por otro lado, quizás necesitamos dedicar más tiempo a encuentros personales, que ayuden a despertar, a hacer germinar ese germen interior. Hoy vivimos en una sociedad cada vez más pendiente del aparato electrónico de turno, pero cada vez con menos tiempo para “entretenernos” en un diálogo personal que ayude a descubrir otros valores, otros horizontes que necesitamos en nuestra vida humana, en nuestras relaciones. La misma forma de hablar es muy sintomática. A veces te dicen en una parroquia, e incluso en la vida monástica: me gustaría hablar con usted… tendría que hablar con usted…, cuando tenga tiempo…veo que va con prisas…
Vamos siempre con prisas. Pero ¿a dónde vamos? Trituramos el tiempo, más que vivirlo.
Dice un salmo: Gustad y ved lo bueno que es el Señor,
dichoso el hombre que se acoge a Él…
(Sal 33,9)
Recoger nuestro tiempo en el Señor. Entrar en el misterio de la bondad de Dios. Entrar en el misterio de la persona. Podemos experimentar esta bondad del Señor cultivando más asiduamente la relación personal. En el ritmo frenético de esta sociedad todos tenemos necesidad de un diálogo personal, que nos permita vivir el tiempo entrando en el misterio de la otra persona; donde nos podemos ayudar a hacer crecer esos gérmenes de vida que llevamos dentro, y dar un nuevo sentido a nuestra existencia comprometiéndonos en una tarea de servicio en nuestros ambientes.
En el pueblo sencillo hay un olfato para las cosas de Dios. No vayas con prisas. Vive el tiempo, tu tiempo, escucha…