Prólogo de futuro

María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido… Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado, la creación obtiene toda la plenitud de su hermosura. Ella no sólo guarda en el corazón toda la vida de Jesús que “conservaba cuidadosamente”, sino que también comprende ahora el sentido de las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios. (Laudato si 241)

Con estas palabras inspiradas en el Apocalipsis, (12.1-3s) el Papa Francisco acaba su encíclica sobre el medio ambiente, y que todavía completa en una referencia interesante a María y a nosotros mismos:

Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (1Cor 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la casa común del cielo. Jesús nos dice: Yo hago nuevas todas las cosas. La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo que aportar a los pobres definitivamente liberados.

Estas palabras del Papa Francisco nos ponen frente al misterio de la Asunción de la Virgen María a los cielos. María, muestra a la Iglesia y a la humanidad el final de la vida del ser humano, el sentido de la peregrinación de esta vida, los motivos de esperanza. En un mundo que recorta cada día más el horizonte de su trascendencia, en un mundo donde cada día se hace más asfixiante el clima del sin sentido y la falta de esperanza, en un mundo donde cada día tenemos más motivos para el pesimismo, este misterio de la Asunción de María nos abre a una dimensión más profunda, al abrir la humanidad a un sentido más trascendente. Es una invitación a una mirada optimista sobre el hombre y su futuro.

Este Misterio nos recuerda que el verdadero hombre no está todavía en casa. Estamos en camino. La luz del más allá ilumina nuestra actualidad; la certeza de futuro ablanda la consistencia del presente, que queda para el hombre vivo como “prólogo de futuro”.

Es preciso cuidar el prólogo. Cuando alguien escribe un libro busca a alguien que le haga una buena introducción, para animar a adentrarse con deseo en las páginas que vienen a continuación.

En nuestro caso el autor del libro ha escrito él mismo el prólogo. Yo diría que el libro en este caso es el libro de la vida que cada uno estamos llamados a vivir. El prólogo lo tenemos en la casa de este mundo.

Aquí tenemos nuestra casa común, que es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos. Pero esta hermana nuestra, la tierra, nuestra casa clama por el daño que le provocamos, por el uso irresponsable y abuso que hacemos de los bienes que Dios ha puesto en ella (Laudato si, nº 1)

Este misterio de la Asunción también es una invitación a cuidar de la casa, a hacer un buen prólogo, para llegar un día a introducirnos en las páginas más apasionantes del libro de la vida. Esta plenitud a la que llega María hoy, nos abre a la esperanza de seguir sus pasos. El evangelio nos ofrece la sabiduría de la que tenemos necesidad para seguir sus pasos. Los pasos de María son los pasos de la Visitación, de aquella que hace de su vida un servicio.

Pero ¿como es el servicio de María? Tenemos la clave en el canto del Magníficat:

Este canto nos muestra que entre el proyecto de Dios y el proyecto del hombre pecador no hay conciliación posible. Que nuestros caminos no son los caminos del Señor, ni nuestros pensamientos son los Suyos… (Is 55,8)

Solamente la conversión que lleva consigo una transformación en el modo de pensar, de obrar y de organizar las relaciones entre los hombres, y de los hombres con los bienes de la tierra es la que abre camino para la reconciliación y la paz.

Necesitamos convertirnos a la obra de Dios que canta María: la obra de un Dios que dispersa a los soberbios de corazón, que divinizan su poder y su saber, que todo lo hacen mover en torno a su persona, olvidando que la obra de Dios empieza en el camino humilde, y por eso Dios se complace en los humildes que depositan en él su confianza.

La obra de Dios que derriba del trono a los poderosos, y se complace en los pequeños, marginados, fracasados… Una obra difícil de comprender y aceptar por la sabiduría de este mundo. La obra de Dios que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos. La obra de un Dios que mira desde abajo y que nos invita a contemplar al hombre desde abajo, compartiendo el camino de esta casa. Solo así podemos tener la esperanza de llegar a la casa donde está dispuesto el libro de la Vida.

Santa María, como una madre, una buena madre, nos enseña el camino. Es el camino hacia un cielo nuevo y una tierra nueva (Is 65,17).
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